31 de enero de 2014

Últimas conversaciones con Pilar Primo, Antonio-Prometeo Moya

Ultimas conversaciones con Pilar Primo es una novela incómoda para los prejuicios políticos. En particular, los de izquierda. De hecho, una amiga algo militante casi me tiró el libro a la cabeza después de leerlo; según ella, la novela pasa de largo por los abusos de la dictadura franquista y solo contribuye a consolidar una imagen conservadora, paternalista, etc., de la mujer. Mi amiga, sospecho, hubiera querido algo más en sintonía con ciertas generalizaciones de la izquierda que ni a la izquierda misma hacen bien.

El problema de esta novela histórica de ficción es que, en ciertos momentos, te hace sentir un poco falangista. Y eso implica, claro,  considerar que algunos de los puntos de vista del personaje de Pilar Primo son razonables; no por llamarse como se llama y ser quien fue todo lo que ese artificio narrativo dice es «basura fascista», etc. (Por si alguien no se ha dado cuenta, insisto una y otra vez en que este libro es ficción).

Además, como alguien me explicó una vez, todos llevamos dentro un fascista y un estalinista,  un imbécil y un tipo inteligente, un valiente y un cobarde... Pero el problema no es lo que llevas dentro, sino lo que dejas salir fuera. Últimas conversaciones con Pilar Primo (Caballo de Troya, 2006) hurga en esa herida: lo que eres vs. lo que dejas salir.

De toda la novela, me quedo con un pasaje que me noqueó y me hizo pensar mucho:
La expresión «ama de casa» está hoy completamente desprestigiada y es imposible entender el valor que tenía para la mayoría de las mujeres en la España subdesarrollada de los años cuarenta y cincuenta. Para las mujeres de las clases adineradas, dada la legislación vigente, podía ser tanto una forma de esclavitud como una forma de hacer vida social y negocios de trastienda, pero para las mujeres de la clase trabajadora equivalía a ser independientes, a tener casa propia, si era posible con una criada para todo, y con una economía doméstica que les permitiera dedicarse a la administración de la casa y a las actividades que más les gustaran. Esta idea de la mujer como «reina del hogar», que hoy se considera una cursilada reaccionaria, fue un factor muy importante en la educación de las mujeres de la clase trabajadora de aquellos tiempos. Lo sé por el ejemplo de mi madre. No sé a otras mujeres, pero a mi madre no la engañaron. Ella quiso ser ama de casa, no porque ustedes se lo inculcaran, ni porque se lo ordenasen los curas, sino porque eso era lo que quería. Lo que no sé es si ha sido alguna vez la reina de su hogar. Supongo que hasta cierto punto sí. Nunca hemos tenido criadas, pero mi padre se ha ganado la vida relativamente bien pintando inmuebles, a principios de los cincuenta. Ahora tiene una pequeña empresa y dirige el trabajo desde la oficina.

Este pasaje me hizo caer en la cuenta de un par de obviedades que yo comprendía intelectualmente, pero que había sido incapaz de asimilar orgánicamente. Como buen varón occidental y antimachista del siglo XXI, siempre había considerado que no podía haber nada más retrógrado para las mujeres que considerarlas amas de casa. Sin embargo, nunca me había detenido a pensar que muchas mujeres de la época de mi madre, esto es, educadas durante el franquismo, solo tenían una posibilidad para irse de casa de sus padres: casarse y ejercer de señoras de su propia casa. En mi registro emocional, eso solo sucedía en la Edad Media, en las novelas de Jane Austen, en las noticias de la tele cuando hablan del machismo en Arabia Saudita, etcétera. Me costaba entenderlo en términos de un pasado tan reciente. En el mío, por ejemplo.

Me autotraduzco: que una mujer saudí conduzca un coche o trabaje de vendedora en un centro comercial puede ser todo un gesto de liberación (aunque lo haga con burka, tenga siete hijos y sirva a su marido como si fuera su súbdita). Desde mi atalaya miope, me puede parecer escaso; sin embargo, en el contexto de su época y de su cultura, puede ser una rebelión en toda regla, una chispa que prenda una llama mayor. Lo que yo puedo ver —salvando las distancias— con claridad en una mujer musulmana del siglo XXI era incapaz de verlo en una española del siglo XX. Limitaciones que tiene uno.

