30 de septiembre de 2013

Por la gracia de dios, Jesús Munárriz

por todas partes
se veían despojos:
callos, hígado, sangrecilla,
gallinejas, zarajos,
cabezas de cordero,
corazón en filetes,
patas de vaca, lenguas de ternera.
eran tiempos muy malos:
las reses no tenían solomillos.

*

de vez en cuando
había que humillarse más de lo acostumbrado
por ejemplo
para pedir la recomendación 
sin la que hijo el hijo no habría de estudiar.
en tales ocasiones
podía más la lucha por la vida
que la lucha de clases.

                                           *

se servía café,
también café café,
pero solo el café café café
tenía una pequeña
proporción de café.

                                           *

PD. Tres poemas que resumen una época hacia que la que parecemos regresar. Pertenecen al poemario Cuarentena (1977), incluido por Jesús Munárriz en su libro Por la gracia de dios, publicado por Point de lunettes en 2009.


25 de septiembre de 2013

La verdad sospechosa, Juan Ruiz de Alarcón


Venga, vamos en plan marquetinero total: 6 cosas que uno aprende si va a ver clásicos teatrales:
  • La verdad sospechosa se la atribuyeron a Lope de Vega, pero era de Juan de Alarcón. ¿Alarcón? Sí, ese señor que recitabas de memoria en la asignatura de Lengua y Literatura del instituto sin saber quién era o qué había hecho para aparecer a la altura del aquel tridente galáctico que formaban Calderón de la Barca, Tirso de Molina y el mencionado Fénix de los Ingenios. En términos futbolísticos, y en aquellos tiempos, Alarcón te parecía un lateral derecho intercambiable por cualquier otro rompetibias.
  • Otro dato para recordar por si un día tropiezas con Carlos Sobera o Jordi Hurtado concursando en la tele: Juan Ruiz de Alarcón nació en... México (hacia 1580). Además, el buen hombre se pasó la vida viajando en barco de un continente a otro. Y ya que estás acumulando datos para ganar premios en la tele, ahí van dos más: La verdad sospechosa es una obra de madurez —bah, de cuarentón—: don Juan la escribió entre 1618 y 1621; eso sí, no la publicó —y la reconocieron como suya— hasta 1634.
  • Después haber visto una decena de clásicos, he caído en la cuenta de lo obvio: las telenovelas debieron de nacer con el Siglo de Oro español. Hay que ver lo que le he gustaba al pueblo los enredos de todo tipo, en particular los amorosos. Eso sí, frente a otras obras de corte similar, algo que me gustó de La verdad sospechosa es que acaba mal; en la última escena todo se desarregla un poco más de lo que ya estaba. Supongo que ahí reside, en gran parte, el afán moralizante que se le atribuye.
  • Dice Helena Pimienta, la directora del montaje (y no Angela Merkel mandándonos mensajes subliminales sobre si vivimos por encima o por debajo de nuestra posibilidades):
El texto puede inscribirse dentro de un grupo amplio de comedias de diferentes autores, en sintonía con los afanes del conde-duque de Olivares, valido de Felipe IV, para reformar las costumbres heredadas del reinado de Felipe III, intentando ofrecer mejores horizontes a un país inmerso en la corrupción, la vanidad, la ostentación y el lujo. Indicaciones particularmente dirigidas a la nobleza cortesana (como son los personajes de La verdad sospechosa) a la que para servir de ejemplo, se le solicitaba una rectitud moral que excluía especialmente el vicio de mentir.

20 de septiembre de 2013

Diario de campo, Rosario Izquierdo


Cada días ves a tu alrededor el paisaje caótico de vidas bien planificadas y luego hechas un lío, divorcios complicados, hijos confundidos, educados con blanduras o prisas, y después brutalmente implicados en las rupturas, mal protegidos del torbellino económico y sentimental que arrastra a madres y padres. Soledades no buscadas ni deseadas, dentro y fuera de la pareja, que confunden los sueños primerizos y desvían la mirada de lo importante, y a veces rematan como un sinuoso encaje de bolillos muchas de las carreras profesionales femeninas que consiguen el éxito, pero ¿acaso te libras tú de esas soledades por haber interrumpido una carrera profesional? Estás igual de jodida que si hubieras hecho las cosas como el mundo esperaba de ti, este ha sido el soniquete de tus peores momentos, pero tranquilízate, respira y mira al frente. Para qué mortificarte con las posibles opciones. Admite la simpleza de la complejidad: afrontaste las cosas según se fueron presentando, sin una capacidad de planificación de la que carecías, solo con la voluntad de construir algo propio, auténtico. 

