16 de diciembre de 2011

Si no hay alternativa, no hay futuro



Puesto que los políticos han regresado a la época de Margaret Tatcher y enarbolan a todas horas su histórico «No hay alternativa», yo he decidido volver a los Sex Pistols y enarbolar a su vez otra bandera anglosajona: «No hay futuro». There is no alternative. There is no future. Si no hay alternativa, no hay futuro. Cuando los políticos cambien de discurso, puede que entonces yo consiga ver alguna brizna de esperanza. Hasta entonces, Apocalipsis.

When there’s no future how can there be sin
We’re the flowers in the dustbin
We’re the poison in your human machine
We’re the future your future

15 de agosto de 2011

Economía libidinal, Claire Fontaine



01 | El arte no es un refugio, no es una posición, no es una actitud, es solamente un oficio. Esto hay que recordarlo, y cuando se diga artistas debería pronunciarse como se pronuncia doctores u obreros.

02 | Se ha olvidado que la cultura no se produce ni se asimila encerrados cada uno en su propia fortaleza contemplativa, si no interactuando en relaciones sociales compatibles con las verdades políticas que las animan.

03 | El único paradigma de transmisión de saber del conocimiento que nos resulta familiar es el de la universidad, con su sistema cerrado de poder y compromiso, pero sobre todo con su acuerdo tácito de no hacer nunca un uso efectivo de los conocimientos transmitidos, creados y acumulados.

04 | Ya ni el agobio ni el dolor crean mundo. En las democracias liberales, como ya había sucedido en los regímenes totalitarios, hemos salido del registro lírico y también trágico, hemos salido del expresionismo y estamos en la abstracción económica. Cada imagen de exterminio es para el poder, y pronto será para nosotros, tan figurativa como una pintura monocroma.

El realismo siempre ha sido una cuestión de traducción, una construcción hecha de códigos, pero ahora para creer en la realidad necesitamos quizás de imágenes y palabras más libres del presente, porque el presente está constituido por las mercancías y los sentimientos que estas provocan.

05 | Hacer metáforas es exponer la insuficiencia de la lengua al reconstruir historias allí donde hay necesidad de lógicas. Hacer metáforas es estar corto de ejemplos concretos e incómodo con la historia. Tal vez no es nada más que un pudor burgués, miedo a decir las cosas como son, sin volverlas literatura, efectos de lenguaje.

06 | Necesitamos estructuras para canalizar nuestras fuerzas no para disolverlas, aunque para construirlas habría que tener las energías de las que nos privan las desorganizadas luchas cotidianas.

07 | Foucault escribió que la reivindicación implícita de toda revolución es «Tenemos que cambiar nosotros mismos».

08 | En una era calificada posfordista, en la que lo hecho sobre pedido ha sustituido a lo producido en serie, los únicos bienes que todavía se producen en una línea de ensamblaje (la del sistema educativo) sin saber para quién ni por qué son los trabajadores, entre ellos los artistas.

09 | Los extranjeros no son los que vienen de fuera, los que son de otra raza; la raza de los indeseables es simplemente la de los explotados, la de quienes son relegados al campo de la necesidad y confunden las fronteras de los deseos con aquella de los espejismos publicitarios. Pretendemos que van a desaparecer como tales, que son el resultado de una contingencia desfavorable, de una democracia inacabada, que son el síntoma de una enfermedad infantil del capitalismo global.

(09 bis | En un comentario sobre los poemas de Brecht en 1939, [Walter] Benjamín escribe: «Quienquiera que luche por la clase explotada se convierte en inmigrante en su propio país».)

10 | Los artistas contemporáneos quieren lo mismo que todos los demás: vivir una vida emocionante en la que los encuentros, lo cotidiano y la subsistencia se relacionen de tal forma que tenga sentido. No necesitan el patrocinio de las mismas multinacionales que arruinan su vida, no necesitan estar de residencia por el mundo en lugares donde nadie los ama y en donde no tienen nada que hacer aparte de turismo. Lo único que necesitan es un mundo liberado de las relaciones sociales y objetos generados por el Capital.

Los fragmentos pertenecen al colectivo Claire Fontaine, que expone hasta el 18 de septiembre en el Musac de León, y proceden del libro Notas sobre economía libidinal, editado por Inés Rodríguez.

10 de agosto de 2011

Plagas africanas en Noruega




He aquí un ejemplo desafortunado de cómo un lenguaje inadecuado puede herir algo más que la sensibilidad. Aunque sea fútbol, aunque sea Telemadrid y aunque el locutor no parece querer enarbolar un discurso racista: ¿se puede decir en un medio de comunicación público «una gran plaga sobre todo de gente de África» para referirse al aumento de inmigrantes en Noruega?

Además, como acertadamente comenta @salvemostelema en este enlace, ¿nos ofenderíamos si alguien se refiriese a nuestros inmigrantes en Suiza, Alemania, Argentina, Venezuela, etcétera como «una gran plaga sobre todo de gente de España»?

Por último, una pizca más de sentido común: el contexto. Quiero decir: Noruega, Oslo, Breivik. ¿Más pistas? No decimos palabras en el vacío; las lanzamos al ágora pública, un lugar donde interaccionan con los discursos de otras personas, con las circunstancias que vivimos... Hay que pensar más lo que se dice y cómo se dice. Ejemplo tonto: ¿y si un locutor de la BBC comentara algo así en un partido entre, pongamos, el Tottenham y ese mismo equipo noruego?

Quiero decir: Londres, Mark Duggan (29 años), disturbios.

PD. Es el partido Stromsgodset 0 - Atlético de Madrid 2, disputado a principios de agosto como clasificatorio para la Europa League.

6 de agosto de 2011

Peligros de tuitear una manifa


Es solo 1 minuto y 56 segundos; pero basta para entender que algo falla en España. La escena es tan simple como cruel y lanza un mensaje claro: cada vez que veas a la Policía huye, aunque no estés haciendo nada. Huye. He visto 4 o 5 veces la agresión de la Policía Nacional contra Gorka Ramos, periodista de lainformacion.com, y cada vez que la veo pienso lo mismo: los policías parecen una banda de cabezas rapadas rodeando a un marroquí o a un senegalés; un hatajo de hooligans necesitados de pegarle a alguien sin motivo alguno, porque sí, de manera arbitraria.

Quiero decir: Gorka ni ha quemado cajeros ni ha roto escaparates ni ha lanzado cócteles Molotov... (Nadie lo hace en el 15M, pese a que la derecha mediática y la política lo tildan de movimiento antisistema, violento, radical y no sé cuántas cosas más). El único delito de Gorka, como se ve en el vídeo, fue tuitear pacíficamente desde su móvil para su periódico qué estaba sucediendo en la carga policial frente al Ministerio del Interior. Resultado: un porrazo en la cintura, una patada en la cabeza y salir esposado y escoltado por una docena de policías.

No conozco a Gorka; pero, miro el vídeo, y le veo muy parecido a mí o mis amigos. Lo veo tan parecido que siento que ayer le pegaron a él, pero que mañana podrían pegarme a mí o alguien cercano a mí... No es broma: vamos vestidos con camisetas y pantalones similares, tenemos barba, no somos violentos, intentamos enterarnos de la realidad acudiendo a las fuentes o, si un policía nos pega sin motivo, procuraríamos mirar su número de placa para denunciarlo. También usamos nuestros blogs o cuentas de twitter para criticar aquello con lo que estamos en desacuerdo o difundir aquello que nos gusta... Un perfil de máxima peligrosidad para la Policía, se ve.

Estamos avisados: si nos trincan en el lugar adecuado, nos aplicarán el mismo protocolo que a Gorka.

Ok, computer. 

Ahora bien, ese no es el único problema. Además está el ABC, capaz de manipular la realidad hasta convertirla en algo como este artículo que firma Carlos Hidalgo. Un texto del que se deduce que no solo debo temer por mi integridad cuando vea un policía, sino que además estoy sujeto a que me investiguen de acuerdo con una lectura —algo tergiversada me parece a mí— del artículo 514 del Código Penal si apoyo una convocatoria del 15M a través de las redes sociales.

Y por si faltaba alguien más para criminalizar al movimiento, hoy ha aparecido Esteban González Pons, quien ha acusado al 15M de ser un grupo violento, radical y que le complica la vida a la gente. Y lo dice él, que en una vida anterior debió de ser dóberman o pit bull terrier... Y mientras lo dice yo repaso el vídeo de Gorka o los vídeos de otras actuaciones violentas de la Policía desde que empezó todo esto y pienso en si yo me he perdido algo. No recuerdo coches quemados, vidrieras rotas, contenedores en llamas o algo así.

