19 de junio de 2013

The West Wing vs. The Jackal



He terminado de ver la 1.ª temporada de The West Wing. Y, como la mayoría de internautas con que me he topado durante mi pesquisa, he descubierto este vídeo y esta cantante debido a la escena en que la portavoz del Gobierno estadounidense, CJ Gregg, canta esta canción para sus compañeros de oficina. Lo hace en plan karaoke y para celebrar que los suyos han ganado una votación importante. En fin, tiene su punto si traspolamos la situación al Gobierno español... (¿Carlos Floriano cantando una de Raphael o de Diango o haciendo de Marvin Gaye?).

La serie de Aaron Sorkin tiene sus luces y sus sombras. Entre las tinieblas destacan el tono melifluo, paternalista y condescendiente sobre cómo hace política un presidente demócrata en la Casa Blanca. A veces, los capítulos tienen resoluciones —y música— digna de un sentimentaloide telefilme navideño más que de una obra de ficción política. Entre lo mucho —y variado— que brilla, me quedo con tres cosas: el modo en que la serie transmite de manera verosímil y entretenida una cantidad inaudita de información sobre la actualidad política, la selección de temas que aborda o la valentía por abordar la política desde la ficción.

Voy por la mitad de la 2.ª temporada; por tanto, de momento, en mi balance pesa más lo claro que lo oscuro. Además, Aaron Sorkin tiene un crédito casi infinito conmigo después de The Newsroom, cuyos diez capítulos me parecieron impecables. Eso sí, he leído que Sorkin se fue en la 4.ª temporada de The West Wing... En fin, veremos si llego hasta el último deuvedé del cofre que me han prestado.

PD. Lo reconozco: lo que más me cuesta de The West Wing es asumir que Rob Lowe, el carilindo cuyas fotos inundaban las carpetas de mis compañeras de instituto, haya llegado a abogado, sea ayudante del jefe de comunicación de la Casa Blanca y escriba discursos para el presidente. Es decir: además de más guapo, ahora también escribe mejor... ¿Pero qué nos vas a dejar a los demás, Rob Lowe? ¿Qué?

*

Did I ever tell you about the man who changed my life?
The one I thought, oh Lord, when I saw him walkin' back in that bar, all tall and
lean with them broad shoulders, sweeeet lips, I knew that I had died and gone to...
Chocolate Heaven...
He had a real deep voice, white pearly teeth, his shoe was always shiny.
Long slender fingers manicured perfectly.
The man wore 800-dollar Italian suit, straight from, I dunno, what would they call it,
Milan or Rome or someplace like that?
I knew it wasn't local.
I said, I got to get next to that.
I haven't seen him in a long time.
The man was so fine, he could get any good girl into trouble...
Can you guess what his name was?
Well... 'The Jackal'... 'The Jackal'. Say. 'The Jackal'.

He was fat back cat cool like a Friday afternoon martini, chillin' at a quarter after 5.
Twist of lime, Coke on the side.
The brother loved the high life.
Had a Ph.D.  in street stride.
They called him 'The Jackal'.

He was big Mack daddy super black stylin' a diamonds in the back Cadillac.
Fur-lined boards, white wall wheels, cruise control, built for speed, chrome on evray-thang.
And stereophonic speakers, though he really didn't need them.
When they called him... 'The Jackal'. Say. 'The Jackal'.

Fly boy was in the buttermilk, hard, livin' fast, livin' large, 6 foot 4 and not an ounce of fat!
When women asked, 'is you a firm Cat?' He said "I did more than that.
I'm the firmest of the firm
And in case you, hadn't known, they call me 'The Jackal' ".

Served the 18-year bid First Reicker's Island then they hid him in the state
penitentiary. Said the charge was Grand Larceny.
That was 1975, and today, if he's still alive, he'd be living in the park.
Hm. The brother whose claim to fame was that they called him 'The Jackal'. 'The Jackal'.


PD. La letra la he sacado de aquí.

14 de junio de 2013

Embroideries, Marjane Satrapi

Suelo hacer al revés las cosas de como deben hacerse... Lo sé, lo sé. Y así me va, claro. Todo el mundo me había hablado muy bien de Marjane Satrapi porque la conocen por su cómic Persépolis, y hasta yo, ser humano poco versado en cómics, sé que hay una película y todo. Pero, bueno, ha caído en mis manos antes Embroideries que el otro libro y, por ahora, mi opinión es bastante desfavorable. Es más: el libro solo me ha servido para practicar inglés.

