28 de junio de 2015

Archivo Bolaño: Roberto y los manifiestos infrarrealistas

Bolaño con Piel Divina y Rubén Medina. DF (ca. 1975).
He ido un par de veces a la exposición «Archivo Bolaño», que está en el Matadero (Madrid). De ella he salido con la sensación de que era lógico y natural que Bolaño perpetrara novelas tan voluminosas y briosas como 2666 o Los detectives; son dos textos propios de un grafómano, de un tipo que escribía de manera compulsiva en cuanta hoja de papel tuviera cerca, de un escritor que no tenía miedo a la página en blanco, sino en todo caso a quedarse sin papel y sin tinta. La enorme cantidad de libretas, blocs, cuadernos y hojas sueltas que muestra la exposición así lo atestigua.

En la exposición también hay una vitrina donde están encerradas una máquina de escribir, un teclado de ordenador y tres gafas... Sin embargo, el poder de irradiación de esos objetos resulta escaso frente a la enorme cantidad de apuntes manuscritos (todos, además, elaborados con una letra pulcra, pequeña y supereconomizadora del espacio). Es fácil imaginar a Bolaño a través de esos borradores como alguien que necesitaba escribir para lograr pensar con claridad, para conseguir encauzar de algún modo una conciencia tan caudalosa y colorida como la que traslucen sus novelas. De hecho, la exposición deja la sensación de estar ante un atleta de la escritura.

Lo otro que me ha gustado de «Archivo Bolaño» son las fotografías de sus primeros años, de cuando estaba en su México lindo y querido —y siempre picante hasta hacerte cagar fuego como no tengas cuidado con los chiles toreados— allá por los 70. De algún modo, esas fotografías transmiten lo mismo que predican las piezas dedicadas a los manifiestos infrarrealistas: escasa solemnidad, antiacademicismo, alegría de vivir. No es de extrañar, digo, que el muy experto en figuras retóricas Juan García Madero dejase a su profesor de taller de escritura y se fuera con los visceral realistas Arturo Belano y Ulises Lima con la promesa de que juntos iban «a cambiar la poesía latinoamericana».

A continuación, transcribo algunos textos que pueden leerse en la exposición y las fotos de donde proceden. Y, ya que estoy, enlazo también el documental «Bolaño: el último maldito».


*


01 | En suma, ¿qué es el infrarrealismo?

Mario Santiago: En esta hora, el problema artístico no puede ser considerado como una lucha interna de tendencias, sino sobre todo como una lucha táctica entre quienes, de manera conciente o no, están con el sistema y pretenden conservarlo y quienes quieren hacerlo estallar. Estos últimos son concientemente no [sic] infrarrealistas. No hay que hacer un oficio del arte. Debemos mostrar que todo es arte y que todo el mundo puede hacerlo. Ocuparse de cosas insignificantes, sin valor institucional, jugar. Es necesario transformar el arte, la vida cotidiana. La creatividad es la vida desalienada a toda costa.

Cuautéhmoc Méndez: Para definir el infrarrealismo, sería necesario un lenguaje tan plástico como el de los hechos. Yo lo entiendo como la oposición al orden: subversión ante lo establecido. Una alteración de los juicios, valores y prácticas que nos han sido impuestos. Desprecio la poesía que produce una sensibilidad enferma que no tiene contacto con este prodigioso siglo XX y lo que representa: una época de transición entre el capitalismo y el socialismo.

José Rosas Ribeyro: El infrarrealismo es como una explosión. El capitalismo ha hecho del arte y de la poesía productos de museo y de biblioteca. No sirve para nada, no transforma ni puede ser transformado. La poesía está en la vida, en las calles, en las barricadas, en la revolución, en la lucha de clases, no en la mayoría de las prestigiosas editoriales. Poesía es acción. Poesía es un mundo nuevo construido con seres en permanente transformación.

Rubén Medina: [...] El acto cultural más necesario es la revolución. Para nosotros decir arte es una condición extrema de la vida. Esto es sencillo de explicar: todo pasa primero por los sentidos, los que en una sociedad capitalista se encuentran condicionados por el aparataje ideológico del poder (y con poder digo compra-venta [de la] propiedad privada, explotación), entonces uno va a actuar de acuerdo con las excitaciones recibidas, pero ya conforme a la belleza del orden prefabricado, o sea, sin ningún rasgo de libertad [...]




02 | Déjenlo todo, nuevamente

(Busquen, no solamente los museos están llenos de mierda) (Un proceso de museificación personal) (Certeza de que todo está nombrado, develado) (Miedo a descubrir) (Miedo a los desequilibrios no previstos).







 03 | Las fracturas de la realidad


No nos morimos por publicar. El fin de nuestra poesía no es ver nuestro nombre impreso. [...] Lo que comemos lo ganamos trabajando con nuestras manos y no especulando sobre «el escribo que me escriben que me vieron escribiendo». [...] La inspiración la DAMOS GRATIS, o sea: hacemos circular el discurso libremente (libremente dentro de los límites ya trazados de antemano por la burguesía y su aparato cultural, pero buscando, y esto significa desatarse del aparato cultural y de la tradición que este aparato crea o manipula, para bucear sin cordones umbilicales en las Fracturas de la Realidad. Contradicciones para salir a la llanura y para volver a salir, y para regresar: al museo o a la revolución). Nuestras máquinas de escribir parpadean en los caminos. En las fábricas. En las ciudades. No somos escritores profesionales, pero tenemos el derecho de escribir. Nos hemos tomado el derecho de escribir. Entonces nos boicotean porque nos reímos y nos inventamos poemas totalmente fragmentarios. Porque inventamos poemas de vértigo autodestructivo, las estatuas, las pobres y enormes estatuas que si no saben siquiera de las caminatas cómo podrían comprender las carreras desesperadas o jubilosas, nos boicotean. [...] Los viejos muerden con más fuerza su hueso cuando llegan los jóvenes a relevarlos. Es la lucha por el poder y el poder, en este caso, son las revistas, los libros, los premios, las becas, las traducciones, y sobre todo los trabajos, digamos paralelos (aunque en este caso lo esencialmente paralelo para ellos es el oficio de escritor, el status, el aura para acceder a otras jerarquías), como son los puestos burocráticos, las embajadas, y en fin, todo ese universo de oficinas apto para prolongar romances y sonetos.


