13 de febrero de 2014

Hasta la línea de llegada, Miguel Motta

Como hago deporte y cada tanto leo la sección correspondiente del periódico, de esta novela uruguaya me ha conquistado que la trama estuviera centrada en el dopaje genético. No estoy al día de casi nada; pero, bueno, juraría que no hay mucha narrativa que aborde el asunto del dopaje y que, además, lo haga inventándose una competición propia, los Juegos de Leonardo da Vinci, con reglamento y cachivaches ad hoc. Por tanto, la propuesta literaria me ha parecido original a la par que actual.

En los pasados Juegos Olímpicos de Londres, leí varios artículos sobre el dopaje genético... Y aquello me pareció entre marciano y muy lejano, pura ciencia ficción (yo me había quedado en la epo de tercera generación, las transfusiones sanguíneas o el clembuterol). Sin embargo, Hasta la cinta de llegada (Banda Oriental, 2012), del Miguel Motta, me ha convencido de que en Río de Janeiro 2014 no servirá de nada recoger la orina para garantizar la limpieza de los deportistas; como mínimo, habría que tomarles también una muestra de ADN. Cerrado el libro y acabada la fábula, me he quedado con la sensación de que el mundo entero funciona ahora de manera similar a como antes lo hizo la RDA, aquella tierra tan fértil en maravillosas atletas cuando yo era niño. ¿Quién no recuerda aquellos récords inalcanzables de Marita Koch?

Por cierto, si alguien piensa que exagero con la extensión y la inminencia del dopaje genético, basta con que lo guglee para que enseguida le salten artículos como este de la BBC o este reportaje de La noche temática de TVE.

En ese plano deportivo, la moraleja de Hasta la cinta de llegada es clara: la divisa de «Más alto, más rápido, más fuerte» se ha quedado anacrónica. En el siglo XXI, a los deportistas habría que añadirles un cuarto valor: más limpieza. De hecho, la novela propone algo así como que los Ben Johnson, Lance Armstrong o Marion Jones —por citar solo tres casos mundialmente conocidos— de turno deberían ser quienes intenten destruir el dopaje desde dentro. En vez de vender su alma al diablo y escudarse en que todo el mundo hace lo mismo, los deportistas de élite deberían ser quienes denuncien en voz alta lo que sucede. Por ejemplo, como hizo Jesús Manzano, nuestro ciclista, hace algún tiempo (a pesar de la que Operación Puerto no ha alcanzado los resultados esperados).

Y si no lo denuncian por temor a perder el favor del público o caer en desgracia en su profesión, quizá deberían hacerlo por respeto a sí mismos. Al fin y al cabo, el dopaje, como sugiere un guiño kafkiano de esta novela, es sobre todo una cuestión de salud (mental y de la otra): los deportistas dopados suelen sentirse prisioneros de su propia metamorfosis. Así, al menos nos lo deja caer el narrador de esta historia: «En algún momento llegué a preguntarme: ¿y si mañana aparezco convertido en un horrible nicho?». Como le leí hace poco a Fabián Casas, La metamorfosis es aún más terrible si se desvincula de lo fantástico y se ancla en lo real. Los atletas dopados son seres mutantes; son Gregorio Samsa, y están por todas partes (incluso en el deporte aficionado).

Hasta ahí la parte fácil de la diatriba: pedirle a los demás que sean mejores.

Sin embargo, Hasta la cinta de llegada nos sugiere que combatir el dopaje sería más fácil si no viviéramos en un entorno laboral tan ultracompetitivo, corrupto e hipócrita. ¿O es que el deporte no es un trabajo donde el talento se premia con sueldos incluso más altos que para los altos cargos empresariales, las presidencias de Gobierno o la investigación puntera? Y si eso es así, lo normal es que la lógica productiva del capitalismo adquiera en ese nicho laboral su máxima expresión, ¿no? ¿O es que alguien se imagina a los jugadores de fútbol de élite y a los empresarios que los contratan consolándose con eso de que lo importante es participar, superarse a uno mismo, etc.?

Ni de casualidad, vamos.

Eso se lo dejan, por ejemplo, al único nepalí presente en los Juegos de Invierno de Sochi, Dachhiri Sherpa.

Con todo, me parece que la pregunta fundamental que plantea esta novela es si los aficionados están dispuestos a regresar a un deporte limpio. En Hasta la cinta de llegada, el héroe se rebela contra el sistema de dopaje organizado por su Gobierno, pelea contra otros atletas corruptos y, sin embargo, choca contra la incomprensión de unos aficionados que, como si el deporte hubiera salido de los estadios para regresar al circo romano, parecen pedir ya solo sangre, espectáculo y diversión a cualquier precio. Y, dado que el deporte es fuente de metáforas para la vida cotidiana, resulta preocupante que incluso ahí el discurso dominante sea el mismo que en el ámbito laboral o el político: lo importante no es ser honrado, sino parecerlo.

Moraleja: el mejor deporte es que el uno práctica.

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