Y por hilvanar (o deshilvanar) un poco más la madeja, ese pasaje me hizo recordar a tres amas de casa bastante singulares. Una de ellas es Hillary Clinton, quien tuvo problemas con cierto electorado femenino por criticar o rehuir el estereotipo de feliz ama de casa que solo se preocupa por su marido y sus hijos. Es conocida, por ejemplo, esta frase suya: «Podría haberme quedado en casa horneando galletas y tomando el té, pero decidí cumplir con mi profesión». Años más tarde, en cuanto mostró algo de cansancio por su carrera política, el muy conservador ABC español no dudó en titular así: «Hillary Clinton añora ser ama de casa».
“Pude quedarme en casa horneando galletas y tomando té, pero decidí cumplir con mi profesión...”

Este contenido ha sido publicado originalmente por Diario EL COMERCIO en la siguiente dirección: http://www.elcomercio.com/mundo/Amada-odiada-animal-politico-Hillary_Clinton_0_847115321.html. Si está pensando en hacer uso del mismo, por favor, cite la fuente y haga un enlace hacia la nota original de donde usted ha tomado este contenido. ElComercio.com
“Pude quedarme en casa horneando galletas y tomando té, pero decidí cumplir con mi profesión...”.

Este contenido ha sido publicado originalmente por Diario EL COMERCIO en la siguiente dirección: http://www.elcomercio.com/mundo/Amada-odiada-animal-politico-Hillary_Clinton_0_847115321.html. Si está pensando en hacer uso del mismo, por favor, cite la fuente y haga un enlace hacia la nota original de donde usted ha tomado este contenido. ElComercio.com

Otra ama de casa vigilada con lupa  es Michelle Obama. Ella, como recoge el blog Ala Oeste, «ha sido descubierta haciendo la compra en un supermercado de precios bajos, como cualquier ama de casa en estos tiempos difíciles». Y la tercera es Letizia Ortiz, a quien la Real Academia de la Historia le sirvió en bandeja el titular a la revista 10 minutos: «Letizia Ortiz, un ama de casa real» (noticia ampliada aquí). Vamos, que no era tan fácil despachar el asunto de las tareas domésticas como me parecía; al contrario, es una cuestión que esconde una gran complejidad.

En fin, he aquí un libro jugoso para dialogar con él y resituar algunos prejuicios. Eso sí, como la industria editorial funciona como funciona, calculo que la novela ya solo se consigue en la biblioteca, en los saldos o en IberLibro.



PD 01. Me he quedado con ganas de leer  Retrato del fascista adolescente, un libro muy singular que Prometeo-Moya publicó en los setenta y que causó impactó entre los progres literarios del momento. ahora lo ha reeditado Berenice. Y, según me recomiendan, debería pasar también por La loba, que acaso hubiera brillado más de no haber coincidido con la emergencia de Antonio Muñoz Molina.

PD 02. Aquí, una entrevista con el autor.

26 de enero de 2014

La balada del café triste, Carson McCullers

(...) ¿Qué clase de amor era, pues, aquel?

En primer lugar, el amor es una experiencia común a dos personas. Pero el hecho de ser una experiencia común no quiere decir que sea una experiencia similar para las dos partes afectadas. Hay el amante y el amado, y cada uno de ellos proviene de regiones distintas. Con mucha frecuencia, el amado no es más que un estímulo para el amor acumulado durante años en el corazón del amante. No hay amante que no sé dé cuenta de eso con mayor o menor claridad; en el fondo, sabe que su amor es un amor solitario. Conoce entonces una soledad nueva y extraña, y este conocimiento le hace sufrir. No le queda más que una salida: alojar su amor en su corazón del mejor modo posible; tiene que crearse un nuevo mundo interior, un mundo intenso, extraño y suficiente. Permítasenos añadir que este amante no ha de ser un necesariamente un joven que ahorra para un anillo de boda; puede ser un hombre, una mujer, un niño, cualquier criatura humana sobre la tierra.

Y el amado puede presentarse bajo cualquier forma. Las personas más inesperadas pueden ser un estímulo para el amor. Se da por ejemplo el caso de un hombre que es ya un abuelo que chochea, pero sigue enamorado de una muchacha desconocida que vio una tarde en las calles de Cheehaw, hace veinte años. Un predicador puede estar enamorado de una perdida. El amado podrá ser un traidor, un imbécil o un degenerado; y el amante ve sus defectos como todo el mundo, pero su amor no se altera lo más mínimo por eso. La persona más mediocre puede ser objeto de un amor arrebatado, extravagante y bello como los lirios venenosos de las ciénagas. Un hombre bueno puede despertar una pasión violenta y baja, y en algún corazón puede nacer un cariño tierno y sencillo hacia un loco furioso. Es solo el amante quien determina la valía y la cualidad de todo amor.


