31 de enero de 2014

Últimas conversaciones con Pilar Primo, Antonio-Prometeo Moya

Ultimas conversaciones con Pilar Primo es una novela incómoda para los prejuicios políticos. En particular, los de izquierda. De hecho, una amiga algo militante casi me tiró el libro a la cabeza después de leerlo; según ella, la novela pasa de largo por los abusos de la dictadura franquista y solo contribuye a consolidar una imagen conservadora, paternalista, etc., de la mujer. Mi amiga, sospecho, hubiera querido algo más en sintonía con ciertas generalizaciones de la izquierda que ni a la izquierda misma hacen bien.

El problema de esta novela histórica de ficción es que, en ciertos momentos, te hace sentir un poco falangista. Y eso implica, claro,  considerar que algunos de los puntos de vista del personaje de Pilar Primo son razonables; no por llamarse como se llama y ser quien fue todo lo que ese artificio narrativo dice es «basura fascista», etc. (Por si alguien no se ha dado cuenta, insisto una y otra vez en que este libro es ficción).

Además, como alguien me explicó una vez, todos llevamos dentro un fascista y un estalinista,  un imbécil y un tipo inteligente, un valiente y un cobarde... Pero el problema no es lo que llevas dentro, sino lo que dejas salir fuera. Últimas conversaciones con Pilar Primo (Caballo de Troya, 2006) hurga en esa herida: lo que eres vs. lo que dejas salir.

De toda la novela, me quedo con un pasaje que me noqueó y me hizo pensar mucho:
La expresión «ama de casa» está hoy completamente desprestigiada y es imposible entender el valor que tenía para la mayoría de las mujeres en la España subdesarrollada de los años cuarenta y cincuenta. Para las mujeres de las clases adineradas, dada la legislación vigente, podía ser tanto una forma de esclavitud como una forma de hacer vida social y negocios de trastienda, pero para las mujeres de la clase trabajadora equivalía a ser independientes, a tener casa propia, si era posible con una criada para todo, y con una economía doméstica que les permitiera dedicarse a la administración de la casa y a las actividades que más les gustaran. Esta idea de la mujer como «reina del hogar», que hoy se considera una cursilada reaccionaria, fue un factor muy importante en la educación de las mujeres de la clase trabajadora de aquellos tiempos. Lo sé por el ejemplo de mi madre. No sé a otras mujeres, pero a mi madre no la engañaron. Ella quiso ser ama de casa, no porque ustedes se lo inculcaran, ni porque se lo ordenasen los curas, sino porque eso era lo que quería. Lo que no sé es si ha sido alguna vez la reina de su hogar. Supongo que hasta cierto punto sí. Nunca hemos tenido criadas, pero mi padre se ha ganado la vida relativamente bien pintando inmuebles, a principios de los cincuenta. Ahora tiene una pequeña empresa y dirige el trabajo desde la oficina.

Este pasaje me hizo caer en la cuenta de un par de obviedades que yo comprendía intelectualmente, pero que había sido incapaz de asimilar orgánicamente. Como buen varón occidental y antimachista del siglo XXI, siempre había considerado que no podía haber nada más retrógrado para las mujeres que considerarlas amas de casa. Sin embargo, nunca me había detenido a pensar que muchas mujeres de la época de mi madre, esto es, educadas durante el franquismo, solo tenían una posibilidad para irse de casa de sus padres: casarse y ejercer de señoras de su propia casa. En mi registro emocional, eso solo sucedía en la Edad Media, en las novelas de Jane Austen, en las noticias de la tele cuando hablan del machismo en Arabia Saudita, etcétera. Me costaba entenderlo en términos de un pasado tan reciente. En el mío, por ejemplo.

Me autotraduzco: que una mujer saudí conduzca un coche o trabaje de vendedora en un centro comercial puede ser todo un gesto de liberación (aunque lo haga con burka, tenga siete hijos y sirva a su marido como si fuera su súbdita). Desde mi atalaya miope, me puede parecer escaso; sin embargo, en el contexto de su época y de su cultura, puede ser una rebelión en toda regla, una chispa que prenda una llama mayor. Lo que yo puedo ver —salvando las distancias— con claridad en una mujer musulmana del siglo XXI era incapaz de verlo en una española del siglo XX. Limitaciones que tiene uno.

Y por hilvanar (o deshilvanar) un poco más la madeja, ese pasaje me hizo recordar a tres amas de casa bastante singulares. Una de ellas es Hillary Clinton, quien tuvo problemas con cierto electorado femenino por criticar o rehuir el estereotipo de feliz ama de casa que solo se preocupa por su marido y sus hijos. Es conocida, por ejemplo, esta frase suya: «Podría haberme quedado en casa horneando galletas y tomando el té, pero decidí cumplir con mi profesión». Años más tarde, en cuanto mostró algo de cansancio por su carrera política, el muy conservador ABC español no dudó en titular así: «Hillary Clinton añora ser ama de casa».
“Pude quedarme en casa horneando galletas y tomando té, pero decidí cumplir con mi profesión...”

Este contenido ha sido publicado originalmente por Diario EL COMERCIO en la siguiente dirección: http://www.elcomercio.com/mundo/Amada-odiada-animal-politico-Hillary_Clinton_0_847115321.html. Si está pensando en hacer uso del mismo, por favor, cite la fuente y haga un enlace hacia la nota original de donde usted ha tomado este contenido. ElComercio.com
“Pude quedarme en casa horneando galletas y tomando té, pero decidí cumplir con mi profesión...”.

Este contenido ha sido publicado originalmente por Diario EL COMERCIO en la siguiente dirección: http://www.elcomercio.com/mundo/Amada-odiada-animal-politico-Hillary_Clinton_0_847115321.html. Si está pensando en hacer uso del mismo, por favor, cite la fuente y haga un enlace hacia la nota original de donde usted ha tomado este contenido. ElComercio.com

Otra ama de casa vigilada con lupa  es Michelle Obama. Ella, como recoge el blog Ala Oeste, «ha sido descubierta haciendo la compra en un supermercado de precios bajos, como cualquier ama de casa en estos tiempos difíciles». Y la tercera es Letizia Ortiz, a quien la Real Academia de la Historia le sirvió en bandeja el titular a la revista 10 minutos: «Letizia Ortiz, un ama de casa real» (noticia ampliada aquí). Vamos, que no era tan fácil despachar el asunto de las tareas domésticas como me parecía; al contrario, es una cuestión que esconde una gran complejidad.

En fin, he aquí un libro jugoso para dialogar con él y resituar algunos prejuicios. Eso sí, como la industria editorial funciona como funciona, calculo que la novela ya solo se consigue en la biblioteca, en los saldos o en IberLibro.



PD 01. Me he quedado con ganas de leer  Retrato del fascista adolescente, un libro muy singular que Prometeo-Moya publicó en los setenta y que causó impactó entre los progres literarios del momento. ahora lo ha reeditado Berenice. Y, según me recomiendan, debería pasar también por La loba, que acaso hubiera brillado más de no haber coincidido con la emergencia de Antonio Muñoz Molina.

PD 02. Aquí, una entrevista con el autor.

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