25 de octubre de 2015

Bonsái, Alejandro Zambra


A veces, leo libros y encuentro parecidos razonables, guiños literarios, influencias mejor o peor tamizadas. Hace poco leí Bonsái (Anagrama, 2006), del chileno Alejandro Zambra, una diminuta novela de 94 páginas cuyo inicio me recordó el principio de Risa en la oscuridad, de Vladimir Nabokov, publicada en ruso en 1932 mientras vivía en Berlín y luego reescrita en inglés por el propio autor en 1938. 

Copio primero el inicio de Zambra; luego, el de Nabokov. Yo diría que la afinidad es tan palpable que no merece la pena comentarla, sino más bien disfrutarla. De hecho, este es el primero libro que leo de Zambra, así que no tengo una idea formada sobre su obra; pero, vamos, Bonsái trasluce una férrea voluntad de estilo, de que la escritura —algo metaliteraria para mi gusto, todo hay que decirlo— dance y revolotee como si de una mariposa rusa se tratase. Tendré que leer más novelas de Zambra, digo, para saber si mi intuición acierta o yerra. De momento, esta, su primera novela, me ha hecho pasar un rato agradable.

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[ Alejandro Zambra ]

Al final ella muere y él se queda solo, aunque en realidad se había quedado solo varios años antes de la muerte de ella, de Emilia. Pongamos que ella se llama o se llamaba Emilia y que él se llama o se llamaba y se sigue llamando Julio. Julio y Emilia. Al final Emilia muere y Julio no muere. El resto es literatura:

La primera noche que durmieron juntos fue por accidente. Había examen de Sintaxis Española II, una materia que ninguno de los dos dominaba, pero como eran jóvenes y en teoría estaban dispuestos a todo, estaban dispuestos incluso a estudiar Sintaxis Española II en casa de las mellizas Vergara. El grupo de estudio resultó bastante más numeroso de lo previsto: alguien puso música, pues dijo que acostumbraba a estudiar con música, otro trajo vodka, argumentando que le era difícil concentrarse sin vodka, y un tercero fue a comprar naranjas, porque le parecía insufrible el vodka sin jugo de naranjas. A las tres de la mañana estaban perfectamente borrachos, de manera que decidieron irse a dormir. Aunque Julio hubiera preferido pasar la noche con alguna de las hermanas Vergara, se resignó con rapidez a compartir la pieza de servicio con Emilia.


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[ Vladimir Nabokov (traducción de Javier Calzada) ]

Érase una vez un hombre llamado Albinus, que vivía en Berlín, Alemania. Era rico, respetable, feliz. Un día abandonó a su mujer por una amante joven; amó; no fue amado; y su vida acabó en un desastre.

Este es el cuento, en suma, y podríamos haberlo dejado aquí si no fuera por el interés y el placer de narrarlo. Pues aunque basta el espacio de una lápida para contener, encuadernada en musgo, la versión abreviada de la vida de un hombre, los detalles siempre se agradecen.

Sucedió, pues, que una noche a Albinus se le ocurrió una idea maravillosa. Cierto que no era completamente suya, pues se la había sugerido la lectura de una frase de Conrad (no el famoso novelista polaco, sino Udo Conrad, el que escribió las Memorias de un hombre desmemoriado y aquello otro sobre el viejo prestidigitador que se hizo desaparecer a sí mismo en su función de despedida). En cualquier caso, Albinus la hizo suya por el hecho de disfrutarla, de jugar con ella, de dejar que se desarrollara dentro de él..., que eso es lo que legitima cualquier propiedad en la libre ciudad del espíritu. Como crítico de arte y experto en pintura que era, a menudo se había divertido atribuyendo a tal o cual maestro los paisajes y rostros que encontraba en la vida real: hasta convertir su existencia en una espléndida galería de arte..., llena de deliciosas falsificaciones. Y entonces, una noche que estaba dando descanso a su erudito espíritu y escribiendo un pequeño ensayo sobre el arte del cine (no demasiado brillante, porque no tenía especiales dotes para ello), la idea maravillosa se le ofreció.

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2 comentarios:

  1. A mi Zambra no llega a convencerme del todo, aunque el inicio de "Bonsái" pueda tener reminiscencias de Navokov, en el desarrollo lo encuentro más cercano a la narrativa de Bolaño (un Bolaño que se queda en la superficie, en el relato del qué, más que del cómo o del por qué). Supongo que es inevitable, y que algunos escritores rompen con menos facilidad el estilo impuesto por sus maestros. También ésta es la única novela que he leído de este escritor, aunque la verdad, no sé si continúe con otra. Saludos

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  2. Solo he leído esta novela de Zambra, así que no tengo una opinión formada sobre su narrativa. Además, si mal no recuerdo, este fue su debut. Tengo pocos elementos, digo.

    Bonsái me pareció un buen ejercicio formal y un trabajo notable en el nivel de la lengua, que es algo que a mí me interesa mucho (apenas puedo leer literatura traducida, de hecho).

    La relación con Bolaño, eso sí, no se la vi, salvo a lo mejor en cierta falta de solemnidad a la hora de hablar de la literatura, como cuando el protagonista y su novia se dicen el uno al otro que han leído a Proust, pero pactan leerlo por las noches antes de dormir porque dicen tener lagunas y nunca está de más releerlo. En todo caso, a Zambra lo veo más por el lado Vila-Matas —y eso es lo que no  me convence—: un libro empeñado en hablar de otros libros.

    Yo sí probaré con algo más de Zambra tarde o temprano; detrás de Bonsái me parece que hay un escritor cuya literatura me puede interesar.

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