Por esta razón, la mayoría preferimos amar a ser amados. Casi todas las personas quieren ser amantes. Y la verdad es que, en el fondo, el convertirse en amados resulta algo intolerable para muchos. El amado teme y odia al amante, y con razón: el amante siempre está queriendo desnudar a su amado. El amante fuerza la relación con el amado, aunque esta experiencia no le cause más que dolor.

*

La balada del café triste, Carson McCullers
Traducción de María Campuzano

PD. Aquí hay un vídeo añejo con una entrevista a la autora.

18 de enero de 2014

Mis mujeres, Francisco Umbral

Mis mujeres, de Francisco Umbral fue publicado en febrero de 1976. O eso figura al menos en mi ejemplar. Por tanto, por una aritmética periodística que me acabo de inventar, diría que todo o casi todo lo que cuenta don Francisco habría que fecharlo alrededor de 1975, un año que me interesa particularmente, no porque muriera Franco, sino porque nací yo. Y, como quiera que nací de mujer —y no de espíritu santo—, el libro me ha interesado mucho y bien.

A modo de síntesis, recojo 8 cosas que he aprendido sobre aquel tiempo tan revuelto en que vine al mundo y que mis padres han olvidado contarme en las sobremesas familiares:


01 | 1975 debió de ser el año de las solteras. O eso o Umbral estaba obsesionado con ellas, vamos... De los muchos fragmentos que podría extractar para reflejar eso, me quedo con este (pág. 38):
El periodista Álvaro Santamaría acaba de hacer un libro sobre las solteras españolas, donde entrevista a algunas de las más famosas. La consecuencia general a obtener es que hoy, a la mujer no la dejan soltera. Se queda ella soltera porque quiere. Deja ella soltera al hombre. Apunta, pues, una raza nueva de solteras, que nada tiene que ver con las solteronas, ni tampoco con la sufragista. Apunta a un matriarcado de mujeres autosuficientes.
Quizá las mujeres decidieran quedarse solteras, pero lo del matriarcado... Lo del matriarcado va a ser que no ha llegado ni siquiera en 2014, don Francisco. De momento, además de una ley del aborto que elimina el derecho a que ellas decidan, lo que más se lleva últimamente por aquí en mujeres es el modelo Ana Mato o infanta Cristina; ya se sabe: la mujer tonta o enamorada que no se entera de los tejemanejes de su marido (o futuro exmarido).

02 | 1975 debió de ser también el año de la crisis de la mujer burguesa. Este fragmento (pág. 41) lo cuenta la mar de bien, con guiño buñuelesco incluido:
La familia y el matrimonio está en crisis. Y están en crisis, en alguna medida, porque también la mujer burguesa viene haciendo una especie de revolución. Todo el edificio de la mujer tradicional estaba basado en la resignación de la mujer. A medida que la mujer es menos resignada —y no solo la madre-esposa, sino también las hijas e incluso las criadas—, el edificio empieza a moverse como un barco. (...) Las nuevas solteras que piden hijos sin padre incluso en los países más conservadores de Europa no son precisamente adolescentes desarraigadas y viajeras (estas hacen lo que les parece y no dicen nada a nadie), sino mujeres más o menos integradas que quieren no cargarse la sociedad burguesa, sino hacerla evolucionar. Porque casi todo el mundo está ya desencantado del discreto encanto de la burguesía.
03 | Umbral era más feminista que muchas mujeres de su época (y de la mía). Quizá esa veta quede a veces algo oculta debido a su erotomanía, pero don Francisco nos dice cosas muy rotundas a los varones... Cosas acaso incomprensibles para Alberto Ruiz Gallardón y Jorge Fernández Díaz, más preocupados ellos por el aborto, las tasas judiciales o revivir a ETA que por erradicar la violencia machista. Atentos, ministros, a lo que dice el muy rojo de Umbral:
No solo se trata de conseguir mujeres con más derechos, más agresivas, más libres. Sino que también se trata de conseguir hombres con menos derechos, menos agresivos y, en consecuencia, también más libres.
04 | ¿Frígida o no frígida? Esa era la cuestión. Junto con la soltería, la frigidez debía de ser el otro gran tema de moda. Hace unos años toda conversación sexual siempre terminaba en el punto G; en 1975, en la frigidez. Al menos toda charla de Umbral, digo, que incluso le preguntó por ello a Lola Flores y a Carmen Sevilla. Por cierto, cosas de la vida: a las dos folclóricas les dio por hablar de su vida sexual y la prensa conservadora montó tal pollo que Umbral debió suspender la serie de entrevistas. Merece la pena leerlas para comprobar que ni Carmen ni Lola decían ná de ná... Moraleja: qué reprimidos éramos y estábamos entonces.

05 | Diálogo para comprender España (unidad de destino...)