Nada.

A pesar de que las movilizaciones congregan a miles de personas, los incidentes han sido mínimos. Por tanto, cuando el ABC, Esteban González Pons —a quien nunca he visto en Sol—, Libertad Digital y compañía hablan de «grupo violento», ¿a qué se refieren? En serio: ¿a qué se refieren? 

Y cuando alguien tan extremista usa el adjetivo «radical», ¿a qué cualidad de alguien como yo, por ejemplo, alude?

Es que cuando leo u oigo hablar a esta gente parecería que el 15M ha convertido la Puerta del Sol en una banlieue francesa, que ha habido acuchillamientos, violaciones o algo parecido... Y sin embargo, hasta ahora los únicos que han sido violentos —y por violencia entiendo golpear de manera gratuita— han sido los policías. Y a las pruebas me remito (1, 2 o 3): no solo le han pegado a gente como Gorka, sino a mujeres, ancianos, discapacitados...

Ahora que sabemos quién no nos defenderá de los abusos policiales, solo falta saber si la Justicia lo hará. El vídeo de arriba dice que esos policías deberían ser sancionados.

PD. No dejaría de ver este vídeo para entender cómo mienten algunos políticos y medios respecto al 15M.

4 de agosto de 2011

Metáfora democrática


@GLlamazares «En la época de la imagen, no se dan cuenta que la Puerta del Sol vacía, en estado de sitio, es la metáfora de una democracia vacía y sitiada».

Foto: Kike Huesca, agencia EFE, publicada en el periódico 20 minutos.

PD actualización de las 17:11 h: el punto de vista del SUP (Sindicato Unido de la Policía).

28 de julio de 2011

Preguntas de un obrero que lee, Bertold Brecht


Bertolt Brecht - Fragen eines lesenden Arbeiters por belair

Preguntas de un obrero que lee

¿Quién construyó Tebas, la de las Siete Puertas?
En los libros figuran los nombres de los reyes.
¿Arrastraron, cansados, las rocas los reyes?
A Babilonia, tantas veces devastada,
¿quién volvió, nuevamente, cada vez, a levantarla?
¿En qué casas de la dorada Lima vivían los constructores?
En China, ya erigida la muralla,
¿dónde fueron por la noche los obreros?
La gran Roma está llena de arcos de triunfo
¿Sobre quiénes triunfaron los Césares?
¿Es que Bizancio, la tan cantada,
solo tenía palacios para sus habitantes?
Hasta en la legendaria Atlántida,
esa noche en que el mar la devoraba,
los que se hundían gritaban, llamando a sus esclavos.
El joven Alejandro conquistó la India.
¿Él solo?
César derrotó a los galos.
¿No lo acompañaba ni siquiera un cocinero?
Felipe de España lloró cuando su flota fue hundida.
¿Nadie más lloró?
Federico II venció en la Guerra de los Siete Años.
¿Quién venció además de él?

Cada página una victoria.
¿Quién cocinó el banquete del triunfo?
Cada diez años un gran hombre.
¿Quién cubrió los gastos?

Tantas historias.
Tantas preguntas.


Bertold Brecht
Fuente: Cerdo Zente.



Fragen eines lesenden Arbeiters

Wer baute das siebentorige Theben?
In den Büchern stehen die Namen von Königen.
Haben die Könige die Felsbrocken herbeigeschleppt?
Und das mehrmals zerstörte Babylon,
Wer baute es so viele Male auf ? In welchen Häusern
Des goldstrahlenden Lima wohnten die Bauleute?
Wohin gingen an dem Abend, wo die chinesische Mauer fertig war,
Die Maurer? Das große Rom
Ist voll von Triumphbögen. Über wen
Triumphierten die Cäsaren? Hatte das vielbesungene Byzanz
Nur Paläste für seine Bewohner? Selbst in dem sagenhaften Atlantis
Brüllten doch in der Nacht, wo das Meer es verschlang,
Die Ersaufenden nach ihren Sklaven.
Der junge Alexander eroberte Indien.
Er allein?
Cäsar schlug die Gallier.
Hatte er nicht wenigstens einen Koch bei sich?
Philipp von Spanien weinte, als seine Flotte
Untergegangen war. Weinte sonst niemand?
Friedrich der Zweite siegte im Siebenjährigen Krieg. Wer
Siegte außer ihm?

Jede Seite ein Sieg.
Wer kochte den Siegesschmaus?
Alle zehn Jahre ein großer Mann.
Wer bezahlte die Spesen?

So viele Berichte,
So viele Fragen.

13 de julio de 2011

Una luna, Martín Caparrós


*
[...] Así es la vida que tienen, la que tienen, la única que tienen. Yo me paso la vida tratando de hacer la mía interesante, de que valga la pena, de que no se me escurra el agüita tonta entre los dedos, y ellos —ellos son tantos, dos tercios, tres cuartos de las personas que viven en el mundo— se la pasan tratando de comer: de alimentarse hoy y despertarse al día siguiente. Esa es la verdadera división de clases, la más terrible división de clases: los que nos preocupamos por qué vamos a hacer mañana, los que se preocupan por cómo van a comer mañana.

Y eso es lo cruel del África: que te lo muestra demasiado. África es obscena, en el sentido más estricto. O pornográfica, si aceptamos que algunos se calientan con estas cuestiones. Si no hubiera triunfado la estúpida corrección política, americanos y europeos y otros varios podrían organizarse tours a Liberia, a Etiopía, a Zambia, a Mozambique para gozar con esa diferencia, con la constatación palpable y bruta de esa diferencia: corona de sus éxitos. Aunque ya lo hacen, a menudo, vergonzantes, cuando ponen cien dólares o unos euros para los chicos africanos, el hambre en el planeta, el sida en blanco y negro.

Lo cruel, tremendamente cruel del África es que te dice fuerte lo que sabés bajito: que el mundo es una mierda. Y que aceptarlo nos cuesta tan tan poco.

*
Una luna, Martín Caparrós.
Editorial Anagrama (Barcelona, 2009)

8 de julio de 2011

The importance of being a pig





Visto en su día en el Musac de León. Es del colectivo francés Claire Fontaine, que como se ve entiende que arte y política pueden ir de la mano. Junto a esta obra, había otra que también me gustó mucho: PIGS, que consistía en un mapa de Europa donde aparecían España, Portugal, Italia y Grecia arrasadas por un incendio devastador. (No sé por qué faltaba Irlanda).

En realidad, lo que me gustó fue el vídeo que documentaba cómo se había gestado la obra. Los de Claire Fontaine tomaron un panel gigante, dibujaron los países mencionados y los rellenaron a mano con miles de fósforos (¿personas?). Luego, alguien venía y les prendía fuego, los dejaba arder... Hasta que al final quedaba la impactante y olorosa imagen que se puede ver aquí. Una metáfora bastante exacta, por cierto, de lo que están haciendo el FMI o las agencias de calificación Moody's, Standard and Poor's y Ficht con nuestros países.

En fin, que a pesar de Sarkozy, Bruni, Lagarde, DSK y la organización del Tour de Francia, siempre nos quedará Claire Fontaine para echarnos un cable a los españoles. Como justa retribución a su apoyo, este verano leeré su ensayo Notas sobre economía libidinal, que ya espera turno en la mesa. 

PD. Las fotos proceden de la web del Musac.

7 de julio de 2011

Ética periodística (según Rupert Murdoch)



Después del escándalo de las escuchas del News of the World, propiedad de Rupert Murdoch, parece un buen momento para recordar el documental Outfoxed sobre cómo funciona la Fox (también propiedad suya). Murdoch ha calificado de «deplorable» lo del diario británico... Casi me caigo de la silla del ataque de risa. 

Por cierto, este vídeo quizá le recuerde a alguien el estilo de la rancia y casposa TDT-party española.

Para cerrar, un dato inquietante: en 2006 José María Aznar se unió a Murdoch y en 2009 ganó 171 000 € como consejero de News Corporation. El País minora algo esa cantidad, pero señala que desde 2004 el expresidente español cobraba 10 000 € mensuales por labores de asesoría en su estrategia global. En fin, que cada cual saque sus conclusiones.

Si es que ya lo decía Paul Krugman en su artículo «El gobierno de los rentistas»: hay una puerta giratoria que une a la clase política con el poder económico —que es quien de verdad manda—; cuando dejan el Gobierno, los políticos salen por una puerta que comunica directamente con otra de entrada a puestos relevantes en imperios mediáticos, multinacionales y demás contubernios de grandes intereses económicos... Eso explica bastante por qué toman las medidas que toman y nos aprietan como nos aprietan. Una cuenta corriente es una cuenta corriente es una cuenta corriente, que declamaría el poeta.