21 de junio de 2015

Néstor Mir, detective salvaje en busca de Ulises Luna

«Me era imposible no contar esta obsesión mía
con Los Suicidas y Ulises Luna...»



Viajar por el mundo buscando pistas sobre una desconocida banda protopunk del underground rioplatense de los 70 puede ser la excusa perfecta para poner patas arriba tu vida. Eso le sucedió al menos a Néstor Mir en 2007 tras escuchar un casete que una chica uruguaya se había dejado olvidado en su casa. Desde entonces, este músico y escritor valenciano ha viajado por Argentina, Uruguay y Estados Unidos recabando información sobre Los Suicidas y, sobre todo, tratando de encontrar a alguno de sus integrantes para entrevistarlo... Por ahora, y pese al gran esfuerzo que ha desplegado, la fortuna le ha sido esquiva.

Su intención inicial —y la de los amigos que lo acompañaron— era rodar un documental. Sin embargo, a falta de financiación y de encontrar a algún miembro de la banda —tan escurridizos todos como Cesárea Tinajero para los detectives salvajes de Bolaño—, el documental está parado: las horas y horas de grabación que consiguieron, de momento, no son más que eso... Por esa razón, obsesionado como estaba con Los Suicidas, Mir ha encontrado en el periodismo y la literatura un modo de seguir con la búsqueda y, sobre todo, de contar cómo le ha cambiado la vida perseguir a unos tipos tan difíciles de encontrar.

Así, en 2008 publicó Tras la pista de Los Suicidas, una larga crónica sobre el viaje rioplatense, y, a finales de 2014, La conquista del Oeste (o la muerte de Ulises Zuma), un texto que novela el viaje costa a costa por los Estados Unidos tras la estela del guitarrista de la banda. Además, la novela tiene un apéndice audiovisual en forma de docutráiler (35 min) que muestra algunos de los escenarios que Mir y sus amigos recorrieron. Entre las aristas más fascinantes de esta investigación, destacan dos: Ulises Luna trabajó en los estudios de un amigo íntimo de Neil Young y, en Uruguay, la leyenda de Los Suicidas es carne ya del
fanfiction.

Rubén A. Arribas


Hasta ahora, además de como músico, eras conocido por ser el responsable de Malatesta Records, un proyecto cooperativo discográfico muy conocido en Valencia. ¿Por qué pensaste en abrir el campo de juego desde los discos a los libros?
Muchos escritores de canciones esconden un escritor puro y duro. Los músicos necesitan una discográfica para publicar sus canciones y los músicos que quieren ser escritores una editorial para publicar sus novelas, poemas o cómics. Para mí ha sido un proceso natural.

¿Y qué hace un músico como tú escribiendo una novela como La conquista del Oeste (o la muerte de Ulises Zuma)?
Escribir letras de canciones fue lo que me llevó a ser músico. Por lo tanto, la pregunta podría ser también la contraria: ¿qué hace alguien que escribe componiendo canciones? Y si bien son registros diferentes, veo muy normal que alguien que escribe letras de canciones se sienta tentado por la narrativa, la poesía o cualquier otro tipo de disciplina literaria; en el fondo, todo eso comparte un mismo motor: la necesidad de contar historias o de compartir percepciones del mundo. Otra cosa es que un músico domine con soltura las herramientas necesarias para escribir, como en mi caso, una novela. De hecho, ese ha sido uno de los grandes quebraderos de cabeza que he tenido.

Ahora hay un especie de boom de músicos que publican libros... ¿Hubo alguno que te sirviera como referencia?
Yo quería que La conquista del Oeste tuviese el formato de una novela, no el de una sucesión de anécdotas de viaje o experiencias. En este sentido, las novelas que me han parecido más logradas han sido Cosas que los nietos deberían saber, de Mark Oliver Everett, y Rat Girl, de Kristin Hersh. Esta segunda, para mi gusto, aunque menos efectista, está más cerca de tener una verdadera intencionalidad narrativa; la de Mark Oliver transita una muy delgada línea literaria que evidencia su falta de oficio, cosa que suple de sobra con el interés de lo que cuenta. En el ámbito nacional, Nacho Vegas, Corcobado, Sr. Chinarro o Robe Iniesta son las propuestas que he leído o me interesaría leer, ya que todos ellos tienen una voluntad de hacer narrativa. No me interesa, en un principio, como creador, el boom de la edición de libros escritos por músicos que cuentan sus giras o que escriben un diario de su vida musical. Necesito algo más, algo que le dé un empaque de novela.

La gente de la literatura suele hablar de la música que escucha... ¿Hay muchos músicos que hablan de lo que leen? ¿Es fácil o complicado cambiar libros con ellos?
Me suelo juntar, no solo con músicos, sino con personas que leen, y con todo el mundo trato de intercambiar información literaria. Ahora bien: es cierto que en el mundo de la música popular no es necesario leer; todo puede ser más primitivo y visceral, y está bien que así sea, o quizás no. Lo queramos o no leer sigue viéndose como algo elitista, como algo bizarro e intelectual, algo que da especificidad al individuo; en cambio, la música popular, como su nombre indica, tiende a masificar a la gente.