FRANCISCO UMBRAL. —¿Tú no entiendes de política, verdad?
CARMEN SEVILLA. —No, pero soy franquista.

06 | Ana Belén, la progre nacional. En 2014, Ana Belén es el rostro visible de una obra de teatro de Vargas Llosa... En 1975, Ana Belén tenía 24 años, militaba en el Partido Comunista, presumía de no llevar nunca sujetador y llevaba muy a gala ser hija de una portera de Embajadores. Según Umbral, ella era «la progre nacional» porque, entre otras cosas, estaba a favor del divorcio, de un concepto abierto del matrimonio y presumía de muslamen en las películas. Además, la actriz tenía opiniones políticas: «Creo en la revolución pacífica. La prefiero. Pero la caída de Allende nos demuestra que Castro tenía razón». Eso sí, en el asunto del aborto no era tan clara; a Umbral le dejó dicho esto: «Creo que se pueden tomar muchas medidas y precauciones para no llegar al aborto».

07 | La doma del varón. El varón domado, de la argentino-alemana Esther Vilar, debió de ser un bombazo. Y Umbral se pasó pipa con la gresca que se montó tras el paso de la autora por el programa de televisión de José María Íñigo. Al parecer, ese libro sostiene —diría que de manera irónica— que las mujeres manipulan a los varones a través del sexo y eso las hace, nunca mejor dicho, tener la sartén por el mango. Umbral se centra más en el follón que se montó que en lo que dice el libro, así que hasta que no lo lea no puedo opinar. El caso es que la turbamulta patria femenina dejó el pabellón muy alto a la hora de insultar a la susodicha autora. La palma se llevó la escritora Carmen Rico-Godoy, quien aseveró que Esther Vilar «no tenía ovarios, sino dos crucecitas gamadas».

08 | Sara Montiel, la mujer del pueblo. Lola Flores, Carmen Sevilla o Sara Montiel, pese a nadar ya en la abundancia bancaria, reclamaban para sí en 1975 el abolengo de «artistas del pueblo». Decían ellas que habían nacido del pueblo y que actuaban para el pueblo. Y lo decían sin complejos, como si fueran mujeres machadianas de las que bebían del vino que servían en las tabernas. Es más: la muy proletaria de Sara Montiel consideraba, en un arranque popular sin igual, que su piel era perfecta y que no pensaba estirársela nunca jamás... Ay, Sarita. Pero, bueno, quizá lo más interesante de Saritísima es que cuenta que se negó a presidir un desfile en Yugoslavia con el comunista de Tito, que pedía un «socialismo democrático» para España, que estaba a favor de la píldora y en contra del aborto. Y también, como dejó demostrado en vida, estaba convencida de que el matrimonio no era para siempre.


Bonus track. Francico Umbral vs. Marilyn Monroe.

12 de enero de 2014

España invertebrada, Ortega y Gasset

Para llevarse bien con Ortega y Gasset mientras lees España invertebrada, yo diría que hacen falta 3 cosas:

01 | Soslayar su tufillo machistoide y sustituir todas sus referencias a hombre por persona. Y no es una mera cuestión gramatical, en serio; sencillamente es que hay momentos en que Ortega, más que un hijo de las convenciones sociales de su tiempo, parece un convencido de sus privilegios como varón. Basta leer la última página del ensayo. Allí, antes de concluir que «hay que ponerse a forjar un nuevo tipo de hombre español», nos deja claro lo siguiente a sus lectores:
(...) Y es que la burguesía española no admite la posibilidad de que existan modos de pensar superiores a los suyos ni que haya hombres de rango intelectual y moral más alto que el que ellos dan a su estólida existencia. De este modo se ha ido estrechando el contenido espiritual del alma española, hasta el punto de que nuestra vida entera parece hecha a la medida de las cabezas de señoras burguesas, y cuanto trascienda de tan angosta órbita toma un aire revolucionario, aventurado y grotesco.

Yo espero que en este punto se comporten las nuevas generaciones con la mayor intransigencia. Urge remontar la tonalidad ambiente de las conversaciones, del trato social y de las costumbres hasta un grado incompatible con las señoras burguesas.
A ver, no es que a mí me caigan particularmente bien las señoras burguesas; sin embargo, me llama la atención que las dos únicas referencias a las mujeres en todo el libro sean esta y otra donde Ortega habla sobre el refinamiento y los modales femeninos. Es decir: Ortega no asocia nunca la palabra mujer a la inteligencia, a lo intelectual o a la capacidad de transformar la sociedad. La única palabra que conoce Ortega es hombre.