Y no solo Aznar, claro; ahí tenemos a Felipe González (Gas Natural), Eduardo Zaplana (Telefónica), Josu Jon Imaz (Repsol), José Antonio Ardanza (Euskaltel)... Lo de Manuel Pimentel, exministro de Aznar reconvertido a editor literario y escritor, es una las escasas excepciones que conozco. También la de Julio Anguita, que vive muchísimo más modestamente que los multinacionalizados anteriormente citados. Después a los periodistas les agarra desprevenidos lo del 15M y políticos como Felip Puig solo saben llamar a la policía para que reparta estopa. No me extraña.

PD. Me pareció interesante este artículo de El Confidencial sobre cuánto gana José María Aznar, que tanta moderación salarial y ajustes pide. Pronto nos la pedirá también la nueva presidenta del FMI, Christine Lagarde, que cobrará casi 500 000 €. Parece ser ley: quien te pide moderación salarial suele ganar por lo menos 50 veces más que tú (y me quedo corto).

5 de julio de 2011

Un pistoletazo en medio de un concierto, Belén Gopegui


*

Vuelvo entonces a la frase de Stendhal, la frase entera:
La política en una obra literaria es un pistoletazo en medio de un concierto, una cosa grosera y a la que, sin embargo, no se puede negar cierta atención. Vamos a hablar de cosas fuertes y vulgares que, por más de una razón, quisiéramos callar; pero nos vemos obligados a abordar acontecimientos que entran en nuestro terreno, puesto que tienen por teatro el corazón de los personajes.
Me interesa el final. Nos vemos obligados, dice Stendhal, a hablar de política, porque la política tiene por teatro el corazón de los personajes. Por lo general, incluso quienes quieren hablar de política lo ven al revés. Piensan que en la política como un paisaje, como parte del teatro, como telón de fondo de los movimientos que agitan el corazón de los personajes. Pero Stendhal insiste, y yo con él, en la política que ocurre dentro, aun sabiendo que no es posible separar lo de dentro de lo de fuera. Junto al conocido lema feminista de los años setenta «Lo personal es político», Stendhal nos permite recuperar su otra cara: lo que tiene de íntimo la política, como la conciencia, como las distintas explicaciones de por qué se hacen las cosas, como adquirir sentido del momento histórico.

En otras palabras: ¿a quién serviría que hubiera más novelas políticas, más novelas con personajes no mutilados, más novelas en donde quienes intentan transformar el rumbo de la historia no estuvieran abocados a un psiquismo delirante? Vamos a suponer, por un momento, que el capitalismo es como una de esas dictaduras orwellianas. Vamos a suponer que todo el mundo ha aceptado que es inevitable una cierta complicidad con el poder, a pesar de que se trate de un poder que está sembrando la tierra de muertes y daños evitables. Es fácil, me parece, saber a quién beneficia hoy que no haya historias de personas que no se resignan, que intentan salir y abren brechas, y a veces escapan, y entonces vuelven con más recursos para provocar motines y lograr que salgan todos.

Tenía que contestar a una pregunta: ¿por qué tratan las novelas del siglo XX de lo que tratan? Mi respuesta es que la verosimilitud ha sido secuestrada por los dueños del discurso dominante. Y demasiadas veces hemos caído en su trampa. Hemos creído que para construir nuestra visión bastaba con leer y escribir historias que no repitiesen lo que dicen ellos, pero que fueran creíbles según un parámetro, la verosimilitud, que imaginábamos hasta cierto punto imparcial u objetivo. Así es como la experiencia se ha ido ausentando de la novela, no por inexistente, sino por increíble. Pero el tiempo no se detiene; lo que empieza a ser increíble hoy es ese mundo demediado de seres sin capacidad de reacción. Y si aún no es increíble, yo, y muchos como yo, vamos a intentar que no lo sea.

*

Un pistoletazo en medio de un concierto, Belén Gopegui.
Editorial Complutense (Madrid, 2008).
Páginas 40, 41 y 42.

13 de junio de 2011

Oigo girar los motores de la muerte, Roger Wolfe

*

21. El cultivo de las relaciones literarias, que a corto plazo puede parecer o incluso resultar de utilidad, suele llevar aparejada la suscripción de tácitos pactos de no agresión que finalmente coartarán la libertad expresiva de cualquier verdadero escritor, cuya obra siempre exige una feroz independencia. Por eso los mediocres, que intuyen claramente este problema, fomentan con tanto ahínco el gregarismo y la endogamia.

37. Cuántos presumen de haber ganado carreras. Y qué pocos aclaran que ellos eran los únicos que corrían en ellas.

40. Cuando decimos que «cualquier tiempo pasado fue mejor», lo que realmente queremos decir es que cualquier tiempo pasado estaba más lejos de la muerte.

45. El anarquismo es igualado por muchos de sus destractores con el «pasotismo» y el abandono de las responsabilidades individuales, cuando lo cierto es que en un sistema auténticamente anarquista nadie podría decir «yo me lavo las manos»; si algo exige una anarquía es la participación directa de todos y cada uno de los inviduos que conforman la sociedad, sólo que en su propio nombre, y en el de nadie más. El llamado sistema democrático, sin embargo, se basa en todo lo contrario: la delegación, esa farsa en virtud de la cual los ciudadanos acceden a abdicar de su libertad personal a cambio de «tener la fiesta en paz». En último término, ser anarquista no significa otra cosa que poner en práctica la capacidad potencial de todo ser humano de pensar y actuar por sí mismo, algo que el ciudadano medio, que se rige por la ley del mínimo esfuerzo, no estaría dispuesto a hacer aunque pudiera. Y es esta última circunstancia la que han aprovechado históricamente los poderes políticos y económicos para perpetuarse, sustentados en un círculo vicioso de sofismas y medias verdades que gira en torno a la perniciosa idea del «bien común».

57. Según la famosa definición de Joseph Conrad, el objeto del escritor debe ser, por encima de todo, el de «hacer ver», y hacer ver es evidentemente importante; pero hacer pensar lo es todavía más.


Oigo girar los motores de la muerte, de Roger Wolfe.
DVD ediciones, colección Los 5 Elementos.

PD. Unas gotas más de Roger Wolfe, aquí.

29 de mayo de 2011

Acceso al comportamiento, Antonio Doñate


Los gustos por supuesto nos definen, cómo no van a hacerlo; funcionan como acrónimos de la personalidad, a veces como parapeto eufemístico. Como hablar de cómo es uno  no solo da vergüenza sino que queda mal, exhibo un gusto, que espero que actúe como símbolo. Nick Hornby les otorga una importancia extrema y no se equivoca. Esto, bajo el barniz pop, es el dandismo. El de toda la vida. Algo cuya paternidad quizá descanse en Oscar Wilde, o en Huysmans, en ese À rebours, culmen del refinamiento decadente, donde se nos presenta a un personaje que se confina en su propia casa, atestada de objetos, de cultura. Alguien para quien el arte no es un vector que conecte con la sociedad, sino con el arte mismo. Un mero sistema referencial, un diagrama de flechas endogámicas, retroalimentadas. Jean Floreissas de Esseintes es un joven noble francés que hace de su casa un búnker. Autoconvenciéndose de que ver una reproducción de un cuadro, leer un libro de viajes, oler un elixir de algún lugar no es una experiencia incompleta, menor que disfrutar de esas mismas cosas de manera presencial.

Todo ese ideario, el de la autonomía del arte, es que el nutre el actual panorama cultural. Un grano de pus que estalló a finales del siglo XIX y lleva supurando, fermentando desde entonces. Algo que cristalizó después de la Segunda Guerra Mundial en eso que conocemos como posmodernidad, que tranquilamente podríamos resumir en la figura de Warhol; un esquema que aún dicta el guión férreo de nuestros días y que había sido descrito y profetizado concienzudamente por los situacionistas. Tras Guy Debord —como tras Auschwitz—, mantenerse ingenuo equivale a mantenerse desinformado. Hay cosas que no se pueden obviar.
*

Acceso al comportamiento, Antonio Doñate
Caballo de Troya, Barcelona 2011

PD 01. Y tras esta carga de los Mossos d'Escuadra a los pacíficos manifestantes del 15M en la Plaça Catalunya, también hay cosas que no se pueden obviar. Ni tras las pobres reacciones de muchos políticos y analistas respecto a las acampadas y concentraciones en muchas ciudades españolas (no solo en la Puerta del Sol). Pero, bueno, al grano: después del 15M, quizá ir de posmoderno en el arte y obviar «ciertas cosas» será como no haber entendido este chiste de Mafalda.