Que sí, que vale, que te cuenta lo dificilísimamente difícil que es ser una mujer iraní —aquí se pueden consultar unas 20 páginas del cómic—, pero poco más. Quiero decir: no hay tensión narrativa; es una suerte de Libro Blanco sobre las convenciones sociales que imperan alrededor del matrimonio para las mujeres iraníes. En fin, lo mismo que hemos visto en los documentales de la tele, los artículos de los periódicos y, mucho mejor narrado, en algunas películas británicas que abordan un tema similar desde la perspectiva de familias indias o pakistaníes que viven en Inglaterra.
 
Por tanto, quien se embarque en esta lectura encontrará un contenido previsible: a las mujeres iraníes les buscan marido cuando son menores de edad, su maromo es el dios de la casa, deben llegar vírgenes al matrimonio —o al menos simularlo—, su misión en la vida es tener hijos, el machismo lo perpetúan los varones que lo perciben como un privilegio y las mujeres de la familia que lo equiparan a la tradición, las costumbres, el deber, etc. En fin, todo muy educativo y didáctico, pero sin conflicto narrativo.

Como en España a un ministerio o a la secretaría de un partido político llega la flor y nata de nuestra intelectualidad, aclaro: mi crítica es narrativa, es decir, sobre el continente. Estrictamente. El mecanismo narrativo del libro me parece malo. Solo eso. Toda mi solidaridad con las mujeres iraníes y con su lucha por librarse de tanto ayatola doméstico. Y si en algo sirve este libro a su causa, mejor que mejor. Ahora bien, eso no quita para que recomiende entrar en la obra de esta autora por donde todo el mundo me ha dicho que hay que entrar: Persépolis.

PD 02. Escribí esta entrada porque hace un par de semanas escuché una entrevista en la SER con el equipo que había traducido y adaptado este cómic, Casa Babili, sobre Irak. Y como yo sé tanto sobre Irán e Irak...

11 de junio de 2013

Noche de reyes, William Shakespeare



Hace unas semanas vi La noche toledana, de Lope de Vega, montada por la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico. Y el miércoles pasado, Noche de reyes, de Shakespeare, montada por Propeller, una compañía especializada en obras del autor inglés. La experiencia ha sido como comparar la Liga con la Premier: mucho más entretenida y trepidante la segunda que la primera. Qué diferencia en todo. Empezando por los autores de las obras —me sorprendió Shakespeare como comediógrafo—, siguiendo por la puesta en escena y terminando por los actores (tan jóvenes los españoles como los ingleses, por cierto).

Yo sé lo justito de teatro; así que estas son opiniones de espectador más o menos frecuente, lector ocasional del género y exalumno del típico curso de iniciación teatral. Hace muchos años —¿unos 15?—, recuerdo una intervención de Albert Boadella donde explicaba que los actores españoles solían carecer de formación en los clásicos. O dicho de otro modo —y con mis palabras—: los actores se parecían bastante al lector medio español:, es decir, poca idea de Calderón de la Barca, algo más de Lope de Vega, Tirso de Molina es una plaza de Madrid... Y así.

Boadella, en ese momento director de Els Joglars, sostenía que en Inglaterra las cosas eran distintas. Si no recuerdo mal, venía a decir que allí los actores jóvenes se formaban en teatro clásico, este formaba parte del primer repertorio que representaban y ese bagaje les acompañaba de por vida. Su crítica de fondo consistía en que, antes de derribar la cuarta pared e ir de moderno, independiente, alternativo o lo que fuera, convenía conocer y entender la tradición sobre la que el actor o la actriz trataba de alzarse. Cuando veo algún clásico español y me aburro porque los actores suenan impostados, me pregunto si Boadella estaba en lo cierto. Eso sí, como hace poco leí las memorias de Fernando Fernán-Gómez, he encontrado algo de material para completar ese punto de vista (más abajo reproduzo un pasaje del libro).