Y, ojo, tampoco es que yo quiera hilar fino; al contrario: lo que cuento debería saltarle a la vista a cualquiera. Sin ir más lejos, en la pág. 72, cuando Ortega explica que el drama de España se debe a la ausencia de inteligencias excelsas que sirvan de ejemplo a seguir al resto del país, su enumeración es pura testosterona: Bismarck, Cavour, Victor Hugo, Dostoievsky, Faraday o Pasteur... ¿Qué le habría costado a él, que tanto le gustaba dárselas de internacional, incluir a Marie Curie, doble Premio Nobel, uno en Física en 1903 y otro en Química en 1911?

Nada, ¿verdad?

Pero es que no para ahí la cosa. En la página siguiente, cuando compara la inteligencia de la generación anterior con la suya, la del 98, tampoco hay mujer alguna: Echegaray vs. Rey Pastor, Ruiz Zorrilla vs. Lerroux, Sagasta vs. Romanones, Menéndez Pelayo vs. Menéndez Pidal, Valera vs. Ayala... Quizá fue un olvido, quién sabe; pero el libro es de 1921 y lo reeditó 4 veces, la última en 1934. En fin, que no sale muy bien parado Ortega.

Es curioso: empecé leyendo este ensayo porque me interesaba lo que cuenta sobre el origen de la nación española, el asunto de los separatismos o la aristofobia patria. Sin embargo, cuando lo he terminado y, contra todo pronóstico, mi primera reflexión es sobre el machismo que late en sus páginas. A lo mejor es que el nacionalismo, sea español, vasco o catalán, es una cosa muy de machos.

02 | Hay que entender bien qué es un hombre (o una mujer) masa. Con masa, Ortega no se refiere a los pobres o a los obreros, sino a cualquier idiota, pertenezca a la clase social que pertenezca. Por tanto, hay hombres y mujeres masa en la aristocracia, en la burguesía o en el proletariado. En todas partes. El dinero o el patrimonio —pese a los privilegios culturales inherentes que conllevan— no garantizan saber usar las neuronas. Ortega lo dice así (pág. 88, en el capítulo «Ejemplaridad y docilidad»):
Un tosca sociología, nacida por generación espontánea y que desde hace mucho tiempo domina las opiniones circulantes, tergiversa esos conceptos de masa y minoría selecta, entendiendo por aquella el conjunto de las clases económicamente inferiores, la plebe, y por esta las clases más elevadas socialmente. Mientras no corrijamos este quid pro quo no adelantaremos un paso en la inteligencia de lo social.

En toda clase, en todo grupo que no padezca graves anomalías, existe siempre una masa vulgar y una minoría sobresaliente. Claro es que, dentro de una sociedad saludable, las clases superiores, si lo son verdaderamente, contarán con una minoría más nutrida y más selecta que las clases inferiores. Pero esto no quiere decir que falte en aquellas la masa. Precisamente, lo que acarrea la decadencia social es que las clases próceres han degenerado y se han convertido en masa vulgar.
El lector podrá estar más o menos de acuerdo con los conceptos orteguianos de ejemplaridad - docilidad, minoría dirigente - masa, sociedad saludable, etc. Ahora bien, don José, como suele hacer, explica su punto de vista con claridad, nitidez y palabras sencillas. Lo dicho: hay tontos ricos y tontos pobres.

03 | El egregio punto de vista de quien escribe. España invertebrada está escrita desde la perspectiva de quien se considera a sí mismo un individuo que integra una minoría selecta y que, según su propia filosofía, debe dirigir a la sociedad en su camino hacia el progreso. De ahí que a veces su tono sea algo petulante. Conviene recordar que don  José fue candidato a presidente de la Segunda República, en 1931. Según cuenta Andrés Trapiello y figura en esta web, nuestro egregio pensador sacó solo 1 voto, al igual que Unamuno, y ambos perdieron con Alcalá-Zamora, quien obtuvo 362 votos. Quiero decir: Ortega se pensaba a sí mismo como parte de la élite española que debía encauzar y desaborregar a las masas (de toda clase social). Y escribía desde ahí.

                                                                                *

Contextualizado así el ensayo, España invertebrada me ha parecido una lectura deliciosa y jugosa. Hacía tiempo que no me lo pasaba tan bien leyendo no-ficción. En primer lugar, porque Ortega escribe muy bien, de manera fiel a esa máxima suya que usa la RAE para explicar el empleo del dos puntos: «La claridad es la cortesía del filósofo». Desconozco cuánto han calado otros conceptos orteguianos en la universidad española; ahora bien, este de la claridad expositiva puedo dar testimonio de que muy poco. Por desgracia, en nuestras cátedras sigue en alza la oración kilométrica, el párrafo interminable o la palabrería larga con sabor a chascarrillo académico, y todo ello sazonado además por un notable desconocimiento de la puntuación. Más de una vez me he topado con personas que incluso sostienen un pensamiento absurdo: la prosa universitaria debe ser oscura, barroca y a ser posible ininteligible. Se nota que no han leído a Ortega; con él da gusto leer y debatir.

