24 de marzo de 2011

Escritos irreberentes, Juan José Hernández

Ayer le dediqué un rato a deshacer 2 de las 5 cajas de libros que he recuperado este fin de semana. Como ya conté alguna vez, mal hijo que soy, las tenía en ese trastero en que a veces uno convierte la casa de sus padres. El caso es que, mientras les buscaba acomodo y pensaba si comprar más estanterías o regalar el excedente libresco que amenaza con echarme a mí de la habitación, hojeé algunos libros que hacía años no veía.

Entre esos viejos amigos estaba este volumen de ensayos de Juan José Hernández, Escritos irreberentes (Adriana Hidalgo, 2003) que había reseñado favorablemente en la extinta revista Lea. Me había gustado, entre otras razones, por el ensayo que le dedicaba a Adolfo Bioy Casares, un autor al que no soporto. Juraría que incluso he regalado La invención de Morel para no ver el libro por casa.

El ensayo de Hernández se llama «Tribulaciones de un picaflor de La Biela» y es su lectura sobre el libro póstumo que dejó Bioy, Descanso de caminantes, donde entre otras cosas refería su agitada vida hetoresexual (es más: yo diría que lo que Borges sabía de sexo es porque se lo contaba Bioy). Además de fijarse en eso, Hernández repasa algunas omisiones o presencias políticas del dúo Sacapuntas de la literatura argentina. Ahora que vuelven a estar de moda las intervenciones militares, me dio por releer unos fragmentos.

Nota: la SADE es la Sociedad Argentina de Escritores y La Biela un café del barrio de Recoleta (algo así como el barrio Salamanca madrileño).


Alguna vez le oí decir a Adolfo Bioy Casares que él, por su educación y preferencias literarias, se sentía más cómodo en el siglo XIX europeo que en el de su época y país de nacimiento. Sin embargo, en su obra póstuma, Descanso de Caminantes, jamás emplea la palabra spleen, típica de las postrimerías del siglo que admiraba, sino la expresión tedium vitae para referirse al desencanto y acritud que lo abrumaron hacia el final de su vida.

Similar a los note-books de Samuel Butler y Somerset Maugham, el libro es una miscelánea de brevedades donde se mezclan apuntes autobiográficos y opiniones literarias; relatos de sueños y transcripciones de grafitos leídos en baños públicos y amuebladas; recuerdos de viajes y de aventuras amorosas; charlas con taxistas y citas del Santoral Romano; chismeríos mundanos y de carácter político; anécdotas familiares y versitos procaces, como esta cuarteta emblemática que el autor atribuye al seudo Vizcacha: “Mucho a las penas no atiendo/ Y en todo imito al conejo,/ Que vive alegre y cogiendo/ Hasta morirse de viejo”.

No obstante su desinterés por los conflictos sociales y políticos del momento, Bioy Casares adhirió en 1965 a una declaración de un grupo de intelectuales repudiando un comunicado de la SADE que condenaba la invasión de Santo Domingo por infantes de marina de Estados Unidos. Tanto él como su íntimo amigo Jorge Luis Borges, y algunas damas letradas (Silvina Bullrich, Susana Bombal), justificaron la invasión porque se realizaba “en nombre de la democracia y en apoyo a la OEA contra el comunismo”.

En Descanso de Caminantes no se menciona este episodio; tampoco el acto de la Biblioteca Lincoln en el que Borges dedicó su traducción de Walt Whitman al entonces presidente norteamericano Richard Nixon, “defensor de los derechos humanos y paladín de la democracia en el Continente”. Años después, el paladín sería depuesto de su cargo a raíz del escándalo de Watergate.

El adulterio gozoso y la tortura del lumbago que padece desde su juventud son temas recurrentes en Descanso de Caminantes: “Ni leo ni escribo, nada o poco hago. El centro de mi vida, es el lumbago”, se lamenta en tono de chacota.

En otro pasaje del libro, cuenta que al ojear una guide bleu de los alrededores de París, descubrió que figuraba allí la hostería Le Roi Soleil, “donde nos acostábamos todas las tardes, durante un mes, con Helena Garro”. Otra víctima de su indiscreción es Beatriz Guido, quien en una ocasión le pide un prólogo para una novela que está por publicar. Le dice que lo hará, pero si acepta acostarse con él. Y añade: “Por supuesto, escribí el prólogo”.


El texto sigué aquí, en el diario Página 12, que publicó este ensayo junto con otro del libro, «Erotismo y pornografía».

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