De todo modos, las cosas han debido de mejorar bastante desde aquel lejano recuerdo mío. O si no no existirían festivales como el de Almagro, que gira alrededor del teatro del barroco español (y al que le debo una visita). Ni habría obras tan divertidas —y recomendables— como Siglo de oro, siglo de ahora, de Ron Lalá, que se apropian de esa herencia. Ni la Unión de Actores habría premiado a Blanca Portillo por su papel en La vida es sueño. Pero, bueno, ese es un tema que excede mis competencias como espectador y sobre el que debería opinar alguien que siga la actualidad teatral con más ahínco

Vuelvo ahora a  Propeller, a Inglaterra. Y lo hago porque mientras veía Noche de reyes recordé una historia que quizá influyó en mi percepción de la obra.

En el 2002 visité a un amigo que vive en Wolverhampton, cerca de Birmingham. Una típica excursión de día consiste en acercarse hasta Stradford-upon-Avon, el pintoresco pueblito donde nació Shakespeare. Al margen de la mercadotecnia alrededor del dramaturgo, me llamaron la atención dos cosas: la primera, lo barato que pude comprarme un libro de tapas duras y con ilustraciones que recoge todos los sonetos de Shakespeare; la segunda, que a ese señor le habían dedicado un teatro en el pueblo donde representaban de manera permanente sus obras, el Royal Shakespeare Teather.

Como tenía que volver en tren, me quedé con las ganas de asistir al teatro. Aunque mi nivel de inglés no daba para enterarme más allá del 50%, eso me importaba poco: como suele decirse, el «marco era incomparable» y, además, yo estaba en modo turista. El miércoles pasado, la suerte me fue propicia: Edwar Hall, el director de la compañía Propeller, es hijo de sir Peter Hall, fundador de la Royal Shakespeare Company, cuya sede es el teatro que vi en Stradford-upon-Avon. Así que, de algún modo, asistir al estreno de Noche de Reyes en Madrid fue como ver aquella obra que no pude. De paso, entendí por qué no suele entusiasmarme el teatro clásico español: estoy esperando algo tan brutal como lo que hacen los ingleses con Shakespeare.

*

PD. En El tiempo amarillo (1921-1943), Fernando Fernán-Gómez dice lo siguiente:
El inconveniente fundamental con que tropieza el actor que se enfrenta al problema de tener que decir versos de nuestro Siglo de Oro es el de tener que hacer una cosa que no se sabe cómo se hace. Cuando dice versos líricos en una reunión, o a su presunta novia o a su criada, se coloca en la situación de un señor que dice versos. Pero en la obra teatral el que dice versos es un militar enfadado, o un mercader temeroso, o una niña boba, o un criado zafio o pícaro, o un bandolero disfrazado de fraile. No puede casi nunca comportarse como un recitador.

Otro inconveniente es la gran diferencia de calidad que existe entre la poesía dramática del Siglo de Oro y la poesía lírica castellana. Llena de bellezas la segunda y ramplona casi siempre la primera. Si se exceptúan las tiradas en las que el personaje se olvida de su psicología para asumir la del poeta y se pasa de la dramática a la lírica, el resto es versificación frecuentemente prosaica, pero casi nunca poesía. Cómo conseguir que eso parezca poesía sin serlo o, por lo menos, que parezca verso, sin que se pierda la claridad del concepto, es una labor que se acerca a lo imposible; y no por culpa de los actores, sino de la prisa y el desprecio con que aquellos gloriosos poetas escribieron la mayor parte de los renglones.

Los críticos sí saben cómo deben decirse los versos en el escenario, y por eso llevan muchos años advirtiendo que cuando se representa teatro clásico español, el teatro del barroco, los actores solemos decirlos bastante mal. Pero, desdichadamente, los críticos, que sí saben cómo deben decirse los versos y por ello perciben cuándo se dicen mal, no están capacitados —ni es su obligación— para enseñarnos a los actores a decirlos bien.

7 de junio de 2013

Correr o morir, Kilian Jornet

He visto a gente sentarse al cruzar la meta de UTMB y permanecer en esta posición durante horas con la mirada perdida, con la mayor de las sonrisas en sus adentros, sin creerse todavía que lo que acababan de lograr no forma parte de un engaño de la mente. Sabiendo que al despertarse podrían decirse que sí, que lo lograron, que vencieron todos los miedos y que descendieron de los sueños para convertirlos en realidad. He visto a personas que, pese a llegar cuando los primeros ya se habían duchado, habían almorzado y quizás habían tenido tiempo de echarse una buena siesta, se siente vencedores, y no cambiarían lo que sienten por nada de lo que les pudieran ofrecer. Y los envidio, porque en el fondo, ¿no corremos para eso?