LA NOVELA COMO MAPA SONORO (O ULISES LUNA COMO OBSESIÓN)

¿Quién es Ulises Luna (o Zuma)? ¿Por qué esa fascinación tan fuerte que termina en viaje por Estados Unidos junto con unos amigos para intentar encontrarlo?
Ulises Luna fue el guitarrista de Los Suicidas, una banda protopunk de finales de los sesenta, principios de los setenta, no se sabe muy bien si de origen argentino o uruguayo. Y mi fascinación tanto con él como con la banda tiene que ver con la frustración de no haber dado nunca con ellos. La historia de la búsqueda de algo que no podemos o no sabemos encontrar es un motor muy potente de creación. Y en esta vida tenemos que encontrar cosas que nos pongan en marcha hacia lugares donde nunca habríamos pensado llegar, como cruzar los Estados Unidos con un grupo de amigos en busca de Uli Zuma, o escribir una novela sobre dicha experiencia.

Ganancias y pérdidas, único disco de Los Suicidas
¿Te ha influido musicalmente de algún modo?
La búsqueda de Uli Zuma no me ha llevado a descubrir nuevas sensaciones musicales, más bien ha ordenado el conocimiento que tenía sobre ellas y las ha situado en un espacio temporal concreto: el pasado. Mi pasado. Seguir con la investigación de la vida de Uli Zuma me ha llevado a considerar qué quiero ser yo como músico hoy, ahora, que ya no soy un adolescente, y en el futuro. Y por lo que pudimos deducir sobre su vida mientras viajábamos de costa a costa por los Estados Unidos, su postura me parece la más coherente de todas, y esa filosofía de vida musical sí que me ha influido.

Me ha sido imposible escuchar una sola canción de Los Suicidas en internet... ¿Por qué? ¿A qué sonarían?
En la época en que todo está en internet, ellos no están... Extraño, pero comprensible. Hay que verlo desde el punto de vista del coleccionista loco. Imagínate, si cuando fuimos a Montevideo en el 2007 nos pedían más de 2000 € por su disco, lo que se puede pedir hoy... Yo, si tuviera algo de su música, tampoco la colgaría en la web. Como he contado en Tras la pista de Los Suicidas, sonaban a protopunk, salvajes; pero, al mismo tiempo, en su música se dejaba entrever que ahí había material para algo más. El tema que cierra el casete —el que se dejó la chica uruguaya en mi casa— muestra una parte de ellos mucho más experimental y atmosférica, con repuntes de violencia, pero más centrados en las texturas. Era una canción instrumental, seguramente escrita por Ulises Luna.

Por cierto, ¿tú crees que Neil Young sabe algo o tiene algo de Ulises Luna?
Uli Zuma —o Ulises Luna, igual da— trabajó en los estudios de Danny Purcell, en Nashville, y Neil Young era íntimo amigo de Danny, así que seguramente en la música de Neil Young haya algo de Uli Zuma, algo que ni tan siquiera Neil Young es capaz de discernir qué es. Esto no lo comprobamos en el viaje, pero parece probable que, durante alguna grabación de Neil Young, Uli Zuma estuviera a los mandos de la mesa de mezclas y, si fue así, sin duda imprimió su magia.

La novela reflexiona, de algún modo, sobre diferentes maneras de ser músico. Johnny Hickman, Alf Ródeo, Ulises Luna o el propio Nel Rim y sus amigos encarnan diferentes maneras de entender o de sobrevivir en el oficio, ¿no?
Esto es cierto, pero no está hecho de forma premeditada; los personajes, al ser reales, viven cada uno de la música de manera diferente. Desde la manera más romántica e idílica de Uli Zuma, que viaja donde le da la gana y hace lo que quiere en cada momento, hasta la manera más real, la de Johnny Hickman, quien después de sus años de juventud se tiene que tomar la vida en carretera más como su manera de pagar la hipoteca que como una constante aventura.

Dos de los personajes centrales, Paco y Nel Rim, viajan montones de kilómetros para ver a sus bandas favoritas (Cracker, en el caso de Paco, y Lou Reed, Neil Young o Public Enemy, en el caso de Nel Rim). ¿Qué lugar quisiste darle a la mitomanía dentro de la novela?
Yo no lo vería tanto como una mitomanía, ya que eso implica centrarse en la persona. Por lo menos en mi caso —no sé si Paco compartiría también esta visión—, lo que me llevó a ver todos aquellos conciertos, algunas veces incluso viajando solo, fue el deseo de aventura. Es decir: lo que comentaba antes del motor que te permite no solo contar historias, sino también vivirlas. La música, más que los personajes que pululan por ella, ha sido lo que durante muchos años me ha llevado a hacer cosas que no hubiese hecho de otro modo.

Grabando a Renée Pietrafesa, amiga de Ulises Luna.
Si bien esta novela contiene un mapa sonoro menos amplio que Tras la pista de Los Suicidas —una texto donde afloran montones de bandas rioplatenses—, la música, los músicos y los lugares musicales desempeñan un papel importante en la narración. ¿Como trabajaste ese aspecto?
Digamos que aparentemente, el recorrido musical es el trayecto que marca la historia, que es como si dijéramos la trama con la que el lector se va a chocar frontalmente (el relato I), y para ello solo tuve que dejarme llevar por la corriente de la investigación. Esa corriente me llevó a dar con los músicos que aparecen en la novela. Pero, aunque parezca paradójico, el recorrido por la realidad musical es una mera excusa, una mera metáfora que me permite plantearle al lector entrar en el relato II, es decir, en la trama verdadera, lo que de verdad quiero contarle.