PD 02. Un buen balance de fortalezas y debilidades del movimiento 15M puede leerse en el blog de Xabel Vegas.

PD 03. A ser posible, el fragmento de Antonio Doñate debe leerse con música de Los Deltonos o, en su defecto, de Hendrik Röver, quien protagoniza un estupendo pasaje del libro.

PD 04. Pág. 62:
Nadie, en el fondo, acepta otra cosa que no sea lo propio, nadie es verdaderamente tolerante. La tolerancia es una figura inventada, una entelequia, un subterfugio de las estructuras dominantes. Algo de configuración vertical. Los de debajo han de tolerar, ellos [los de arriba] no. Los más educados —los más perversos— fingirán hacerlo. Y en algún caso habrá que ser muy revenido para descubrir el ardid.

8 de abril de 2011

Ante el dolor de los demás, Susan Sontag

A menudo se declara que «Occidente» ha llegado a considerar cada vez más la guerra como un espectáculo. Los informes sobre la muerte de la realidad —como la muerte de la razón, la muerte del intelectual, la muerte de la literatura seria— parecen haber sido aceptados sin mucha reflexión por las personas innumerables que intentan comprender lo que parece mal, vacuo o estúpidamente triunfalista en la política y la cultura contemporáneas.

La afirmación de que la realidad se está convirtiendo en un espectáculo es de un provincianismo pasmoso. Convierte en universales los hábitos visuales de una reducida población instruida que vive en una de las regiones opulentas del mundo, donde las noticias han sido transformadas en entretenimiento; ese estilo de ver, maduro, es una de las principales adquisiciones de «lo moderno» y requisito previo para desmantelar las formas de la política tradicional basada en partidos, la cual depara el debate y la discrepancia verdaderos.

Supone que cada cual es un espectador. Insinúa de modo perverso, a la ligera, que en el mundo no hay sufrimiento real. No obstante, es absurdo identificar al mundo con las regiones de los países ricos donde la gente goza del dudoso privilegio de ser espectadora, o de negarse a serlo, del dolor de otras personas, al igual que es absurdo generalizar sobre la capacidad de respuesta ante los sufrimientos de los demás a partir de la disposición de aquellos consumidores de noticias que nada saben de primera mano sobre la guerra, la injusticia generalizada y el terror. Cientos de millones de espectadores de televisión no están en absoluto curtidos por lo que ven en el televisor. No pueden darse el lujo de menospreciar la realidad.

Se ha vuelto un lugar común en el debate cosmopolita sobre las imágenes de atrocidades suponer que tienen escaso efecto, y que hay algo intrínsecamente cínico en su difusión. Aunque la gente crea que en la actualidad las imágenes de la guerra importan, esto no disipa la persistente sospecha sobre el interés en estas imágenes y las intenciones de quienes las producen. Tal respuesta viene de los dos extremos del abanico: de los cínicos que nunca han estado cerca de una guerra y de los hastiados del conflicto soportando sus desgracias cuando se les fotografía.

Los ciudadanos de la modernidad, los consumidores de la violencia como espectáculo, los adeptos a la proximidad sin riesgos, han sido instruidos para ser cínicos respecto de la posibilidad de la sinceridad. Algunas personas harán lo que esté a su alcance para evitar que los conmuevan. Qué fácil resulta, desde el sillón, lejos del peligro, sostener un talante de superioridad. De hecho, escarnecer el esfuerzo de quienes han sido testigos en zonas de conflicto calificándolo como «turismo bélico» es un juicio tan recurrente que ha invadido el debate sobre la fotografía de guerra en cuanto a profesión.

*
Editorial Alfaguara, Madrid 2003.

PD. El fotógrafo Manu Brabo, detenido junto con otros 3 periodistas, por el régimen de Gadafi. Algo de su trabajo puede verse aquí. Ánimo a su familia y ojalá que Manu pueda seguir mostrándonos pronto  a través de sus fotos algunas capas más de la realidad.

27 de marzo de 2011

Retorica bélica, Arundhati Roy


I

Nuestra estrategia debería consistir no sólo en enfrentarnos al Imperio, sino también en asediarlo. Privarlo de oxígeno. Avergonzarlo. Burlarnos de él. Con nuestro arte, nuestra música, nuestra literatura, nuestra obstinada porfía, nuestra alegría y, sobre todo, nuestra capacidad para contar nuestras propias historias. Unas historias que son diferentes de las que tratan de hacernos creer para lavarnos el cerebro. La revolución que promueven las grandes multinacionales fracasará si rehusamos comprar lo que nos quieren vender: su manera de pensar, su versión de la historia, sus guerras, sus armas, la idea que tratan de imbuirnos de que es inevitable que su visión del mundo se haga realidad. Hay algo que no debemos olvidar: somos muchos y ellos, pocos. Nosotros no los necesitamos, y ellos nos necesitan.

II

La democracia, la vaca sagrada del mundo moderno, está en crisis. Y es una crisis muy profunda. En su nombre se cometen toda clase de atropellos. Se ha convertido en poco más que una palabra vacía, en poco más que una hermosa concha carente de cualquier contenido o significado. Puede ser todo aquello que uno quiere que sea. La democracia es la prostituta del mundo libre: está dispuesta tanto a disfrazarse de lo que se le pida como a desnudarse, a satisfacer todos los deseos, a que se aprovechen de ella y la insulten.

Hasta hace relativamente poco, hasta la década de los ochenta, parecía que la democracia podría ser capaz de proporcionar cierto grado de justicia social.

Pero las democracias modernas son lo bastante antiguas para que los capitalistas neoliberales hayan aprendido la manera de corromperlas. Han llegado a dominar la técnica de infiltrarse en los instrumentos de la democracia -el poder judicial «independiente», la prensa «libre», el Parlamento- y desviarlos de su curso para llevar el agua a su molino. El proyecto de globalización promovido por las multinacionales ha roto todas las normas. Conceptos como elecciones libres, prensa libre y poder judicial independiente pierden todo su sentido cuando el mercado libre los reduce a bienes que están a la disposición del mejor postor.

III

La batalla por recuperar la democracia será difícil. Nuestras libertades no nos fueron otorgadas por ningún gobierno. Se las arrancamos. Y una vez hemos renunciado a a ellas, la batalla por recuperarlas se llama revolución. Es una batalla en la que intervendrán todos los continentes y los países. No deberá aceptar las fronteras nacionales, pero tiene que empezar aquí. En los Estados Unidos. La única institución más poderosa que el Gobierno de los Estados Unidos es la sociedad civil estadounidense. El resto de los opositores al Imperio somos súbditos de naciones esclavas. No carecemos por completo de poder, ni mucho menos, pero ustedes tienen el poder de la proximidad. Ustedes tienen acceso al palacio imperial y a los aposentos del emperador. Las conquistas del Imperio se realizan en su nombre, y ustedes tienen el derecho de rechazarlas. Podrían negarse a luchar. Podrían negarse a llevar los cohetes de los arsenales al puerto. Podrían negarse a agitar las banderitas. Podrían negarse a presenciar el desfile de la victoria.


El fragmento I procede de «Enfrentarse al Imperio», discurso pronunciado en el Foro Social Mundial de Porto Alegre 2003. Y el II y III proceden de «¡Pruebe la democracia imperial instantánea! (Llévese dos botes y pague solo uno)», una conferencia que esta autora india dio en la iglesia de Riverside, Harlem, en 2003. Los textos están incluidos en Retórica bélica (Anagrama, 2003) que devolveré mañana a la biblioteca Puerta de Toledo... Si alguien lo quiere, ya sabe dónde estará.

24 de marzo de 2011

Escritos irreberentes, Juan José Hernández

Ayer le dediqué un rato a deshacer 2 de las 5 cajas de libros que he recuperado este fin de semana. Como ya conté alguna vez, mal hijo que soy, las tenía en ese trastero en que a veces uno convierte la casa de sus padres. El caso es que, mientras les buscaba acomodo y pensaba si comprar más estanterías o regalar el excedente libresco que amenaza con echarme a mí de la habitación, hojeé algunos libros que hacía años no veía.

