1 de marzo de 2015

Las Inviernas, Cristina Sánchez-Andrade

Cristina Sánchez-Andrade es, sobre todo, una narradora de tono. De hecho, lo más me gusta de esta escritora gallega afincada en Madrid es la afinación tan singular que consigue en las voces que utiliza para narrar sus historias. De las tres novelas suyas que he leído —Las largartijas huelen a hierba (Lengua de Trapo, 1999), Ya no pisa la tierra tu rey (Anagrama, 2004) y Las inviernas (Anagrama, 2014)—, lo que recuerdo de manera más nítida es el fresco y autóctono lirismo con que hace hablar a su lengua literaria. 

Por un lado, la suya es una de esas voces poco factibles en otros idiomas, en otras literaturas. Sánchez-Andrade es tan gallega en su manera de escribir que en Las Inviernas, por ejemplo, emplea cierto manjar gastronómico como una metáfora más: «el remordimiento es un pulpo con tentáculos» o «en el interior del remordimiento habita un pulpo viscoso». Y eso por decir —y no callar— que ese molusco cefalópodo dibranquial incluso desempeña un papel relevante en la trama de esta última novela.

Por otro lado, diría que sus narradores hablan como si estuviesen contándole un cuento infantil a un lector adulto antes de irse a dormir. En particular, si pienso en Las lagartijas huelen a hierba o en Las Inviernas, siento que son como cuentos de Andersen o de los hermanos Grimm pensados para quienes disfrutan como niños de leer y de contar cuentos a sobrinos, hijos, etc. En los libros de Sánchez-Andrade siempre hay un halo de ingenuidad que convierte en posible cualquier idea narrativa y aligera de carga dramática todo percance, por tremendo que este sea. Su prosa tiene ese punto exacto de cocción de quien narra como si no se tomara demasiado en serio nada y a nadie.

Incluso cuando desnuda a sus personajes y los hace fantasear sexualmente, mantiene un registro fronterizo: siempre a caballo entre lo serio y lo naif, entre la elocuencia que anida en los versos de Olga Orozco —que abren Las Inviernas— y el festivo candor con que dos aldeanas gallegas en plena posguerra de los años 50 subliman sus penas tras una máquina Singer o cuidando de su vaca Greta Garbo... Una vaca que a veces bala como una oveja, todo sea dicho. Parte de la singularidad de esta autora, digo, reside también en su capacidad para narrar a partir de los contrastes.

Tierra de Chá, una aldea singular

En Las Inviernas, la acción transcurre en Tierra de Chá, una aldea con gallinas y capones que merodean por donde quieren, lareiras alimentadas con ramas de tojo y curas glotones que van de ronda para cobrar la oblata. Es también una aldea con bruja que echa las cartas y con lugareños que ven pasar los días mientras deshojan el maíz, asan las castañas o calcetan los jerséis. Tierra del Chá es tan pequeño que cuando alguien se muere hay que ir hasta Sanclás, el pueblo vecino, a comprar un ataúd.
  
Sobre ese fondo rural posguerracivilista, Sánchez-Andrade coloca a Saladina y Dolores, las dos hermanas que protagonizan la novela. Ambas tienen una larga y compleja historia personal tras de sí, pero hacen de la parquedad uno de sus rasgos distintivos:
[Las Inviernas] Se sienten cómodas en la lentitud. Cuanto menos hablen, mejor; las palabras enredan, confunden, engañan y no las necesitan para sentir.
Sin embargo, cada tanto ambas hermanas se ayudan de las palabras para decir lo que sienten. Eso sí, tienen una manera bastante peculiar de relacionarse, de hablar entre sí:
[...]

—Tú tampoco tienes dientes...

La otra quedaba en silencio.

—Y tú —decía suspirando un poco—, ¿es que te crees la flor de las cáfilas? Tienes el trasero bastante gordo.
—¿El culo quieres decir?
—Dije el trasero.
—¡Antroido!
—¡No me llames eso que es feo!

Ambas bajaban la cabeza.

—Callar —murmuraba una de ellas.
—Sí, callar —murmuraba la otra—. Ahora creo que debemos callar.
—¡Callar y callaremos! —declamaban a dúo, justo cuando entraban en el carreiro.

Y, sobre ese fondo, alrededor de estas dos hermanas, Sánchez-Andrade coloca un vecindario tan absurdo como granado: un mecánico que se ha reconvertido a dentista autodidacta y que pasa consulta en zapatos de tacón; una viuda que ha contraído segundas nupcias con el maestro del pueblo, pero que prefiere que —incluido su nuevo esposo— la sigan llamando «la viuda de Meis»; una vieja centenaria que recibe la extremaunción casi a diario y que no se decide a morir hasta que las Inviernas rompan un contrato que ella firmó para vender su cerebro... En fin, Tierra del Chá es pequeño, pero muy divertido y pintoresco.


Un contrapunto cinematográfico

El gran elemento de contraste en esta novela es el cine. La vinculación de estas dos hermanas con él viene de su estancia en Inglaterra: Saladina y Dolores formaron parte del contingente de niños acogidos por otros países durante la Guerra Civil. En su caso emigraron porque alguien del pueblo delató al comunista de su abuelo y los falangistas lo mataron. Además de aprender inglés y trabajar a destajo, las dos hermanas aprovecharon su estancia en tierras británicas para ver películas «que todavía tardarían mucho en llegar a España: Rebeca, Ciudadano Kane, Tierra de pasión, Lo que el viento se llevó...».

Aquel descubrimiento, fuera del alcance de la censura franquista, las impactó tanto que a su regreso a Tierra de Chá el cine forma ya parte de su vida más cotidiana:
—Y tendríais que ver —les explicaba Dolores a las atónitas ovejas— cómo arrancaba Scarlett O'Hara las cortinas de los ventanales para hacerse un vestido con ellas.

Y ella misma se contestaba:

—¡Claro, como que no tenía otra cosa!
Y, como suele pasar, el cine también se apropió de sus sueños. De ahí que el momento culminante de la novela sea cuando Saladina decide viajar hasta Tossa de Mar (Gerona) para presentarse a las pruebas como doble de Ava Gardner. Según la radio, la estrella estadounidense está en España para rodar una película y decenas de chicas de todas partes han acudido para buscar su oportunidad. Saladina, pese a la interesada y pertinaz oposición de su hermana Dolores, emprende el viaje hasta Gerona: quizá sus ropas sean de aldeana y no fuera tan guapa como dicen por ahí, pero a ella el cine le había cambiado ya la manera de soñar.

Así, con esa amalgama entre macondiana y valle-inclanesca, transcurren las refrescantes 244 páginas de Las Inviernas, una novela donde los hallazgos narrativos surgen de la confluencia de lo absurdo, la dimensión mágica que encierran ciertas geografías, la sorna gallega y un lirismo propio, capaz de expresar una relación singular de quien escribe con la lengua. He aquí una autora que lleva años armando su propio camino y construyendo un mundo y una literatura que merecen la pena explorar.


*


 

No hay comentarios:

Publicar un comentario