Con lo de Tim Warren, me he quedado igual que el narrador... ¿Quién es? ¿Por qué es tan importante dentro de ciertos círculos?
En Nueva York York, de la mano de los Hymns, buscando alguna pista de Uli Zuma, recorrimos muchos lugares vinculados con la música. Uno de ellos fue la tienda de discos de Tim Warren. Es un coleccionista y vendedor de discos loco que tiene un bajo lleno de discos en Brooklyn. Dos de nuestros compañeros de viaje, también coleccionistas de discos, comentaban que era toda una referencia del garage, el tropicalismo y todo tipo de bizarrerías. En el 2008 aún no existían en Radio 3 programas como El sótano, y aún no se había producido ese resurgir garagero que hoy ya se ha convertido en indiemainstream.


ULISES LUNA: ¿URUGUAYO O ARGENTINO?

¿En qué sentido te cambió el viaje a Uruguay y Argentina buscando a Los Suicidas?
Esa fue la primera gran aventura... Esa primera gran aventura que todos y cada uno de nosotros deberíamos hacer al menos una vez en la vida. Además, aquello tuvo el componente irrepetible de ser un viaje de trabajo y diversión. No hay mejor manera de descubrir un país que ir allí con una razón clara. Nosotros fuimos a Argentina y Uruguay, pero no fuimos a cualquier cosa: fuimos a buscar a Los Suicidas, y eso nos dio una visión particular de los países y del trato con las personas. Teníamos una excusa para hablar con la gente que iba más allá del intercambio de información turística o de dinero. Si de por sí viajar ya te cambia la mente, si a eso le añades el componente de aventura, ya es lo máximo: crea adicción, y no puedes dejarlo.

En Loveland (Denver), entrevistando a Johnny Hickman
¿Lo de viajar por Estados Unidos al año siguiente buscando a Ulises Luna tiene que ver con esa adicción?
Totalmente... En serio, lo de la aventura es muy adictivo; te enganchas y ya no ves el momento de volver a tu vida normal. De hecho, como no encontramos a Ulises Luna después de 3 semanas buscándolo por medio Estados Unidos, enseguida hicimos planes para continuar buscándolo por Australia o Seattle... Menos mal que, al final, se impuso una responsabilidad mayor: la paternidad.

Hasta donde sé y he leído, Ulises Luna ha generado algunas historias apócrifas y continuaciones en plan fractal en Uruguay. ¿Podrías aclararme algo de ese asunto?
La historia de Los Suicidas produjo un gran impacto en la gente que entrevistamos en Montevideo, y algunos pensaron que era una gran historia y que merecía ser investigada. De hecho, el periodista Gabriel Peveroni —quien me publicó en la revista virtual Free Way entre 2007 y 2008 un diario reducido de Tras la pista de Los Suicidas—, no solo lo pensó, sino que se puso a investigar por su cuenta. Parece ser que él llegó a lugares por donde yo no transité y que contradicen algunos de los puntos que yo defiendo. Pero, claro está, al no haber conseguido dar con los músicos para que nos aclaren la cuestión, todo es posible.

¿Qué lugares son esos? Entonces, ¿existe o no existe esa tal María Zauber de la que habla Peveroni en su artículo del diario argentino Página/12?
Me refiero a que Gabriel Peveroni, en sentido metafórico, transitó por lugares de la historia por los que yo no pasé; quiero decir: él dio con la pista de María Zauber, y aunque yo en su día le comenté que investigar a María Zauber me parecía un error, desde la revista Free Way se empeñó en que algunos de los colaboradores —entre los que yo estaba en ese momento— tirásemos del hilo de esa pista que él, supuestamente, había conseguido, para contar una historia colectiva alrededor de esa figura.

¿Pero tuvo hijos o no Ulises Luna? En La conquista del Oeste, el narrador, Nel Rim nos recuerda varias veces que era gay...

En nuestro viaje nunca aparecieron indicios de que Ulises hubiera tenido hijos... Pero Peveroni quería una historia sobre María Zauber. Él me había ayudado a dar visibilidad a la historia de Los Suicidas difundiéndola —gracias a Free Way fuimos a buscar a Uli Zuma por los EE. UU.—, así que le escribí lo primero que se me pasó por la cabeza y se lo envié. Hasta ahí puedo contarte. Gabriel vino hace poco a Valencia. Mantenemos una buena amistad y cenamos los dos con Esteban Hirshfield, de Los Mockers, que también vive en Valencia, y me contó que su investigación había pillado buena onda, que le habían  publicado un novela, Shangái... Como te puedes imaginar, en Shangái, Peveroni habla de María Zauber y de Los Suicidas...

Y ya que estamos, antes de que argentinos y uruguayos se peleen por Ulises Luna como por Gardel o por el mate: ¿era argentino o uruguayo?
No lo sé. No hubo manera de averiguarlo. Supusimos que Los Suicidas eran argentinos o uruguayos porque la investigación nos llevó hasta allí, pero tampoco fue la inquietud más importante de la búsqueda. Buscábamos a las personas, no sus orígenes; de hecho, puede que Ulises Luna ni tan siquiera sea argentino o uruguayo... A lo mejor es chileno o mexicano.

Por cierto, ¿qué sería necesario que sucediese para que pudieseis terminar ese documental a lo Searching for Sugar Man del que hablan Tras la pista... y La conquista...?
Que vendiese 100.000 libros. Eso le pondría las pilas a las dos productoras que tienen el material audiovisual.