Entre esos viejos amigos estaba este volumen de ensayos de Juan José Hernández, Escritos irreberentes (Adriana Hidalgo, 2003) que había reseñado favorablemente en la extinta revista Lea. Me había gustado, entre otras razones, por el ensayo que le dedicaba a Adolfo Bioy Casares, un autor al que no soporto. Juraría que incluso he regalado La invención de Morel para no ver el libro por casa.

El ensayo de Hernández se llama «Tribulaciones de un picaflor de La Biela» y es su lectura sobre el libro póstumo que dejó Bioy, Descanso de caminantes, donde entre otras cosas refería su agitada vida hetoresexual (es más: yo diría que lo que Borges sabía de sexo es porque se lo contaba Bioy). Además de fijarse en eso, Hernández repasa algunas omisiones o presencias políticas del dúo Sacapuntas de la literatura argentina. Ahora que vuelven a estar de moda las intervenciones militares, me dio por releer unos fragmentos.

Nota: la SADE es la Sociedad Argentina de Escritores y La Biela un café del barrio de Recoleta (algo así como el barrio Salamanca madrileño).


Alguna vez le oí decir a Adolfo Bioy Casares que él, por su educación y preferencias literarias, se sentía más cómodo en el siglo XIX europeo que en el de su época y país de nacimiento. Sin embargo, en su obra póstuma, Descanso de Caminantes, jamás emplea la palabra spleen, típica de las postrimerías del siglo que admiraba, sino la expresión tedium vitae para referirse al desencanto y acritud que lo abrumaron hacia el final de su vida.

Similar a los note-books de Samuel Butler y Somerset Maugham, el libro es una miscelánea de brevedades donde se mezclan apuntes autobiográficos y opiniones literarias; relatos de sueños y transcripciones de grafitos leídos en baños públicos y amuebladas; recuerdos de viajes y de aventuras amorosas; charlas con taxistas y citas del Santoral Romano; chismeríos mundanos y de carácter político; anécdotas familiares y versitos procaces, como esta cuarteta emblemática que el autor atribuye al seudo Vizcacha: “Mucho a las penas no atiendo/ Y en todo imito al conejo,/ Que vive alegre y cogiendo/ Hasta morirse de viejo”.

No obstante su desinterés por los conflictos sociales y políticos del momento, Bioy Casares adhirió en 1965 a una declaración de un grupo de intelectuales repudiando un comunicado de la SADE que condenaba la invasión de Santo Domingo por infantes de marina de Estados Unidos. Tanto él como su íntimo amigo Jorge Luis Borges, y algunas damas letradas (Silvina Bullrich, Susana Bombal), justificaron la invasión porque se realizaba “en nombre de la democracia y en apoyo a la OEA contra el comunismo”.

En Descanso de Caminantes no se menciona este episodio; tampoco el acto de la Biblioteca Lincoln en el que Borges dedicó su traducción de Walt Whitman al entonces presidente norteamericano Richard Nixon, “defensor de los derechos humanos y paladín de la democracia en el Continente”. Años después, el paladín sería depuesto de su cargo a raíz del escándalo de Watergate.

El adulterio gozoso y la tortura del lumbago que padece desde su juventud son temas recurrentes en Descanso de Caminantes: “Ni leo ni escribo, nada o poco hago. El centro de mi vida, es el lumbago”, se lamenta en tono de chacota.

En otro pasaje del libro, cuenta que al ojear una guide bleu de los alrededores de París, descubrió que figuraba allí la hostería Le Roi Soleil, “donde nos acostábamos todas las tardes, durante un mes, con Helena Garro”. Otra víctima de su indiscreción es Beatriz Guido, quien en una ocasión le pide un prólogo para una novela que está por publicar. Le dice que lo hará, pero si acepta acostarse con él. Y añade: “Por supuesto, escribí el prólogo”.


El texto sigué aquí, en el diario Página 12, que publicó este ensayo junto con otro del libro, «Erotismo y pornografía».

17 de marzo de 2011

España, aparta de mí esos premios, Fernando Iwasaki

A veces, los expertos y opinólogos complican mucho sus teorías sobre en qué consiste la literatura y cómo fomentar la lectura. Por suerte, Fernando Iwasaki suele responder esas preguntas de manera rotunda desde sus libros: el placer, idiota, el placer; la lectura y la escritura tienen que ver con el placer.

En su caso, sobre todo el de hacer reír de manera inteligente a los lectores (también llamados con frecuencia «clientes», esto es, gente que deja de ver la tele o de montar una estantería de Ikea por sostener un libro entre las manos). A la literatura y a los autores les iría mucho mejor si comenzaran por donde comienza Iwasaki sus historias: por el hedonismo de escribir, por contagiar ese placer. También a los lectores, si usaran mejores criterios de selección y le tuvieran menos paciencia a la mierda que se tragan por prescripción facultativa de ese hooligan insaquible al desaliento que es el marketing.

Decía Raymond Chandler en El simple arte de escribir (o así lo recuerdo yo) que las fotografías y los paratextos le predisponían contra los autores. A mí me pasa, y juraría que a mucha gente también: que si ese tiene cara de gilipollas, que si la otra va de diva, que si aquel va de intelectual, que si esta de moderna, etcétera. Con Iwasaki puedo hacer una excepción, pues la foto de la solapa es metáfora de su muy antisolemne estilo: aparece sonriente y meditando en la posición del loto... Algo, claro está, que solo puede generarme una envidia tremenda (solo llego —y con esfuerzo— al medio loto).

De los libros de Iwasaki que conozco —El libro del mal amor, rePublicanos, Neguijón y este—, lo que más me gusta es su agudo sentido del idioma, su incapacidad para tomarse en serio a sí mismo y su talento para convertir un detalle menor en una historia hilarante. De hecho, cuando abro un libro suyo, tengo la sensación de que su peruanísima prosa de apellido japonés siempre llega vestida de faralaes y con ganas de arrancarse por alegrías. Y eso se lo valoro mucho, en particular, a quienes, a pesar de su onerosa formación académica —estamos ante un historiador—, se rebelan contra la inercia de la retórica humanistico-universitaria y convierten el mundo en un lugar más festivo, en un jardín de recreo donde reírse de uno mismo.


De nacionalismo, refritos literarios y concursos

En cuanto a España, aparta de mí esos premios (Páginas de Espuma, 2009), además de divertido, me ha parecido un artefacto literario inteligente. Desde el título —recuérdese el España, aparta de mí este caliz, de César Vallejo—, todo es juego en este libro. Es más: el libro casi podría considerarse un ejercicio oulipiano a lo Raymond Queneau, pues consiste en 7 variaciones sobre un cuento cuya estructura dramática es bastante similar. Todos los relatos están divididos en secciones y una de ellas —un texto de carácter enunciativo relativo a la Segunda Guerra Mundial— se repite invariablemente en todos, aunque en una posición diferente cada vez. Y en todos los cuentos hay siempre un japonés liándola parda en algún punto de España, y siempre en temas tan identitarios como el fútbol en Sevilla, la cocina  en Euskadi o la Guerra Civil en Toledo.

A partir de la coartada del exotismo japonés, y bajo el paraguas de la mirada del extranjero, Iwasaki revisa la versión más esperpéntica de la realidad española. Si a nosotros nos parece marciano que un señor de ojos rasgados vista la camiseta del Betis en el estadio del Sevilla, a otros puede parecerles muy folclórica esa guerra civil de baja intensidad que vivimos a diario entre las llamadas «dos Españas» y que suele tener como caballo de batalla el nacionalismo. De algún modo, ese trastorno bipolar tan nuestro es el tema central del libro.
 
Asimismo, España, aparta de mí esos premios puede leerse como una crítica a la estética del refrito que alimenta la sociedad del espectáculo en que vivimos. Leyendo a Iwasaki sospecho que para él lo auténticamente posmoderno y vanguardista no es ir de gafapasta por la vida, sino ser un gafapasta y escribir una novela que deconstruya las novelas de templarios. Por ejemplo. De eso va la parodia. De eso iba Cervantes en el Quijote, y de eso parece ir, entre otras cosas, este cachondeo que se trae Iwasaki sobre nuestro hecho diferencial patrio: somos uno de los países que más premios literarios convoca en el mundo.

Lo del «España es diferente» también puede aplicarse aquí. Roberto Bolaño ya dejó escrito lo suyo sobre el asunto; pero, bueno, baste recordar que aquí no hay pueblo, diputación o asociación vecinal que se precie que no convoque su concurso literario. Un fenómeno curioso por cuanto el 50 % de la población no lee y la que lee, como mucho, promedia 2 o 3 libros al año. Además, los concursos suelen premiar relatos inéditos, es decir, libros que no pasan el filtro de editores, lectores, crítica y otros escritores, sino el de un pequeño y manejable comité. Quiero decir: esta manera de organizar el sistema literario español también explica qué entendemos por cultura —más bien industria cultural— en este país.