De las variadas y múltiples lecturas que ofrece Diario de campo, la más sugerente —para mí— es la que contiene el remate del subrayado anterior: la férrea «voluntad de construir algo propio, auténtico». En mi opinión, todos o casi todos los temas que aborda esta novela giran alrededor de esa idea-imán. Es más: muchos fragmentos pueden leerse como un donoso escrutinio de los daños colaterales que acarrea ser mujer y mantenerse leal a esa divisa mientras construyes tu relación de pareja, crías a tus hijos o peleas por cumplir con tus aspiraciones laborales. Por tanto, es un libro que habla sobre las servidumbres que conlleva asociar ciertas ideas a tu identidad, sobre los peajes que eso implica... Y sobre si una está dispuesta a pagarlos, claro.

(Si es que ya lo decía Susan George: «Las ideas tienen consecuencias»...)

La voz que narra pertenece a una socióloga de unos 45 años que lleva tiempo peleando por reinsertarse en el mercado laboral. A grandes rasgos, su historia es la de una persona que se casó a los veintipocos con un músico diez años mayor y que, cuando se quedó embarazada, optó por tomarse un periodo sabático para criar a sus hijos como ella quería. Una vez cumplidas sus expectativas como madre, decidió retomar las profesionales.

Sin embargo, cuando intenta ingresar en el mercado laboral, las cosas ya no son como antes. Primero: es complicado colocar a una socióloga, en especial si su trabajo de campo es la mujer en barrios marginales. Y segundo: de haber ofertas, estas vienen acompañadas de contratos temporales y de condiciones laborales precarias. A partir de esa situación vital, la narradora se plantea muchas preguntas sobre su condición de mujer, madre y profesional, sobre todo a raíz de coincidir con compañeras o jefas que aún no tienen hijos y quisieran tenerlos. La cuestión que resume el sentir de todas ellas sería algo así: qué es preferible, ¿el limbo profesional al que te manda convertirte en madre o el limbo emocional al que te envía suspender tu maternidad para conseguir progresar en tu trabajo?

Ya sabemos que ese tipo de interrogantes vitales carecen de sentido para gente como Rajoy, que opina que las cosas deben hacerse «como Dios manda». O incluso para Ana Mato, capaz de ver que su marido tenía un Jaguar en el garaje y no preguntarle de dónde había salido semejante cochazo. Sin embargo, por suerte, en este país hay personas que manejan mejores referencias intelectuales que el presidente y con más inquietudes vitales que la ministra de Sanidad. De hecho, hay montones de mujeres que, pese a estar muy cualificadas, viven por debajo de sus posibilidades y que, llegadas a la treintena, se preguntan a lo Cormac McCarthy si este es país para ser madres... Y si, llegado el caso y vistos los sangrientos sacrificios rituales que exige el dios Mercado, hay un momento más adecuado que otro.

O por decirlo de otro modo: ¿es un error ser madre, pongamos, a los 25 (como en muchos países latinoamericanos, por cierto)?  ¿Quiénes empiezan «la casa por el tejado»: aquellas que anteponen el hijo al trabajo —como la narradora —o aquellas que hacen las cosas como todo el mundo, esto es, que medran hasta conseguir un buen puesto, forjarse una estabilidad económica, etc.? ¿Hay que sacrificar todos los proyectos a una idea de estabilidad económica (cada vez más imposible)?

El otro gran tema que abarca este libro está relacionado con la profesión de la narradora (y la autora): el trabajo social con mujeres en barrios marginales de Sevilla. Y desde esa atalaya tan humilde como bien situada, Diario de campo nos alerta sobre los rebrotes de machismo en los adolescentes (esos mozos que embarazan a sus novias de 16 años y cuya pregunta más existencial quizá sea si acceder o no a ser carne de reality en la MTV). Además, nos habla de los burkas, literales o figurados, que aislan social y culturalmente a casi cualquier mujer en esos barrios. O pone sobre la mesa conceptos como «el currículum oculto» y analiza el papel de la abuela como estructuradora de familias desestructuradas.