BOLAÑO Y EL VITALISMO DE SUS DETECTIVES SALVAJES

¿Qué esperas que aporte tu novela?
Mi llegada al mundo de la literatura no es desde la filología o desde el conocimiento de los trucos de estilo y forma; mi llegada es desde la universidad de la vida y desde la visceralidad, y eso, ese desafío, quería plasmarlo de forma clara en la obra. No tenía necesidad de florearme; tenía la necesidad de contar. Por eso, quería la lectura fuera ágil y dinámica: el mundo que iba a transmitir, por un lado, era onírico —la bajada al infierno de los protagonistas en la sala Wah-Wah—; por otro, abordaba una temática muy específica: el mundo del rock independiente. En fin, me gustaría aportar una buena historia contada de manera ágil, pero desde las entrañas.

En Ushuaia, buscando a Rigoberto Mendetti.
¿Cómo te han ayudado Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño, para escribir esta novela?
Nos ayudó en la gestación del propio viaje, y después a mí en la concreción de la obra escrita. De alguna manera, buscando a Los Suicidas quisimos emular a los real visceralistas buscando a Cesárea Tinajero, quien representa la esencia misma del origen del viaje: dar con alguien que no sabemos si existe. Y en cuanto a la obra escrita, la idea de construir una parte de la novela a partir de la entrevistas a los diferentes personajes que participaron en el documental me pareció un recurso fantástico. De esa manera conseguí que el lector tenga una visión fragmentada de la historia.

Bueno, aunque has reconocido abiertamente tu deuda con Bolaño, también incluiste otros recursos...
Sí, utilicé otros recursos que no eran bolañistas, como aportar información a partir de un blog privado, algo que me ayudó a potenciar esa narración fragmentada y la lectura dinámica que buscaba.

Tu novela intenta contar algo que está mucho más allá de lo musical y que tiene más que ver con lo existencial, con una manera de estar y de vivir en el mundo, ¿no?
Aquí volvemos al relato II, a lo que hay bajo la piel, al hueso de la historia, y casi podríamos hablar del relato III. En el relato III, está el magma, está la savia, está la vida, y de eso habla realmente la novela. La conquista del Oeste es la historia de una anagnórisis, de una epifanía, de una revelación vital que cambiará el curso de la vida del protagonista. De un tipo que se parece bastante a mí, pero que no termino de ser yo del todo. Quiero decir: me era imposible no contar esta obsesión mía con Los Suicidas y Ulises Luna; estaba corroyéndome por dentro.

¿Por qué pones tanto énfasis en lo vitalista?
Porque no quería mi novela naciera muerta. Como lector, siento que muchas novelas con gran pomposidad en la forma y en el estilo nacen muertas. Es fácil engañar al gremio de escritores con el estilo y la forma; sin embargo, es muy difícil enganchar al lector si no le das algo más, si no le das vida, esencialmente, tu vida; o si no pones tu vida en lo que escribes. Cuando un escritor no pone la vida en lo que escribe, el lector lo percibe enseguida; no le importa que esté bien o mal escrito, se queda con que lo que le estás contando es una impostura. Una impostura que escribes porque se te da bien escribir, porque conoces bien las reglas de la escritura. Pero para escribir, como para tocar buen rock and roll hace falta algo más que reglas. Hace falta que la historia que vas a contar, de alguna manera, te hierva en el interior.

Por último, hablando de la vida, el fondo y la forma: ¿es cierto lo que sostiene Mr. Perfúmme en Eso fue lo que pasó (Malatesta Records, 2015) de que no sabes tocar canciones de Luis Miguel?
Totalmente cierto, no soy capaz de oír sus canciones sin ponerme a llorar y así no hay forma de aprender...


                                                                                *

PD. Si quieres saber más sobre Los Suicidas y la investigación que emprendieron Néstor Mir y sus amigos en 2007, te recomiendo leer esta otra entrada del blog.

14 de junio de 2015

77, Guillermo Saccomanno

Esta es la cuarta novela que leo de Guillermo Saccomanno y la  tercera que reseño en el blog. Antes de 77 (Planeta, 2008), le dediqué en su día unas pocas líneas a El oficinista (Seix Barral, 2010) y otras pocas a Cámara Gesell (Seix Barral, 2013). Previamente a esas dos novelas había leído otra, La lengua del malón, de la que tomé bastantes notas..., pero que se quedaron en eso: en meras notas. En cualquier caso, tampoco me hago mala sangre por esto último; según Google Analytics, casi nadie lee lo que escribo sobre Saccomanno. Por tanto, la suerte de esta entrada esta casi echada de antemano.

Al margen de mi limitada capacidad de influencia en la blogosfera o de que el libro fuera publicado hace años, sucede una tercera cosa:  pese a ser muy conocido en su país, Saccomanno lo tiene crudo para ser leído en España. Por un lado, su escritura es tan argentina —traduzco: escribe alejado de esa suerte de español neutro que otros practican— que el conservador y algo etnocéntrico lector español preferirá una traducción del sueco, canadiense o iraní a una experiencia salvaje con la variante rioplatense de su lengua. Por otro, Saccomanno es uno de esos autores para quienes «la teoría literaria es teoría política, no es solo teoría literaria»... Y ya se sabe: en España, lo político suele tener mala prensa entre la crítica literaria.

Ejemplo: ¿alguien se imagina a un crítico estándar español mirando a Victoria Ocampo bajo otra lupa que no sea la de la refinadísima escritora de cuentos, epicentro de un importante círculo literario, amiga de Borges, auxiliadora económica de Ortega y Gasset, etc.? Pues en La lengua del malón, ella y su cohorte de elitistas amigos aparecen como ideólogos y cómplices de la dictadura argentina. A eso me refiero.