En fin, que así leo yo este libro, como una parodia cervantina a nuestro españolísimo síndrome premiador. Sea para dar o sea para recibir, como en la universidad o en el ejército, aquí lo importante es el título, el premio, la condecoración. Figurar. Así es como muchos soldaditos de la literatura miden su valía y desfilan por los cenáculos donde invitan a vino, tortilla y jamón. Ni público ni promotores les han de faltar, por supuesto. Eso sí, y animados por el jolgorio de este libro, tampoco les faltará quienes nos cachondeemos de ellos... Es lo que tiene ser cervantino y lector de Iwasaki.


*

PD. Rescato una entrevista y una reseña sobre Inquisiciones peruanas que publicamos en su día en Teína con Fernando Iwasaki. También una entrada sobre El libro del buen amor.

11 de marzo de 2011

El Metrobus sí existe (y sube)

Ayer el consejero de Transportes de la Comunidad de Madrid, don José Ignacio Echeverría, demostró la altura de quienes nos gobiernan y lo despegados que viven de nuestro día a día. Este alto cargo fue capaz de asegurar, con cámaras delante y todo, que el «Metrobus no existe»: vídeo aquí. Alucina, vecina... Y eso que, imagino, él supervisa las continuas subidas que nos endilga a los usuarios del susodicho título de transporte.

Lo que me deja patidifuso del vídeo, al margen del ridículo del consejero, es que sus compañeros de partido, en vez de corregirlo en algo tan evidente y clamoroso, lo jalean y aplauden... ¿Debo deducir de esa actitud que tampoco se mezclan por el subsuelo madrileño con parias como yo?

En fin, se ve que en esto consiste la democracia: unos pueden negar la crisis económica o que el Mercado manda más que el Gobierno, el rey y el papa juntos, y los otros, en contrarréplica, pueden negar sin titubear que han votado a favor de la ley antitabaco o la existencia del humilde Metrobús. Esto va a gusto del consumidor, es decir, del votante. La cosa es negar lo que sea, no hacerse cargo de los errores que se cometen, polarizar posturas y huir hacia delante. Así estamos y así nos va.

PD. En este enlace se puede consultar la evolución del coste de este billete entre 1997 y 2010. Por mi parte, aporto solo 3 pruebas de los muchos Metrobús que guardo: uno de 7,40 € (25/10/2009), otro de 9,00 € (10/05/2010) y 9,30 € (26/02/2011). No lo hago por joder a Echevarría ni conspirar contra el PP, en serio; tan solo pasa que soy autónomo y guardo mis tiques.

23 de febrero de 2011

También la lluvia, Icíar Bollaín

El otro día fuimos a ver También la lluvia, que nos gustó mucho. A la salida, y a la vera de unas cañas, comentamos la jugada. De las cuestiones técnicas dejo que se ocupen otros; a mí el final me pareció precipitado y hubo algún detalle que no entendí (¿por qué no consiguen hablar Gael García Bernal y Luis Tosar por teléfono cuando se separan?) Tampoco encontré del todo creíble ese abrazo entre Tosar y Juan Aduviri. En realidad, diría que eché en falta 20 o 30 minutos más de película. (Sí, a lo Biutiful, un rato más para amortizar los 8 eurazos de la entrada).

La película contiene múltiples lecturas, y de todo habrá por ahí en internet. Yo mientras la veía me acordé de una reflexión de David Foster Wallace que había leído el día anterior. (Sé que suena posmo y pedante; pero sucedió así, qué va a ser). Había leído esta entrada en el blog de Caballo de Troya y había ido hasta el discurso de bienvenida que elaboró Foster Wallace para los alumnos del Kenyon College, publicado por Metricastore. Allí figuraba, entre otros, este fragmento:

Probablemente lo más peligroso de una educación académica —por lo menos en mi caso— es que me permite y alienta la tendencia a sobreintelectualizar las cosas. Me ayuda a perderme en argumentos abstractos dentro de mi cabeza, en vez de simplemente poner atención a lo que está sucediendo en frente de mí. Estoy seguro que todos aquí saben que es extremadamente difícil mantenerse alerta y atento, en vez de sucumbir a la hipnosis del constante monólogo dentro de uno mismo. Es por esto que aprender a pensar significa aprender a ejercer algún control sobre cómo y en qué pensamos. Significa estar suficientemente concientes y alertas para escoger en qué ponemos atención y escoger cómo construir significado a partir de la experiencia.
(La traducción es argentina; de ahí algunos detalles —concientes o alertas— que llamarán la atención del lector español, si es que lo hubiere.)

Para mí, También la lluvia consigue cuestionarme cómo y en qué pensamos cuando hablamos sobre ciertos asuntos. Por ejemplo, la visión etnocentrista que suele dominar nuestros discurso, esa que no distingue a los quechuas de los mayas y que considera a ambos indígenas como extras soberbios para desempeñar el papel de indios tahínos en una película sobre Colón. Por desgracia, ese discurso pro hombre blanquito occidental no es un mal exclusivamente español, sino que está bastante extendido. (Baste ver las críticas que recibió La teta asustada, el filme peruano, de Claudia Llosa).

Otro aspecto que me ayuda a cuestionarme También la lluvia está relacionado con la elección de Bolivia como enclave para rodar. En una época en que muchos políticos, analistas y trabajadores claman contra el traslado de las fábricas de coches a India, China o incluso a países del este europeo, resulta que desde hace un tiempo muchos españoles están yendo a rodar a la Argentina porque es más barato. El capitalismo es lo que tiene: lo mismo te hace zapatillas en Vietnam, vaqueros en Marruecos o centros de atención telefónica para tu ADSL en Centroamérica. En este caso, los protagonistas se marchan a Bolivia; al fin y al cabo, allí pueden pagar 2 dólares al día a unos cuantos quechuas y disponer de un montón de extras con los que montar una superproducción. Es una forma de descentralización de una industria como otra cualquiera, quiero decir.

(Nota al paso y que poco o nada tiene que ver con la lluvia: qué buena película Bolivia, de Adrián Caetano.)

Hasta ahí, si esos cineastas fueran hollywoodienses, jodería la explotación y parecería previsible el argumento. Sin embargo, resulta que encima el equipo de la película intenta dárselas de izquierdista, de hacer un poquito de denuncia, en fin, de ir de progres por la vida; pero de ese progre que lleva el bolsillo a la derecha, como la gente a la que critica. Y aquí es donde para mí También la lluvia adquiere vuelo.

Es más: podría decirse que pasa de la queja a la denuncia: hay cineastas progres que, cuando se trata manufacturar su producto, aplican los mismos métodos de explotación y extorsión que las multinacionales. Y lo hacen exactamente con la misma convicción con que lo dice Luis Tosar cuando se ve en algún brete: el dinero resuelve todos los problemas.

De hecho, hay una escena entre Luis Tosar y Juan Aduviri que parece un guiño a aquella de 9 reinas entre Gastón Pauls y Ricardo Darín, aquella donde Darín dice: «¿Te das cuenta? Putos no faltan, lo que faltan son financistas». Aquí Tosar, el productor y conseguidor, hace de financista y pone dólares encima de la mesa para que Aduviri deje de liderar las protestas contra el Gobierno y se centre en su papel como actor secundario en la película. Donde Pauls arruga y acepta un cero más a la derecha para venderse, Aduviri emerge como un incorruptible espartaco plenamente concienciado de su lucha social.

Al margen de la lectura de que el hombre blanco intente comprar la voluntad del hombre indígena, quisiera ir un pasito más allá. En 9 reinas, la escena sucede entre 2 ladrones; en También la lluvia ocurre dentro del mundo del cine. Es decir: en el sacrosanto recinto de la cultura...

Desconozco si hay una denuncia encubierta de Iciar Bollaín contra algún compañero de profesión —alguno hay que es famoso por ir de hacer cine social y pagar fatal al equipo con el que trabaja, a pesar de disfrutar de un buen pasar económico—, o si tan solo se valió de la profesión que tenía más cerca y que mejor conocía: la suya, la de cineasta. No lo sé. Pero me gustó esa crítica, ese preguntarse ¿para qué sirve el cine? O mejor dicho: ¿para qué sirve mi trabajo si con él contribuyo a perpetuar el sistema que tanto crítico?