Diario de campo es un libro ambicioso y transversal, y eso me gusta. Por querer, la narradora quiere incluso poner en crisis la pomposa retórica que aprendió en la universidad. Esa que se nutre de elevadas lecturas y que intenta explicar la realidad al amparo de conceptos como «procesos participativos», «procesos de segmentación laboral» o «agentes sociales». Esa que, sin embargo, a la hora de realizar el trabajo de campo, no sirve para relacionarse con una chica gitana que en vez de ir al colegio vende bragas de acrílico o algodón como si fueran de licra en un mercadillo. Solo por esa escena y esa reflexión merece la pena esta lectura.

Honestamente: no sé muy bien cómo terminar esta reseña sin engancharme con otros asuntos que aborda el texto: el síndrome del nido vacío que generamos los hijos, los espacios propios en las relaciones de pareja, cómo reinsertar a las personas de barrios marginales... Así que optaré por cerrar el comentario aquí nomás y decir que este es uno de esos libros que mejora la calidad de las preguntas con que intentamos encontrar respuestas en ese otro trabajo precario y temporal que es la vida. Sobre todo, si en vez de vidas planificadas y ordenadas por otros, nos empeñamos en desplegar «la voluntad de construir algo propio, auténtico».

Hala, ahí queda eso. ¡A otra cosa!


*

PD 01. Apuntes para el acercamiento a Diario de campo, por Rosario Izquierdo.
PD 02. De algún modo, y aunque sea de manera algo lateral, este libro me recordó el documental Polígono sur.

17 de septiembre de 2013

La vuelta del verano


Lo que cuesta volver de las vacaciones y ponerse al día con todo. Casi más que subir a cualquier montaña (y eso que a la de la foto, el Pic Gabiet, nos llevó un rato llegar). Pero, bueno, va siendo hora de regresar a mantener con vida el blog o si no lo dejaré 2 o 3 meses más en el frigorífico, que me conozco. En fin, aprovecho que he vuelto lleno de buenos propósitos para comenzar a cumplir con alguno de ellos.

Este verano he leído mucho menos de lo que me gustaría; sin embargo, he visto —y aprehendido— más mundo del esperado (que es otra forma de leer). Quizá más adelante me anime y escriba algo al respecto, en especial de la experiencia traumática que supone cruzar la frontera estadounidense rumbo a México con un pasaporte español que diga que naciste en Guadalajara. En serio: traumática. Ahora entiendo un pelín mejor lo que viven los mexicanos a diario con su vecino del norte.

En The West Wing, el presidente de los EE.UU. aparece siempre como un tipo culto que sabe mucho de geografía, historia o literatura. Incluso Aaron Sorkin introduce bromas con el Quijote, como en The Newsroom. Sin embargo, la realidad del aeropuerto de Atlanta —el más transitado del mundo— es algo distinta, y ni el agente Thompson, la agente Williams o el agente Pacheco, entre otros oficiales de policía que custodiaron mi pasaporte y tarjeta de embarque, entendieron del todo que en España también existe una Guadalajara. Incluso desde antes que la otra, la mexicana.

Quizá suene gracioso, pero no lo fue. No estoy acostumbrado a que me tomen por un falsificador de pasaportes, a que me acusen de mentir sobre mi origen o a que alguien abuse de su autoridad y me falte al respeto. Por cierto, tampoco ayuda sobremanera contarle a una agente de policía con pinta de hermana de Venus Williams que eres profesor de escritura creativa o de redacción:

—¿Esa cosa de los libros?
—Sí, esa cosa de los libros.

Algo que, sumado a mi acento al tartamudear en inglés intentando explicar quién era yo y cómo había sido mi vida los 37 años anteriores a este, solo me ayudó a cambiar mi supuesto origen mexicano por un no menos supuesto origen francés o marroquí (¿?). «Cosas veredes que farán fablar las piedras», que decía aquel. Veremos si voy contando alguna cada tanto. Por ahora, a ver si la Policía española me explica por qué soy tan peligroso. Después vendrá lo de inundar el mercado EE.UU. con miel de la Alcarria y discos de Los Hermanos Cubero.