Un país, un matadero

«Quizá el terror es el género más apto para contar la historia patria», se nos dice en 77. Según Saccomano, 1977 fue el año más cruel de la última dictadura argentina; así que la reflexión del profesor Gómez, el narrador de la novela, sintetiza a la perfección la atmósfera que impregna casi cada página. De hecho, como sucede en otras novelas suyas, el autor nos ofrece una Argentina donde el Mal, esto es, la barbarie, campa a sus anchas e infecta casi cada rincón de la vida cotidiana. Tanto es así que el lector termina El oficinista, Cámara Gessell o 77 con la sensación de que no existe ningún lugar seguro donde esconderse. El Mal, como el ojo de Sauron, siempre termina encontrándote por mucho empeño que pongas en esconderte o ponerte de perfil.

En el caso de 77, además, hay una nítida referencia a lo esotérico. Así, la novela entronca con el ensayo Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires, de Roberto Artl; pero también con esa atmósfera singular que envolvía a un personaje tan inquietante como López Rega, mano derecha de Perón en la última etapa de este y que se preciaba públicamente de ser brujo. Asimismo, aparecen alusiones a los «magos negros», una metáfora muy apropiada para los militares golpistas, unos tipos capaces de torturar de manera tan cruel y de enviar a sus víctimas a un limbo tal que hasta los mejores médiums rehuían contactar con sus almas. En conjunto, explica Saccomanno, lo que buscaba era subrayar que cuando reina el terror se produce una pérdida de la identidad y aflora el pensamiento mágico.

Una tercera clave de lectura la encontramos en otra metáfora, la del matadero (expresión oportuna donde las haya para un país tan ganadero y carnívoro): 
El profesor vuelve con su jarra de té.

Están vivos mis libros y papeles, dice. Uno quiere olvidar. El terror es una yerra invisible. De nuevo, vacas. Ganado somos. En el país de la Sociedad Rural todos somos ganados que avanza hacia el matadero.
Se trata —hasta donde entiendo— de una suerte de metáfora mítica que sirve para explicar sobre qué clase de cimientos se ha construido la literatura argentina. Según el escritor David Viñas esta nace de una violación y el fruto de ella sería la obra El matadero, de Esteban Echeverría. De algún modo, esa obra inaugura en las letras argentinas, según leo en el blog Montoneros Silvestres, «la marca de la violencia sobre el cuerpo textual, sobre el lenguaje, pero también, sobre los cuerpos de carne y hueso».

Es decir —o eso entiendo yo—: la metáfora sobre la construcción de la literatura puede trasladarse a la construcción del país. O dicho de otro modo: a la luz de ese terrorífico binomio que forman los 30.000 desaparecidos por la última dictadura y los más de 600 soldados muertos en la guerra de Malvinas, hay momentos históricos en que la Argentina, tal como señala el profesor Gómez en 77, parece «un país que manda a los suyos al matadero».


El «machito argentino» como obstáculo revolucionario

Esta novela forma una trilogía junto a La lengua del malón y Un amor argentino, donde 77 ocuparía el último lugar de la serie. Las tres novelas se pueden leer de manera independiente... O al menos yo he leído la primera y la tercera, y en ningún momento me he perdido. De hecho, en 77 hay varios resúmenes o raccontos aquí y allá cuando aparece alguna línea argumental o algún episodio de la primera novela. Por tanto, si bien existe un eje cronológico que organiza la trilogía, cada quien puede hincarle el diente por donde le parezca oportuno.

Otra arista que me interesa de Saccomanno es su crítica a lo que en 77 llama «doble moral del machito argentino». Además de textos politizados, las novelas de Saccomanno son entes sexuados (o así lo recoge Claudio Zieger en este artículo). En La lengua del malón, por ejemplo, la acción gira alrededor de un manuscrito que ha pergeñado Delia, la esposa de un militar en la época del bombardeo de plaza de Mayo (1955). Esta mujer, además de mantener una relación lesbiana paralela a su matrimonio, escribe una novela revisionista sobre el mito de la cautiva, es decir, sobre la típica historia de la mujer civilizada que es secuestrada por el enemigo bárbaro. En la versión de Delia, la cautiva ni repudia al indio ni aborrece sus costumbres; al contrario, le parece que su bárbaro folla estupendamente y que su relación de pareja es mejor que la civilizada. Es decir: sucede lo contrario de lo que nos enseña la escuela biempensante.

En 77, el mecanismo transgresor es similar, pero aplicado a otro ámbito y a otro tiempo. En este caso, Saccomanno le da un lugar relevante al intercambio epistolar entre dos guerrilleras montoneras lesbianas, Mara y Diana. Ambas mujeres ven cómo su opción sexual resulta un problema, además de para la dictadura y los sectores conservadores que la apoyan, para la organización donde están enroladas:
Ni el catecismo revolucionario ni el programa de reeducación social de las fuerzas armadas contemplaban esa clase de pasión.
Es decir, ambos bandos al menos estaban unidos por algo: sus prejuicios sexuales. De hecho, Mara y Diana, para sobrevivir en el seno de su organización, mantendrán relaciones heterosexuales y una de ellas quedará embarazada... Y no será la única militante a la que un compañero preñe en plena lucha armada contra la dictadura. Para ilustrar el clima que se vivía en aquellos grupos guerrilleros, la novela pone en boca de ellos el siguiente eslogan:
No somos putos, no somos faloperos; somos soldados de Far y Montoneros.
Y, claro, de ahí a que algún guerrillero afirme sin tapujos que «hay que fusilar a los putos» el trecho es muy corto. Por si le faltaba algo a tanta hombría mal entendida, Mara y Diana nos explican que algunas de sus compañeras de guerrilla «ascienden a los conchazos» —y no por méritos— o que formar una pareja estable en aquellos tiempos te convertía en alguien tan conservador como el enemigo al que combatías. En fin, pelear contra la dictadura era necesario, claro que sí, pero también lo era —y lo sigue siendo— erradicar los prejuicios sexuales y combatir lo que ahora llamamos el machismo-leninismo.