Correr o morir, Kilian Jornet 

00 | Turismo desde unas zapatillas. Kilian Jornet es una persona que, si llega unas horas antes que su equipo a San Francisco para correr la Western States Ultra Trail, deja la maleta sobre la cama del hotel y la abre solo para sacar un pantalón corto, una camiseta de tirantes y unas zapatillas. Luego baja a la calle y se pone a correr. Cuatro horas después ha visto Market Street —y una banda de punk china—, el Golden Gate Park —y sus ardillas—, y se ha acercado al puente que sale en las películas para sentir la brisa del Pacífico. Descubierta la ciudad, vuelve al hotel: el equipo ha llegado y es hora de irse a la montaña a por los 161,2 km de la Western. Ya lo dice el título: se trata de correr (y si no de morir).

01 | Un animal de montaña. «No hay mayor sensación de libertad que correr por una arista», escribe. Kilian Jornet tiene alma de rebeco joven: necesita crestas montañosas que conquistar. Todo lo que no sea saltar de risco en risco hasta coronar una cumbre o lanzarse por bajadas llenas de piedras tuercetobillos y traicioneras raíces de árbol, le parece un aburrimiento. Para alguien que nació y se crió en la Cerdanya (Pirineo catalán), las ciudades son lugares que esquivar. Lo de San Francisco fue una excepción necesaria: la competición cada tanto obliga a pisar la jungla de asfalto camino de la montaña. También los compromisos publicitarios para sobrevivir como profesional de este deporte.

02 | Superman es Superkilian. A sus 23 años es capaz de todo: cruzar corriendo los Pirineos en 8 días, subir y bajar al Kilimanjaro en menos de 8 horas o batir el récord del Tahoe Rim Trail (280 km) y dejarlo en unas 38,5 h. Incluso, en mitad de una crisis brutal en la Western States 2010 debido a la deshidratación, es capaz de hablar consigo mismo y decirse: «No he venido hasta aquí para que mi cuerpo domine a mi mente». Y, como en los dibujos animados, sobreponerse y pelear en los últimos 3 km como un jabato por el tercer puesto. Al año siguiente, claro está, regresó, se tomó la revancha y se convirtió en el primer europeo en ganar esa mítica prueba del calendario estadounidense.

03 | Ganar no basta. Sus capacidades físicas son increíbles y su palmarés digno de que le dan ya el Premio Príncipe de Asturias. Sin embargo, lo que más emociona es su tono sencillo y humilde cuando habla de la felicidad. De cómo alcanzarla corriendo. Quizá el pasaje más notable del libro sea cuando, tras ganar el Ultra Trail del Montblanc de 2010, reflexiona sobre la cara de éxtasis que tienen los corredores aficionados que llegan muchas horas después que él a meta, orgullosos como están de haberse superado a sí mismos. Tras unas líneas que saben al aullido de Allan Ginsberg, concluye con una suerte de regla de oro para la vida: «No es más feliz quien llega primero sino que quien disfruta más de una carrera». No está nada mal la reflexión en alguien que atesora títulos y récords por doquier.

04 | Correr como arte. El arte es algo que no solo está en los museos. Cuando uno se dedica a lo que gusta y puede desplegar todo su potencial creativo a través de esa disciplina, es capaz de crear belleza. Kilian Jornet se ve a sí mismo como un creador: correr es su manera de expresarse. Y por eso entiende la naturaleza como una oportunidad para dibujar —y quizá de dibujarse— mientras corre por ella: «La montaña es el lienzo en blanco y yo el pincel que dibuja sin seguir ninguna norma», anota.

