21 de octubre de 2010

El club de las mujeres ambiciosas, Jesús Rodríguez

Hace poco leí en Inundaciones y en Fantasía roja, ambos de Iván de la Nuez, que hay una tienda en Alemania dedicada a vender objetos que llevan la foto del Che. Lo contaba para mostrar el poder de penetración de la famosa instantánea que captó Korda y que el editor Giangiacomo Feltrinelli convirtió una imagen de dominio mundial (y eso que no existía Internet).

Desconozco si pasar de guerrillero a icono pop es bueno o malo. Si esta omnipresencia infográfica, incluso en forma de merchandising capitalista, supone una derrota en toda regla o si, por el contrario, constata que el Che ha vencido por el medio más insospechado y esa foto de Korda ha entrado como un caballo de Troya en las casas y en el discurso de la gente más insospechada.

Como ejemplo patrio de esto último tenemos a Pablo Casado, de las juventudes del PP, que mezcló en un mitin a Miguel Ángel Blanco con el guerrillero argentino. Así, sin anestesia, como si su Palencia natal o Euskadi mantuvieran algún tipo de similitud con Cuba y el resto de países latinoamericanos en 1959. Y entre los ejemplos fuera de España, hace poco he descubierto uno curioso: el de Carla Bruni y Nicolas Sarkozy.

He leído El club de las mujeres ambiciosas, donde Jesús Rodríguez compila 13 perfiles de mujeres, cada cual con un superpoder diferente. Las elegidas van desde Shakira a Inés Sastre, pasando por Elena Ochoa, Elena Benarroch o Ana Patricia Botín. Uno de esos perfiles está dedicado a «Madame Sarkozy», según se refiere a ella el periodista de El País.

El texto empieza con la aproximación de Rodríguez al hogar de su entrevistada. Mientras llega a encontrarse con Bruni, el cronista nos habla de la gente de seguridad, de la niñera peruana o de la casa en forma de «hotelito» en el majestuoso y elegante distrito XVI. Así hasta llegar, ¡atención!, a «una enorme caja para cigarros puros decorada con la imagen del Che en esmalte rojo y negro y una vistosa leyenda autógrafa: “Hasta la victoria siempre”. Regalo del Comandante».

¿Una caja de puros con la foto del Che en el palacete donde conviven Sarkozy y Bruni? ¿Un regalo de Fidel Castro?

Entonces, quien esto escribe, humilde lector que sobrevivió a los gin tonics de juventud, piensa en las huelgas generales en contra de las pensiones que están convocando los franceses, en las deportaciones de gitanos, en las restrictivas leyes contra la inmigración, en el caso L'Óreal, en el nepotismo que practica Sarkozy con su hijo Jean, en sus críticas en plan Berlusconi a la izquierda... Digo, piensas y te preguntas: ¿qué hace esa caja ahí?

Por alguna razón inefable, el periodista considera inoportuno seguir ese hilo. Pasa a otra cosa. Se limita a comentar que Carla Bruni es una «ex top model planetaria, ex amante de Jagger, Trump y Clapton», «cantante y compositora», «mujer anuncio» y «primera dama de Francia». Ni rastro de la cajita ni tampoco de cómo encaja la chica peruana con la política de inmigración de Sarkozy. El silencio es tan grande como un un millón de grillos despiertos a media noche.

Es más: yo me quedé enganchado ahí (lo siento, Jesús).

Imaginemos que Rajoy llega a la Moncloa, que al poco tiempo se divorcia y se casa por la vía exprés, no sé, ¿con Marta Sánchez? Llegas a entrevistarla a ella como cantante y ves una caja de puros con la imagen del Che. ¿Quién? El Che, ese al que algunos de los correligionarios del marido llaman «asesino» y tal... Además, es un regalo de Fidel Castro, ese caballero con el que los pares ideológicos del presidente prefieren romper relaciones antes que buscar puntos de encuentro. ¿De verdad que no chirría algo, como cuando te enseñan una foto de un niño afgano corriendo por las ruinas Kabul con una camiseta de Messi?

En fin, evito insistir en un hipotético ejemplo con Ana Botella, José María Aznar y, no sé, ¿Elsa Pataky?

A cambio de la discusión política, el texto nos cuenta que Madame Sarkozy considera su casa como un «refugio» —tiene bemoles la palabra—, bebe «agua Perrier» y que a sus 39 años conserva un cuerpazo considerable (totalmente de acuerdo). También que guarda obras de Proust, Joyce o Verlaine, que tuvo un hijo con el filósofo Raphaël Enthoven, que Houllebecq le ha escrito una canción o que conserva un Stainway que pertenecía a su padre, «un rico industrial turinés y compositor de óperas». La cuota trágica la pone su hermano, quien murió de sida a los 45.

Sigo leyendo.

Tras declararse «Totalmente laica. Como la República», Bruni nos ofrece el más difícil todavía. Por primera vez, habla de su marido por el nombre de pila y opina sobre él:

(...) Nicolás es una persona normal. No miente para ser presidente. Tiene una forma más moderna de enfocar su vida y su carrera. No ha tenido que elegir entre tener una vida y su carrera; tiene las dos cosas, por eso es tan moderno.

—¿Moderno?
—Sí, totalmente libre. Es libre. Creo que es la palabra que mejor le define. Si no, no se habría casado con alguien como yo.

—Pero es un político conservador...
—Mi marido no es conservador. No se corresponde con la idea que yo tenía de un conservador. El resto de su partido lo es, pero nosotros no.

Esta vez, el periodista sí repreguntó, menos mal... Porque, como dirían Pulp, this is hardcore!

Es increíble cómo las palabras pierden valor. O, mejor dicho, cómo la gente intenta apropiarse del valor prestigioso que poseen algunas de ellas. Para Dolores de Cospedal, el PP es el «partido de los trabajadores», Zapatero vende como políticas «de centro-izquierda» los reajustes dictados por el Mercado y Carla Bruni sostiene, a la vera de una caja de puros con la imagen del Che, que su marido, no es conservador. Cualquier día el rey Juan Carlos dirá que le fue fiel a Sofía y esta que le encantaría leer un pregón en Chueca. Ay, qué martirio esto de leer: como en las películas porno, al final nadie se casa y nada parece lo que es.

PD. Añadido de última hora. Una amiga, Elena, me ha pasado un vídeo de Kevin Johansen, el de la canción Mc Guevara's o Che Donald's.

No hay comentarios:

Publicar un comentario