Y en segundo lugar, he disfrutado del libro porque su contenido es de lo más oportuno para pensar sobre el momento político que vivimos en España. Al amparo de las reflexiones de Ortega sobre el nacimiento de la nación española, resulta interesante comparar si han cambiado mucho o poco las cosas entre 1921 y 2013 en el asunto del separatismo catalán o vasco. El ensayo está repleto de párrafos que valdría la pena extractar, pero este largo fragmento (págs. 49, 50 y 51) diría que sintetiza una parte importante de cómo veía el problema Ortega en aquel entonces. Como suele decirse, llama la atención su vigencia:

(...) El propósito de este ensayo es corregir la desviación en la puntería del pensamiento político al uso, que busca el mal radical del catalanismo y el bizcaitarrismo en Cataluña y en Vizcaya, cuando no es allí donde se encuentra. ¿Dónde, pues?

Para mí esto no ofrece duda: cuando una sociedad se consume víctima del particularismo, puede afirmarse siempre que el primero en mostrarse particularista fue precisamente el Poder central. Y esto es lo que ha pasado en España.

Castilla ha hecho a España y Castilla la ha deshecho.

Núcleo inicial de la incorporación ibérica, Castilla acertó a superar su propio particularismo e invitó a los demás pueblos peninsulares para que colaborasen en un gigantesco proyecto de vida común. Inventa Castilla grandes empresas incitantes, se pone al servicio de altas ideas jurídicas, morales, religiosas; dibuja un sugestivo plan de orden social; impone la norma de que todo hombre mejor debe ser preferido a su inferior, el activo al inerte, el agudo al torpe, el noble al vil. Todas estas aspiraciones, normas, hábitos, ideas se mantienen durante algún tiempo vivaces. Las gentes alientan influidas eficazmente por ellas, creen en ellas, las respetan o las temen. Pero si nos asomamos a la España de Felipe III advertimos una terrible mudanza.

A primera vista nada ha cambiado, pero todo se ha vuelto de cartón y suena a falso. Las palabras vivaces de antaño siguen repitiéndose, pero ya no influyen en los corazones: las ideas incitantes se han tornado tópicos. No se emprende nada nuevo, ni en lo político, ni en lo científico, ni en lo moral. Toda la actividad que resta se emplea precisamente «en no hacer nada nuevo», en conservar el pasado —instituciones y dogmas—, en sofocar toda iniciación, todo fermento innovador. Castilla se transforma en lo más opuesto a sí misma: se vuelve suspicaz, angosta, sórdida, agria. Ya no se ocupa en potenciar la vida de las otras regiones; celosa de ellas, las abandona a sí mismas y empieza a no enterarse de lo que en ellas pasa.

Si Cataluña o Vasconia hubiesen sido las razas formidables que ahora se imaginan ser, habrían dado un terrible tirón de Castilla cuando esta comenzó a hacerse particularista, es decir, a no contar debidamente con ellas. La sacudida en la periferia hubiera acaso despertado las antiguas virtudes del centro y no habrían, por ventura, caído en la perdurable modorra de idiotez y egoísmo que ha sido durante tres siglos nuestra historia.

Analícense las fuerzas diversas que actuaban en la política española durante todas esas centurias, y se advertirá claramente su atroz particularismo. Empezando por la Monarquía y siguiendo por la Iglesia, ningún poder nacional ha pensado más que en sí mismo. ¿Cuándo ha latido el corazón, al fin y al cabo extranjero, de un monarca español o de la Iglesia española por los destinos hondamente nacionales? Que se sepa, jamás. Han hecho lo contrario: Monarquía e Iglesia se han obstinado en adoptar sus destinos propios como los verdaderamente nacionales, han fomentado generación tras generación, una selección inversa en la raza española. Sería curioso y científicamente fecundo hacer una historia de las preferencias manifestadas por los reyes españoles en la elección de las personas. Ella mostraría la increíble y continuada perversión de las valoraciones que los ha llevado casi indefectiblemente a preferir los hombres tontos a los inteligentes, los envilecidos a los irreprochables.