05 | Como la primera nieve. Correr o morir (Now Books, 2011) es el testimonio honesto, sensible y reflexivo de alguien que entiende el deporte como una metáfora de la vida. De alguien capaz de buscar respuestas a las grandes preguntas mientras corre intentando entender por qué lo hace. De alguien que, pese a su juventud, habla con valentía sobre qué siente cuando hace lo que más le gusta y lo adictivas que son esas sensaciones. Hablar de Correr o morir es hablar de motivación de alto voltaje. También es hacerlo de un veinteañero con una ética de romántico incurable, puro como la primera nieve de la temporada y con las emociones por norte. Una vez que cierras el libro, aunque tengas 15 o 20 años más que Kilian, lo único que se te ocurre decir es: «Yo de mayor quiero ser como él».

*

PD. Una reseña parecida a esta apareció en la extinta revista Trisense en 2011 (quizá haya algún desajuste con las fechas por esa razón o algún dato haya quedado desfasado).

Bonus extra. En el nº. 9 de Trisense publiqué, además, el reportaje «Corre, sé feliz», elaborado a partir de un cuestionario que me contestó Kilian Jornet. Como siempre pasa, no pudo salir todo el material que preparé... Así que aprovecho el blog para sacarme una espinita y publicar esto de más abajo. Como este es mi blog y Kilian es uno de mis pocos ídolos, no me importa lo que diga el resto de la humanidad. ;-)


Kilian Jornet | Radiografía en 10 pasos

01
¿Cuántas horas o días es lo máximo que ha estado una ciudad?

Últimamente, y debido a algunos compromisos, he visitado bastantes ciudades. Pero intento estar lo mínimo posible para poder disfrutar al máximo de las montañas.
02
¿Cuántas horas —y dónde— es lo máximo que has estado corriendo sin parar?

En el Tahoe Rim Trail (EE.UU.), una carrera de 280 km y  17 000 m de desnivel, estuve corriendo 38,5 h. Me estaba durmiendo mientras corría...; así que tuve que parar a dormir 1 h antes de volver a correr. Fue uno de los sitios donde más he sufrido.
03
Según tu libro, lo primero que miras en la gente son la piernas. Bien, entonces: las mejores piernas que has visto son las de...

Je, je, je... Las mejores piernas —masculinas—, las de Marco de Gasperi; dan miedo: ¡muy afinadas!
04
La cantidad de Nocilla/Nutella que comes por año cuando vuelves de entrenar es...

Demasiada...
05
¿Cuántas horas duermes después un ultratrail?

Normalmente cuesta dormir después de esfuerzos tan largos. Te despiertas varias veces… Con la costumbre, te cuesta menos. Llego a dormir lo normal, 7-8 h.
06
Al año, ¿qué tiene más kilómetros: el coche en las ruedas o tú en las piernas?
De momento, ¡el coche en sus ruedas! Yo hago unos 7 000 km corriendo, 6 000 con esquís, 1000 en bicicleta y 50 000 en coche. Y en avión, demasiados...

07
De pequeño querías ser «contador de lagos», ¿y de mayor?

¡El mismo! He descubierto que ser contador de lagos quería decir estar rodeado de la naturaleza, la montaña y que quería descubrir. Primero, descubrir el mundo viajando y aprendiendo de todas las montañas y personas que voy conociendo, y después descubrir mi interior buscando mis límites en todos los aspectos mentales y físicos para llegar a conocerme mejor, saber quién soy.

08
Dime una montaña donde refugiarse cuando las cosas se tuercen y por qué.

Cada persona tiene su montaña, pues cada montaña tiene un alma, una personalidad distinta. La mía está en el valle de Chamonix, pero también alguna en los Dolomitas y en los Pirineos. Consejo: busca un sitio donde no haya mucha gente, sal del camino y piérdete para encontrarte.
09
Un libro que regalarle a la chica que te gusta...

Le Petit Prince, de Antoine de Saint-Exupéry, brutal en su sencillez.
10
Una emoción que te acompañará para siempre y que te brindó tu destino de corredor de montaña.

Me quedo con todas las emociones, no busquemos clasificaciones ni momentos más o menos: disfrutemos del momento. ¿Qué es más emocionante: una gran victoria, una puesta de sol, una cima con amigos…? Son diferentes, no mejores o peores; y es por eso que son únicas.


PD. ¿Más libros sobre el asunto? Ahí van dos reseñas extra: Correr, de Jean Echenoz, y De qué hablamos cuando hablamos de correr, de Haruki Murakami.