La complicidad civil

El cuarto y último aspecto que me ha interesado de la novela es cómo aborda el asunto de la complicidad civil. Saccomanno sostiene que su novela pretende dialogar con otros tres textos: El poder de la razón, de José Pablo Feinman; Historia argentina, de Rodrigo Fresán; y Tartabul, de David Viñas. Solo he leído el segundo y mis conocimientos sobre literatura argentina no son tan amplios como para entender qué clase de ida y vuelta se establece con Fresán. En cambio, sí que hubiera dicho que 77 es una obra a caballo entre Villa, de Luis Gusmán, y Dos veces junio, de Martín Kohan, dos novelas que trabajan también sobre cómo la dictadura fue posible gracias a la colaboración de ciertos sectores de la población (ejemplo: médicos y jueces).

En el caso del profesor Gómez, el narrador de 77, el rasgo que lo distingue es su izquierdismo sentimental. De hecho, este simpatizante peronista, admirador de la literatura inglesa —en tiempos del antimperialismo— y asiduo consumidor de prostitución callejera masculina, se ha especializado en acallar sus contradicciones personales y encontrar siempre la manera de no involucrarse en lo que está sucediendo en el país. Pese a defender unos valores opuestos a los de la dictadura y quienes la apoyan, paradójicamente el gran reto de Gómez reto es mantenerse al margen de todo, no implicarse en nada.

De hecho, una de las lecturas más sugerentes de la novela es que no se puede vivir al margen de lo que acontece en la calle. Y mucho menos en mitad de una dictadura. O dicho en términos de la novela: «Porque no se le puede rajar a la historia. Nadie puede hacerse el otario por más que se lo proponga». Uno puede esforzarse en no mancharse; sin embargo, lo que nos cuenta 77 es que el mundo no es neutral y, cuando menos te lo esperas, las circunstancias te envuelven y te arrastran hacia una encrucijada en la que necesariamente debes tomar partido. Quizá por eso sostenga Saccomanno, parafraseando a Lenin, que «es mejor que vos te metas con la política antes de que la política se meta con vos».

7 de junio de 2015

Zona de obras, Leila Guerriero


01. Una cronista feroz. Empecemos este texto tirando de honestidad: pasadas 35 páginas, este humilde lector de Zona de obras ya se había forjado una idea de lo más prejuiciosa sobre Leila Guerriero... Y todo por un adjetivo algo recurrente en esta antología de artículos sobre el arte de escribir. La secuencia que me llevó a tomar esta nota fue así: en la pág. 20 dice: «... me siento leve, un poco feroz y arbitraria»; en la 28: «yo era huidiza, ladina, oscura, difícil, taimada. arisca, bruta, brutal, furiosa, feroz, arbitraria...»; y en la 34: «[Madame Bovary es] un comentario implacable sobre la humillación y el amor, un advertencia feroz sobre la importancia de nuestras decisiones y sobre el peligro de estar vivos». Las dos primeras ferocidades me parecieron casualidad; la tercera, me dio pie a sacar una conclusión digna de un psicolingüista beodo: ¡seguro que es por el apellido!

02. Rust Cole habla en el coche con Martin Car. Dice Rust Cole en una de sus epifanías filosóficas en la primera temporada de True Detective:
Solo permaneciendo se conoce, y solo conociendo se comprende, y solo comprendiendo se empieza a ver. Y solo cuando se empieza a ver, cuando se ha desbrozado la maleza, entonces se puede contar.
Bueno, Zona de obras va periodismo, es decir, de hechos reales y de contar siempre la verdad; por tanto, rebobino y rectifico: Rust Cole hubiera podido decir algo así en alguna escena de la teleserie; sin embargo, hasta la fecha, los créditos de ese pasaje le corresponden a Leila Guerriero, quien lo anotó en un artículo mientras ponderaba la calidad del trabajo de Susan Orleans en El ladrón de orquídeas y de Martín Caparros en El Interior. Ese fragmento puede leerse como la modulación mística —a lo Rust Cole, digo— de un mantra que Guerriero repite de diferentes modos a lo largo del libro: «[hay que] desactivar toda expectativa de que escribir buen periodismo sea el arte de combinar una Mac Air con un par de horas libres».

03. La crónica como algo orgánico. «Se escribe tratando de entender», subraya Guerriero. Por eso, una buena crónica es «algo profundamente vivo»; es una especie de monstruo babeante creado para saciar la curiosidad infinita de quien la escribe, para calmar su necesidad de comprender. Es decir: la crónica lleva tiempo, supone esfuerzo y requiere de técnica; pero, sobre todo, exige un interés genuino por la gente, tener inquietud intelectual y la convicción de que se tiene algo que decir. Vamos, que no es algo que se hace «en los ratos libres entre el almuerzo y la siesta».
 
04. Más sobre lo que es y no es una crónica. En otras cosas, la crónica no es la glamurosa clase premium del periodismo ni nada parecido. Tampoco es un género que consistente en hablar en primera persona, sustituir los clásicos entrecomillados por novelísticas rayas de diálogo o dedicar líneas sin ton ni son a detallar el atuendo de fulano, el olor de mengano o de qué color son los calcetines de perengano. Por supuesto, tampoco tiene que ver con el intento de reanimar un texto plomizo o pavisoso a puro electroshock de ruidosas onomatopeyas a la Wolfe, coloridas metáforas o adjetivos epatantes. La crónica, como aspirante a obra de arte que es, nace —insiste una y otra vez Guerriero— de reunir al menos tres cualidades: tener una mirada propia, encontrar algo para decir y lograr encerrar en el texto una determinada visión del mundo.