Ahora bien: el error habitual inveterado, en la elección de las personas, la preferencia reiterada de lo ruin a los selecto es el síntoma más evidente de que no se quiere en verdad hacer nada, emprender nada, crear nada que perviva luego por sí mismo. Cuando se tiene el corazón lleno de un alto empeño se acaba siempre por buscar los hombres más capaces de ejecutarlo.

En vez de renovar periódicamente el tesoro de ideas vitales, de modos de coexistencia, de empresas unitivas, el Poder público ha ido triturando la convivencia española y ha usado de su fuerza nacional casi exclusivamente para fines privados.

¿Es extraño que, al cabo del tiempo, la mayor parte de los españoles, y desde luego la mejor, se pregunte: para qué vivimos juntos? Porque vivir es algo que se hace hacia adelante, es una actividad que va de este segundo al inmediato futuro. No basta, pues, para vivir, la resonancia del pasado, y mucho menos para convivir. Por eso decía Renan que una nación es un plebiscito cotidiano. En el secreto inefable de los corazones se hace todos los días un fatal sufragio que decide si una nación puede de verdad seguir siéndolo. ¿Qué nos invita el Poder público a hacer mañana en entusiasta colaboración? Desde hace mucho tiempo, mucho, siglos, pretende el Poder público que los españoles existamos no más para que él se dé el gusto de existir. Como el pretexto es excesivamente menguado, España se va deshaciendo, deshaciendo... Hoy ya es, más bien que un pueblo, la polvareda que queda cuando por la gran ruta histórica ha pasado galopando un gran pueblo...

En 2014 Ortega sería tachado de antipatriota. ¿Qué es eso de que una nación es un plebiscito cotidiano? Y peor aún: ¿por qué preguntarse para qué vivimos juntos? Este fragmento me hizo pensar en un argumento que le escuché hace muy poco a Oriol Junqueras, el hábil presidente de Esquerra Republicana de Catalunya. En la SER, con Pepa Bueno, dijo algo así como que España, en vez de amenazar tanto, debería intentar seducir a Cataluña, esto es, presentar un proyecto que ilusione al pueblo catalán y que le haga querer quedarse en España. Hasta ese día, nunca había escuchado plantear así el conflicto; nunca había escuchado, como en una relación de pareja al uso, pedir razones para seguir juntos.

Descontada la parte tramposa del argumento de Junqueras —en Cataluña los recortes son de aúpa— y descontado también lo que hay de interés financiero en el planteamiento, el argumento es orteguiano. Y muy bueno. Y hasta donde sé —que no es mucho—, juraría que nadie lo ha rebatido; en España carecemos de algo similar al better together que ha elaborado el Gobierno inglés para seducir a los escoceses. Se ve que aquí, con la gloria de la Roja y amenazar al Barcelona con relegarlo a una liga catalana, basta.

Y, honestamente, me encantaría que los políticos dejasen de argumentar con la Constitución, la Guardia Civil o toda clase de plagas bíblicas y que nos explicasen a todo el mundo por qué debemos convivir castellanos, navarros, vascos, andaluces, catalanes y demás tropa. ¿Por qué? ¿Para qué? O, como diría Ortega, ¿cuáles son esas grandes gestas para las cuales necesitamos unir fuerzas y convivir?

¿Para compartir celebrities del corazón? ¿Por el Mundial de este año? ¿Eso nomás?

Es que, bien mirado, diría que España, tal y como la tenemos montada ahora, tiene poco futuro que ofrecer:
En serio, ¿cuál es nuestro proyecto de vida juntos? ¿Chus Lampreave, Gasol y Chiquito de la Calzada promocionando la españolidad a través del embutido?

Ay, mare meua, quin país.

*

PD. Si alguien no ha tenido bastante con este empacho de Ortega, también puede leerse la reseña que escribí sobre la biografía, El maestro en el erial, que Gregorio Morán le dedicó. 

8 de enero de 2014

Fuera de juego, Miguel Ángel Ortiz

En noviembre presenté, junto con Miguel Ángel Ortiz y Constantino Bértolo, Fuera de juego. Autor, editor y el juglar de marras nos trasladamos hasta Medina de Pomar, donde nos acompañaron unos 60 parroquianos del lugar, que llenaron la sala de cultura del Ayuntamiento como si fuera el campo del Alcázar F.C. en día de derbi. Además de la familia y los amigos, por allí andaban algunos integrantes del club de lectura del pueblo, algunos medios de comunicación de la comarca, el entrenador de fútbol que tuvo Miguel... En fin, muy buena, generosa y calurosa compañía en un sábado a temperatura de frigorífico —siempre por debajo de 5.º C— y con aguanieve cayendo del cielo burgalés cada tanto.