3 de junio de 2013

Correr, Jean Echenoz

El estadio de Zlin, situado en la zona industrial y feísimo, se halla enfrente de la central eléctrica: el viento barre el humo de las chimeneas, el hollín y el polvo, que caen en los ojos de los deportistas. Pese a tales inconvenientes, a Emil comienza a gustarle ese estadio, el aire pesado que se respira en él es bastante más puro que el del taller.

Correr, Jean Echenoz

En las últimas décadas, el héroe de las pruebas de fondo suele ser algún africano acostumbrado a correr descalzo desde niños decenas de kilómetros para ir a la escuela, conseguir agua para su familia, pastorear las cabras del vecino, etc. En general, es un atleta que ha aprendido a correr más por necesidad que por vocación y que llega al atletismo casi de casualidad. El gran Abebe Bikila, con su victoria en el maratón de los Juegos de Roma (1960), representa mejor que nadie esa épica africana que, si bien de manera algo más matizada, sigue vigente.

Sin embargo, esa clase de heroísmo no es solo africano; Europa también ha colaborado lo suyo a forjar la leyenda de las pruebas de fondo. Una de sus grandes aportaciones fue Emil Zátopek (1922-2000), un devorakilómetros surgido del ambiente fabril checo de principios del siglo XX y protagonista de la novela Correr, de Jean Echenoz. A falta de sabanas con antílopes, leones o güepardos con que generar metáforas deportivas, el Viejo Continente debió buscarlas en su pujanza industrial. Y donde unos hayaron gacelas negras, otros encontramos, por ejemplo, a la Locomotora Humana.

Zátopek nació en una cuenca minera y trabajó en una fábrica de zapatillas de tenis, como gran parte de los vecinos de la zona. Probablemente allí, en un ambiente insalubre debido al caucho o a la pulverización de silicatos, y bajo el ritmo alienante de una producción de 2000 pares de zapatillas por día, nació su mítica capacidad de resistencia.

Leer sobre Zátopek es hacerlo sobre un atleta construido a sí mismo en pistas de ceniza y de polvo de ladrillo. También es hacerlo sobre las medias suelas en las zapatillas, el chándal descolorido como uniforme para desfilar o los largos viajes ferroviarios en ayunas para competir sin apenas haber dormido. Es leer sobre intuiciones respecto de métodos de entrenamiento y estrategias de carrera, cuando el atletismo comenzaba a modernizarse. Y, de algún modo, es leer sobre cómo evitar a los prejuiciosos puristas del estilo: el de Zátopek era tan impuro que parecía un boxeador peleando contra su propia sombra.

Pero, por encima de todo, acercarse a Zátopek es encontrarse con la motivación en estado puro. He aquí un hombre que entrenaba duro por el placer de ir más deprisa que los demás, que corría como una locomotora para alejarse del dolor de vivir en un país ocupado —por el ejército nazi primero y por el soviético después— o que batía récords del mundo para ver sonreír al amor de su vida, Dana. Ella, una lanzadora de jabalina que acertó a nacer el mismo día que su amado, era su gran inspiración. Sin la complicidad que los unía, Zátopek probablemente no hubiera ganado el oro olímpico en 5000 m, 10 000 m y el maratón en los Juegos de Helsinki (1952). Además de humilde, veloz y resistente, acaso la otra gran virtud de Zátopek fue saber ser feliz con Dana a pesar de las circunstancias históricas.

Correr (Anagrama, 2010) más que una novela corta —140 páginas— es un libro intenso y condensado. Con gran economía de medios narrativos y una prosa limpia de todo adorno, Echenoz narra unos 40 años en la vida de Zátopek: desde que empezó a correr obligado por los nazis hasta que terminó de minero del uranio y de basurero por apoyar la Primavera de Praga (1956). Sin tratarse de una típica biografía —cronológica y con datos a mansalva—, el libro cumple con su objetivo: acercar al lector de manera emocional a la figura de la Locomotora Humana. Es imposible cerrar esta novela y no querer saber más sobre Emil Zátopek. (Bueno, quizá sea posible...; pero no recomendable).

*

PD 01. Entrevista con Jean Echenoz sobre este libro en el programa Página 2.
PD 02. Entrevista con Emil Zátopek (subtítulos en español).
PD 03. Una reseña parecida a esta, salvo por algunos cambios, la publiqué en el blog de extinta revista Trisense en 2012.