Los cineastas de la película creen hacer cine de denuncia porque rescatan el papel de Bartolomé de las Casas y de otros religiosos durante la conquista, porque quieren rodar algunas escenas brutales sobre las tropelías que cometimos los españoles hace 500 años, porque aprenden alguna palabrita en quechua... Y sin embargo, a la hora de la verdad, resultan ser serviles con el verdadero amo: el Mercado. Pagan una mierda y van de nuevos ricos entre gente humilde... Para eso, mejor que vendan tornillos, camisetas sixties o fajas de color carne, ¿no? ¿Para qué sirve una cultura que fortalece el discurso hegemónico?

Lo que necesitamos, sea en la cultura o en otras facetas de la vida, son espartacos bolivianos como el personaje que encarna Juan Aduviri, gente íntegra y capaz de pelear por los derechos de su comunidad, de no venderse, de poner en marcha proyectos que transformen la vecindad de uno en un lugar mejor para todos, no solo para unos pocos. Ahí está la poesía, lo verdaderamente transgresor. Lo demás es capitalismo, más duro o más blando, con más o menos glamour y toque de buen gusto; pero capitalismo al fin y al cabo. Y en la industria cultural hay mucho.


PD 01. Desconozco cuál es la posición exacta de Iciar Bollaín respecto de la llamada «ley Sinde», pero confío en que no termine presa de su propio discurso, como los personajes de su película. Por ahora solo Álex de la Iglesia se ha desmarcado del lema de También la lluvia: «Algunos quieren cambiar el mundo... Pocos quieren cambiarse a sí mismos».

PD 02. En la web de la película aconsejan visitar estos dos blogs: uno y otro.

9 de febrero de 2011

El lenguaje de las células..., Nacho Gallego

Este es un libro que, en realidad, son 2. Si te da mal rollo el cáncer y la escritura en carne viva, puedes olvidarte del inicio y saltar a la página 133. A partir de ahí, comienza la sección «Otros viajes» y la cosa va en plan mochilero con un toque oenegé: un buena dosis de la Argentina menos conocida por los turistas, una pizca de trabajo social en Nicaragua o un chute en toda regla de curaciones ayurvédicas en la India. Son casi 200 páginas dedicadas a conocerse mejor a uno mismo saliendo de viaje por el mundo. Vamos, una lectura tranquila como la de un suplemento de viajes dominical.

Como lo mío son las drogas duras, centraré la reseña únicamente en la primera parte, El lenguaje de las células (Caballo de Troya, 2010) propiamente dicho.

Esas primeras 133 páginas son un conjunto de textos que Nacho Gallego (Madrid, 1971 - Zamora, 2007) escribió mientras estaba enfermo y que dejó inconclusos cuando le tocó abandonar el banquete de los vivos. Le detectaron un cáncer en los testículos —o eso he entendido yo— a los 24 años, se lo curó y, putas casualidades de la estadística, formó parte del 0,05% de las personas que padecen un rebrote. Cada 3 años tuvo una recaída y de la última no se recuperó. Entre medias de tanto ajetreo existencial se armó de valor, humildad y coraje, y vivió. También encontró consuelo en dedicarle un montón de horas a la lectura y a la escritura.

Bien pensado, tiene huevos —y nunca mejor dicho— lo de este chaval: si sabes que la muerte te acecha, ¿qué sentido tiene perder el tiempo leyendo los cuentos de Borges, los poemas de Jorge Calvetti, dejar que te toque un libro Gioconda Belli o leer a Eduardo Galeano para entender que los españoles no hicimos en América lo que nos contaron los curas en el colegio? Quiero decir: este Sistema conspira desde todos los ángulos justamente para lo contrario... Y va y aparece un tío como Nacho Gallego, que pelea contra la fecha de caducidad de su vida como tú contra tu jefe por un aumento de sueldo, y decide leer. También escribir. Y hasta deja unos textos más o menos apañados que testimonian que, como sostiene su editor, no ha vivido en vano.

Olé sus cojones.
Qué mejor manera de deshacer esta mentira del país de los sanos que contando historias que nos preparen para experimentar el viaje de la vida en todas sus dimensiones.
La literatura como herramienta para vivir con más intensidad: he ahí una de las enseñanzas de estas páginas. En un mundo lleno de superficiales discursos de autoayuda, vacía lírica vanguardista o sentimentaloide y prosas de refinado vendedor de crecepelos, alivia encontrarse con la honestidad de El lenguaje de las células, por deslavazados que resulten algunos de sus pasajes. Y es que todo el relato está recorrido por la más alta tensión literaria: vivimos para morir. (Lo demás son distracciones, que diría Kafka).

La grandeza de Nacho Gallego es que ni siquiera tira golpes bajos. No se regodea en su cráneo imberbe, en los vómitos o en la «amplia gama de averías» que padece su carne debido a un adenocarcinoma. Tampoco vende un discurso de superación que pueda servirle a los gerentes de las multinacionales para arengar a su tropa. La grandeza de este chaval anónimo es que intenta disfrutar aquí y ahora de su vida: del café que toma, del libro que lee, de su soledad, de las caricias de su novia, de transfomar el mundo que le rodea en un sitio más habitable. De vivir, en suma, en tiempo presente (un poema de José Ángel Valente que, seguro, suscribiría Nacho).

En estas páginas no hay gran literatura, si por esta entendemos los manierismos al uso que unos días excitan a los gafapasta avant-garde y otros, a la aristocracia de la reconfortante cita humanista. Es más, y conociendo a su editor, Constantino Bértolo, puedo decir que ni siquiera hay literatura, porque de eso se trata, de que no la haya, pues el mundo (literario o no) está saturado de juegos de palabras, de elipsis interesadas, de gastadas metáforas que velan la realidad para manipularla a beneficio de alguna cuenta corriente.

Lo que sí hay en el Lenguaje de las células es verdad. Una verdad que irradia un tipo que vive con el deseo ferviente de arder, no de consumirse. Alguien preocupado, además de por convivir con la rebeldía de los oncogenes, por rebelarse contra otra enfermedad, una enfermedad más grave aún que el cáncer y que ha infectado a buena parte de la sociedad occidental: durar como sinónimo de vivir. En estos blandos tiempos donde el negocio es comprar y vender felicidad satisfaciendo necesidades ficticias, va y resulta que las células tienen planes propios respecto de la estrella del horóscopo: nuestra salud.

Vivir, no durar.

Arder, no consumirse.
Con el dolor le ocurría como con el amor: no había nada que él pudiera hacer, tan sólo esperar a que pasara el pico de intensidad, sucumbir a cada arremetida.
Leídas esas 30 palabras, alcanza para comprender que Nacho Gallego sobrevivió al descenso al infierno y supo tocar el éxtasis con los dedos. Supo en qué consistía la soledad de ser hombre. Y eso ni lo cura la quimioterapia ni lo atenúan narcóticos como la Dolantina. Con todo, el bueno de Nacho todavía tiene arrestos para ironizar sobre ello y dejarnos entrever que, para películas en alta definición y sensaciones 3D, la vida:
Hasta el olor corporal era distinto: «Tu almohada huele a quemado», decía Ale cuando dormía a su lado; ella era la única que seguía tocando su cuerpo como si éste no se redujera a un saco de humores y líquidos. De tener ocasión, Joan lo hubiera cambiado por otro en la tienda más cercana: «Me da uno limpio, sin fármacos, por favor», solía bromear con Ale.
Así escriben y viven los valientes.

Amén.


PD. Aquí puede leerse unas cuantas páginas del libro.

3 de febrero de 2011

Los años del desmadre..., Tom Wolfe

Hace un par de domingos quedé con un amigo, Alejandro, para tomar unas cañas por Lavapiés. Antes me acerqué al Rastro y pasé revista a los puestos de libros que tengo fichados. Esta vez, uno de mis favoritos —uno que vende pelis porno y libros en tapa dura a 3 €— no ofrecía gran cosa; así que inspeccioné con más ahínco el resto de paradas técnicas que suelo hacer en la plaza del Campillo del Mundo Nuevo.

Así, encontré un puesto que vendía a 5 € libros nuevecitos de editoriales como Melusina, Península y alguna otra similar. El destino de muchos libros enviados a los medios de comunicación es terminar en una mesa de saldos dominguera para que alguien como yo se los lleve a casa 2 o 3 veces más baratos que en una librería. Quiero decir: cada cual tenemos nuestro lugar en la cadena trófica del ecosistema literario.