 La idea de presentar la novela en Medina surgió por tres razones: Miguel se crió en el pueblo, la novela transcurre allí y en Medina, además, nació el mítico Chus Pereda, quien desempeña un papel narrativo relevante en el libro. Vamos, que lo raro hubiera sido no haber presentado Fuera de juego ante la afición local. Así que ese sábado nos tocó madrugar, rodar kilómetros y kilómetros desde Madrid, atravesar el precioso desfiladero del río Oca y bajarnos del caballo casi en la frontera con el País Vasco, en plena comarca de Las Merindades.

La editorial, Caballo de Troya, acaba de publicar una entrevista que le realicé al autor. Copio aquí unos cuantos párrafos; el resto del material puede leerse en la web de Mondadori. [Actualización: ya no puede leerse en la web de la editorial, que ahora ya no se llama así sinoPenguin Random House; la entrevista completa puede leerse en este enlace.]

Y si alguien quiere leer alguna reseña, enlazo estas tres: una de Cristian Vázquez en su blog Una birome, esta de Manuel Abacá en Por las montañas de Holanda y esta de Ascensión Rivas en El Mundo.

*



01 | El fútbol está omnipresente en Fuera de juego. ¿Qué te ha permitido contar este deporte que, de otro modo, no podrías haberlo hecho sin él?

El fútbol ha sido una herramienta muy importante para entender el mundo que me rodea. Me ha servido para aprender sobre el esfuerzo y el trabajo, no solo individual sino también en equipo. En la novela, es uno de los ejes fundamentales ya que en la vida de esos chavales el fútbol es lo más importante: es con lo que sueñan, con lo que aprenden a ganar y, sobre todo, a perder. Es un juego que ayuda a crecer. Un gol puede sacarte de la mediocridad, un partido puede cambiar una semana. La vida de mucha gente no se podría contar sin el fútbol, y la de estos chavales va muy ligada al balón.


02 | Y ahora, la pregunta contraria: usar el fútbol como material narrativo, ¿te ha impuesto alguna limitación?

En esta historia, no. Va de fútbol y, gracias a él, los chavales crecen y aprenden. En general, el fútbol se asocia con los bares, con la diversión de masas o con «el opio del pueblo»; pero, aun siendo acaso todo eso, es una buena metáfora de la existencia, del juego de la vida, y es lógico que aparezca con más frecuencia en los libros también. El fútbol me ha abierto puertas narrativas que antes no veía.


03 | Tu apuesta se sale de lo que muchas personas esperan de la literatura: la acción transcurre en un barrio de un pueblo, los protagonistas están saliendo de la infancia y el eje narrativo discurre, sobre todo, alrededor de los partidos que juegan estos chicos en la calle. ¿Cómo se te ocurrió que ese era un material novelable?

No sé si se sale de lo normal. Todos los personajes pueden y deben tener voz en la literatura. Yo escribo para conocerme más a mí mismo y, por eso, utilizo personajes que han vivido cosas parecidas a las que hemos vivido muchos de mi generación. No les suceden grandes cosas en el día a día. Los personajes no son héroes ni nada parecido. El eje narrativo son los partidos que juegan en la calle, que les hacen crecer y avanzar. Del fútbol aprenden, y esa es la idea que trata de trasmitir la novela: hasta en el juego hay un aprendizaje de la vida. Hay muchos escritores que dicen que para que un texto sea honesto debe poder ir de la mano con su autor y, sin esos personajes o el fútbol, este texto no iría de la mano conmigo.

5 de enero de 2014

Que vienen los Reyes Magos...



Esta foto la hice en 2011 en alguna calle del barrio de Lavapiés. Curiosamente, la he encontrado hoy, que Sus Majestades están por llegar... Alude a la obsesión por la videovigilancia que profesa desde hace años el Ayuntamiento de Madrid, en particular en una zona de la ciudad donde abunda la población inmigrante. Para saber un poco más sobre el asunto, enlazo el blog Un barrio feliz y este artículo de la Comisión contra la videovigilancia en Lavapiés.

4 de enero de 2014

La visita, Jose González


(...) A veces me preocupo de qué demonios han hecho con nosotros para que no tengamos agallas, ni temple, ni argumentos para desaprender de este mundo mal inventado.

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Quiero creer que existe alguien que saca lo mejor del otro, que ayuda a vivir, a superar, a crecer.


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(...) me parece que parte importante de la revolución sería disparar a las teles y no a nuestros amigos; dedicar horas a los afectos, a la vida, a mostrar de lo que uno disfruta para que los otros disfrutemos o sepamos que disfrutar será una posibilidad en nuestro camino.

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La visita, Jose González
Caballo de Troya, 2013