05. El mestizaje artístico como vía del conocimiento narrativo. Quienes escriben crónicas —y por extensión quienes quieran escribir cualquier cosa que merezca la pena— harían bien en ser buenos lectores de ficción, y no solo de periodismo de investigación o periodismo a secas. Además, resulta recomendable que esos potenciales cronistas vayan al teatro, vean exposiciones fotográficas, devoren cómics, estén al día en series televisivas o sepan de danza. (Incluso que salgan a correr, practiquen la jardinería doméstica o escuchen a Miguel Bosé de vez en cuando). La crónica aspira a un lenguaje artístico; por tanto, conviene saber de los mecanismos y procesos creativos que usan otras disciplinas para contar lo que quieren contar. Es más: Guerriero —algo dada a la hipérbole, todo sea dicho—, sostiene que «la cosa más importante» acerca de cómo contar historias la aprendió viendo 7 veces Lawrence de Arabia.

06. Luke Skywalker parafrasea a Yoda y se pregunta si algún día será como Rust Cole. Mira y haz que eso signifique / Hay que disciplinar la mirada, aprender a ver donde todos miran y encontrar aquello que los demás no saben ver / El periodismo comienza cuando uno se calla y deja que el otro hable, que el otro ocupe con sus palabras el espacio de la conversación / La objetividad es una mentira; en todo caso, existe la subjetividad honesta / Para poder ver, no solo hay que estar; para poder ver, sobre todo, hay que volverse invisible / Los hechos son fáciles de ver; lo difícil es entender el camino que llevó a la gente hasta allí / Cada palabra visible está sostenida por otras diez mil invisibles / La gente es mucho más que aquello que hace / Todo se reduce a escribir asquerosamente bien y encontrar el punto de vista adecuado / Todo lo que necesito no es amor, como cantaban los Beatles, sino una cabeza bien amueblada.

07. Una biblioteca con la que escribir.
Un aspirante a buen cronista, como mínimo, debería entender el porqué de las siguientes agrupaciones de (feroces) filias guerrieranas: Tomás Eloy Martínez, Martín Caparrós, Rodolfo Walsh, Juan Villoro y Alberto Salcedo Ramos; Claudio Bertoni, Idea Vilariño y Héctor Viel Temperley; Fogwill y Borges; Richard Ford, John Irving, John Steinbeck, Alice Munro, Lorrie Moore y David Foster Wallace; y por supuesto: Gay Talese, Tom Wolfe, Kapuscinski o John Lee Anderson. Por último, a todos esos favoritos de la sultana, agreguémosle una manía —nunca está de más, literariamente hablando, autocaracterizarse por tenerle tirria a algo o alguien—: «... odio hasta las muelas a Hunter Thompson».

08. Dos paradojas. Primero, una laboral: resulta desalentador trabajar como cronista en una época en que los propios editores sostienen oxímoros tan escandalosos como que «los lectores no leen». Es más: algunos de esos editores creen tanto y tan firmemente en esa máxima del márketing, a decir de Guerriero, que traicionan todos sus principios periodísticos y disfrazan sus revistas o periódicos de televisión (por si la gente se confunde y los mira...). Y, en segundo lugar, una paradoja personal: Guerriero habla con frecuencia de su —saludable y vigoroso— autodidactismo, de que nunca asistió a un solo taller de escritura o de que la auténtica vía para el aprendizaje es encerrarse en casa en plan monje budista y, hala, ponerse a teclear y teclear... Curiosamente —las vueltas que da la vida—, ahora ella dicta talleres allá por dónde va.

09. Lo que las crónicas callan... aún. A decir de Guerriero, la crónica latinoamericana parece especializada en contar solo la cara B de su realidad. En general, decir crónica es hablar de asesinos en diferentes grados, letraheridos que terminan en suicidio, friquis de todo tipo y color, deportistas que triunfan o se hunden a lo bestia, bailarines de malambo, gentes que padecen desgracias terribles (guerras, hambre, terrorismo, enfermedades, tsunamis, bancos que les roban...), etcétera. Es decir, si bien los temas son variados y hasta relevantes, el catálogo parece dejar de lado conscientemente un tipo de historias muy concreto:  las «historias de los que tienen riqueza». ¿Por qué dejar la narración de la vida de los ricos en manos de los siempre complacientes Hola, Lecturas, Caras y demás periodismo rosa? ¿Por qué no usar la crónica también para entender «cómo alguien que podría pagar la vida de varias familias tan solo con sus camisas no lo hace?».

10. Karate Kid piensa en el Sr. Miyaghi mientras lava su coche. Wax on, wax off. Escribir una buena crónica es atravesar un campo (minado de) correcciones. Wax on, wax off. Escribir una buena crónica es atravesar un campo (minado de) correcciones. Wax on, wax off. Escribir una buena crónica es atravesar un campo (minado de) correcciones. Wax on, wax off. Escribir una buena crónica es atravesar un campo (minado de) correcciones. Wax on, wax off. Escribir una buena crónica es...


Ferocísimo bonus track. [...] Página: 167: «De alguna forma retorcida y feroz la mujer no ha podido dejar de pensar en eso...». Página 197: «Se sobrepuso  a la muerte de un hijo, a un cáncer, a una feroz quimioterapia y al tedio que produce la vida a los alcohólicos». Página 220: «Era un hombre talentoso, pequeño y feroz con los periodistas que se pasaban de vivos, eran poco precisos o las dos cosas juntas». ¡Auuuuuuuuuuuuuuuuuu!