Bien, decía, inspeccionando ese puesto encontré también 2 libros de Tom Wolfe, ambos de aquellas primeras ediciones que lanzó Anagrama en sus inicios (o eso creo yo, vamos): Los años del desmadre. Crónicas de los 70 y La banda de la casa de la bomba y otras crónicas de la era pop. Y, como tengo el sí fácil, me gusta esa clase de periodismo y juraría que Herralde no los reeditará, me los compré por 6 € cada uno. Ni siquiera intenté regatear el precio: además de que me encantaron las portadas, Anagrama ha reeditado ahora en formato 2 x 1 ¿Quién tema a la Bauhaus feroz? y La palabra pintada, y pide 18 eurazos por el libro. Quiero decir: no era mal trato.

Ya casi he terminado el de los años del desmadre y, cómo no, me ha resultado desternillante. Tom Wolfe es una especie Mourinho literario: es incorrecto a tiempo completo, como si lo de ser sublime sin interrupción tuviera que ver con dispersar al enemigo a manguerazos de cinismo. Y, como la estrella del flamante capitalismo florentino, da a entender siempre que el problema es de los políticamente correctos, de ese hatajo de hipócritas que nunca dicen lo que piensan y cuyo objetivo es llevarse bien con todo el mundo para medrar. Analogías futbolísticas aparte, leer otra vez a Wolfe me hizo fijar otra idea: Martín Caparrós es el Tom Wolfe en español. Hace poco terminé Contra el cambio y su voz narrativa desprende la misma socarronería que el virginiano en los años 70.

Eso sí, a Caparrós todavía no le he leído describir las hemorroides de una alta ejecutiva preocupada en extremo por su belleza... Sin embargo, como Wolfe carece de límites cuando escribe, puede llegar a cotas inalcanzables para otros:
Los ataques comenzaban siempre con la sensación de que un cacahuete se le había quedado atrapado en el esfínter. Eso significaba que una porción de vena varicosa inflamada se había abierto paso por el intestino y amenazaba de hecho con salir por el ano.
Y, en esa misma crónica, «La década del yo y el tercer gran despertar», agrega:
¡La hemorroides! Ese cacahuete siniestro...
Desopilante. Hasta comiendo pistachos y dátiles me parto de risa recordándolo (eso sí, los mastico mejor antes, no vaya a ser que...).

En fin, hay que ver de qué cosas escribo. El caso es que yo había empezado esta entrada para el blog porque hubo un pasaje menos escatológico que también me hizo tilín en la perola. Va sobre religión.

Desde hace años no paro de darle vueltas a este léxico que usan las corporaciones: visión, metas, objetivos, valores, cultura... Sobre todo a lo de la visión. Ese «I have a dream», a lo Martin Luther King pero en versión capitalista. Tras leer el siguiente pasaje de Wolfe, me quedó claro que el concepto no procedía de gurú alguno, sino que deviene de la religión.

Sí, lo sé, soy un ingenuo porque el Vaticano es un perfecto sincretismo entre religión y economía... Pero, bueno, uno tiene sus limitaciones, qué va a ser. El pasaje en cuestión dice así:

Esta noción [orgasmo] cuenta hasta con su genealogía. Numerosas sectas, tales como los Shakti zurdos, o los onanistas gnósticos, han interpretado el orgasmo como el kairós, el momento mágico, el éxtasis divino. Hay pruebas de que los primitivos movimientos mormones y oneidas les imitaron. En realidad, el concepto de un cierto éxtasis divino está presente en la historia de las religiones a lo largo de los últimos 2500 años. Como Max Weber y Joachim Wach han explicado con detalle, todas las principales religiones modernas, sin contar una legión de otras menores ya desaparecidas, no se originaron a partir de una teología, ni de un sistema de valores, ni de una meta social, ni siquiera de una vaga esperanza de vida eterna. Al contrario, todas se originaron a partir de un pequeño círculo de individuos que compartieron algún éxtasis o acceso avasallador, una «visión», un «trance», una alucinación; resumiendo, un auténtico hecho neurológico, una dramática mutación del metabolismo, algo que aparentemente ha iluminado el entero sistema nervioso central. […] Los orígenes del cristianismo están repletos de «visiones».
Pues eso: dramáticas mutaciones del metabolismo me dan a mí cada vez que escucho a los bancos quejarse de nuestros salarios y, a la vez, comunicarnos sus beneficios... Pero a lo que iba: me pareció revelador (nunca mejor dicho) constatar una vez más que las multinacionales usan un léxico religioso de manera encubierta. Se ve que, cuando los departamentos de marketing se sientan a identificar necesidades, también piensan en las espirituales.


Los años del desmadre. Crónicas de los 70, Tom Wolfe
Editorial Anagrama, 1979
Traducción de José Luis Guarner

9 de enero de 2011

El gaucho insufrible, Roberto Bolaño

Había pensado en escribir un mensaje con mis propósitos blogueros para el 2011, como he visto que se estila en la red; sin embargo, como lo más probable es que los incumpla, mejor lo dejo. Tanta seriedad y tanto compromiso me abruman. Bastante tengo con el estrés que me genera la parte capitalista de mi vida. Por tanto, seguiré escribiendo cuando pueda, cuando me apetezca y sobre aquello que me pida paso entre otras múltiples obligaciones. Quizá la libertad, en parte, tenga que ver con eso, con aprender a no contraer demasiadas deudas con uno mismo.

Hace unos días, por fin, rescaté una buena parte de los libros que tenía en cajas desde hace casi 3 años, cuando regresé de vivir unos 4,5 en Buenos Aires. Hasta ahora no tenía ni el espacio vital ni las estanterías para colocarlos; así que los guardaba en ese purgatorio en que algunos hijos convertimos la casa de nuestros padres mientras ultimamos detalles con el destino. Por suerte, esta última mudanza pondrá orden y concierto en el asunto.

De los 21 kg de libros —la mitad de la mercancía— que me trajo el lunes Correos, tengo desde entonces un filete de unos 250 g en la mesa de trabajo: El gaucho insufrible, de Roberto Bolaño. En concreto releo una conferencia que pensaba dar Bolaño y que, según tengo entendido, no llegó a pronunciar. Se llama «Los mitos de Chtulhu» y está dedicada a Alan Pauls. Es un texto fragmentado y lapidario, escrito parece con la muerte en los talones, donde da su punto de vista sobre el mundillo literario español.

Me gustó encontrarme subrayado este pasaje que transcribo sobre los nuevos escritores. Es mi plegaria para comenzar el año.


Los escritores actuales no son ya, como bien hiciera notar Pere Gimferrer, señoritos dispuestos a fulminar la respetabilidad social ni mucho menos un hatajo de inadaptados sino gente salida de la clase media y del proletariado dispuesta a escalar el Everest de la respetabilidad, deseosa de respetabilidad. Son rubios y morenos hijos del pueblo de Madrid, son gente de clase media baja que espera terminar sus días en la clase media alta. No rechazan la respetabilidad. La buscan desesperadamente. Para llegar a ella tienen que transpirar mucho. Firmar libros, sonreír, viajar a lugares desconocidos, sonreír, hacer de payaso en los programas del corazón, sonreír mucho, sobre todo no morder la mano que les da de comer, asistir a ferias de libros y contestar de buen talante las preguntas más cretinas, sonreír en las peores situaciones, poner cara de inteligentes, controlar el crecimiento demográfico, dar siempre las gracias.


No es de extrañar que de golpe se sientan cansados. La lucha por la respetabilidad es agotadora. Pero los nuevos escritores tuvieron y aún tienen (y Dios se los conserve por muchos años) padres que se agotaron y gastaron por un simple jornal de obrero y por lo tanto saben, los nuevos escritores, que hay cosas mucho más agotadoras que sonreír incesantemente y decirle sí al poder. Claro que hay cosas mucho más agotadoras. Y de alguna forma es conmovedor buscar un sitio, aunque sea a codazos, en los pastizales de la respetabilidad. Ya no existe Aldana, ya nadie dice que es preciso morir, pero existe, en cambio, el opinador profesional, el tertuliano, el regalón del partido, sea este de derecha o de izquierda, existe el hábil plagiario, el trepa contumaz, el cobarde maquiavélico, figuras del pasado que cumplen, a trancas y barrancas, a menudo con cierta elegancia, su rol, y que nosotros, los lectores o los espectadores o el público, el público, el público, como le decía al oído Margarita Xirgu a García Lorca, nos merecemos.


El gaucho insufrible, Roberto Bolaño.
Editorial Anagrama, Barcelona 2003.

PD. Aquí está el texto completo (o eso me ha parecido a simple vista).