19 de febrero de 2014

Historia de Cardenio, Shakespeare

Como obra de teatro, esta Historia de Cardenio (Rey Lear, 2007) es una obra menor. Contiene algunos alicientes intelectuales, como saber que está inspirada en un personaje del Quijote, que Shakespeare la coescribió con un tal John Fletcher o que estuvo sin traducir al español hasta 1987; con todo, más que la obra en sí, son interesantes los dos artículos que preceden a la obra: uno de su primer editor en España, José Esteban, y otro del traductor, Charles David Ley. Ambos artículos dan para entresacar un buen puñado de datos sobre el teatro de la época, la azarosa historia del libro o el mundillo literario que vivieron Esteban y Ley.

En cualquier caso, hay un pasaje de Historia de Cardenio que me parece estupendo. Es un fragmento donde Luscinda se pregunta por qué Cardenio, su amado, tarda tanto en regresar de su misión en palacio y por qué no contesta a sus cartas. Ella desconoce que la prolongada ausencia de su noviete es una estratagema urdida por el hijo del duque, un pretendiente algo testarudo que le ha salido a última hora. La bella Luscinda, lejos de imaginar que alguien de alcurnia tan noble intrigue así por ella, piensa que Cardenio tiene motivos más prosaicos para no volver:

Es el último instante de esperanza.
Él no vendrá. No recibió mi carta.
Ha visto novedades que le impiden
volver los ojos aquí. ¿Habrá negocio
que pueda excusar su tardanza terca?

Luscinda no sabe que el hijo del duque requisa las cartas que Cardenio y ella se escriben, y que esa es la razón de que ambos estén sin noticias el uno de la otra. La trampa del pretendiente ducal consiste en que Luscinda enfrente un largo periodo de silencio por parte de su amante, un silencio que, además, se produce justo cuando Cardenio iba a pedirla en matrimonio. Con esas pinceladas de contexto, se comprende mejor el fulgor de este lamento tan bello como triste: «Ha visto novedades que le impiden volver los ojos aquí».

Touché.

Es entonces cuando el lector siente que el hijo del duque ha conseguido la parte más difícil de su plan: abrir la primera grieta en el amor de Luscinda, un amor que hasta ese verso parecía inquebrantable. Se nota, se siente: una pizca más de soledad y de aislamiento, y Luscinda comenzará a desenamorarse de Cardenio. Otra pizca más de omnipresencia del hijo del duque en casa de Luscinda y ella accederá de buen grado al deseo de su padre: casarla con un noble.

Desconozco si la frase es de Fletcher o de Shakespeare, pero me parece todo un acierto. Me hace volver cada tanto sobre ese fragmento.

Eso sí, lástima que más adelante la dolida Lucinda dice varias tonterías sobre el amor que merecerían digresión aparte. Por ejemplo, esta:
No sentir celos es carecer de amor.
Hummmm... En pleno rebrote del machismo entre los varones adolescentes españoles, adictos al control de sus parejas y capaces incluso de pegarles por un ataque de celos, esa frase suena terrible. Eso sí, en descargo de Luscinda habríamos de apelar a las convenciones de la época, a que su psicología la idearon un par de varones y que probablemente ella se refiere a unos celos no patológicos. También podríamos aducir que su padre era un señor muy de la época, uno de esos caballeros que consideraban que el destino de su hija le pertenecía:
Basta.
Obedéceme, ya que si no lo haces
descerraja el portal y vete al mundo sin la bendición paterna.

Quiero decir: con un mastuerzo por padre como este, parece normal que la chica tuviese una idea algo confusa sobre el amor.

PD 01. Buceando en el catálogo de Rey Lear encontré este La casa de Shakespeare, de Benito Pérez Galdós, que tiene pinta de interesante. Anotado queda.

PD 02. Más Shakespeare desplumado, aquí.

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