23 de junio de 2010

Mockba, Diego Muzzio

Le debía la reseña a mi buen amigo Cristian, quien allá por 2007 me regaló este libro de cuentos, Mockba, por mi cumpleaños. Por tanto, este comentario tiene algo de gratificación retrasada (a la gratificación literaria, me refiero; aquella noche cociné un pollo con ciruelas, si mal no recuerdo; por tanto, doy por satisfecha la parte gastronómica de aquel 16 de junio). Como en su día lo único que le dije fue algo así como «che, me gustó», hoy intentaré llevar el comentario algo más allá.

Entre otras cosas lo hago porque este es un autor argentino todavía no publicado en España. Algo que me sorprende, pues otros compañeros de sello, Entropía, ya fueron publicados aquí e incluso estuvieron de viaje por suelo ibérico. Me resulta curioso que Muzzio haya pasado inadvertido para los editores por cuanto su propuesta es digna de ser considerada. O al menos así me lo parece a mí, claro.

Este libro lo componen 12 cuentos que responden a una unidad temática: la muerte. O mejor dicho: diferentes tipos de discursos que mantenemos los vivos sobre ella. Por eso aquí hay enterradores, profanadores de tumbas, médicos que juegan al póquer cerca de un camposanto, un hombre de 358 kg que muere postrado en la cama, incluso una familia que tiene dos puestos de flores en un cementerio y un hijo que hace de Miguel Strogoff entre ambos... De esa heterogénea galería de personajes emana el inquietante bouquet que deja Mockba una vez degustado hasta el final, y que podría resumirse con esta frase de «Posibles nombres para un perro»:
—Mirá, Topo, los muertos no hacen nada. De los que tenés que tener miedo es de los vivos.
En cada relato, Muzzio encara ese asunto desde una perspectiva distinta y varía los escenarios, las atmósferas o las técnicas narrativas (algo que dota al texto en su conjunto de una gran coherencia y riqueza). El hilván tanático, lejos de convertirse en un corsé o en una redundancia, le permite jugar con los registros y diseñar un artefacto donde cada texto aporta lo suyo a un engranaje superior. La estrategia funciona: el todo suma más que las partes por separado.

El título del volumen procede del cuento central, Mockba, que con sus 30 páginas —el libro tiene 151— es, con diferencia, el más largo. Esa referencia rusa —Mockba significa Moscú— puede que encierre un homenaje a Chéjov, cuyo eco puede escucharse en algunos finales abiertos, en la inteligente selección de los detalles o en el cuidado extremo para narrar de la manera más natural posible. También hay una buena lectura de ese Raymond Carver —editado por Gordon Lish— preocupado porque nada sobre o falte en el cuento, por introducir esa sensación de que algo va a pasar. Una sensación que, por cierto, define muy bien este pasaje de «Poker de reyes»:
Morand despegó la espalda del sillón y se inclinó hacia adelante, como si fuera a confiarme un secreto. Ese simple movimiento me transportó hacia el pasado. Por un momento, un flash iluminó mi cabeza: vi un bar, vi a Morand más joven sentado a una mesa. La imagen desapareció y otra vez me encontré a oscuras, con la incómoda sensación de haber estado en la punta del trampolín que me impulsaría al descubrimiento.
Parafraseando el título de este último cuento, puede decirse que lo de Muzzio es el póquer clásico: prosa serena, búsqueda del equilibrio y trabajo en pos de la nitidez de la escena. Lo suyo es contar una buena historia de la mejor manera posible. Algo que consigue de manera notable en la mayor parte de sus cuentos.

Los argumentos también son variados, ocurrentes. Por ejemplo, en «El pasajero» hay un bar adonde acuden los taxistas a contar historias a un tal Félix, quien paga por ellas en función de lo buenas que son. En «Mockba», el enterrador Ivan Voltov descubre a los dos días de empezar a trabajar que alguien con su nombre y que nació en Moscú está enterrado allí, en el cementerio de Buenos Aires. Y en «El Cementerio Central», hay una historia ambigua con cierto toque periodístico sobre el proyecto de reunir el cementerio de Capital Federal y del Gran Buenos Aires en uno solo. Quiero decir, que esto de la muerte da para mucho (y bien).

Si hubiera que buscarle alguna similitud en el panorama español, diría que sería emparentable con Jon Bilbao en Como en una historia de terror (eso sí, vaya por delante que en una eliminatoria del Mundial, me quedaría con Muzzio). En su momento, hubo bastante debate sobre si los libros de cuentos deben tener o no unidad temática... Hablar de obligaciones o mandatos en un terreno como la literatura suele ser absurdo; en cualquier caso, ese tipo de cuestiones se resuelven de una manera sencilla: probando. Mockba de Diego Muzzio es una gozosa oportunidad de hacerlo. Nadie se va a morir por ello. Lo juro.

22 de junio de 2010

Vil & Vil, Juan Filloy

Además de vago, estoy cansado (es lo que tiene trabajar: te deja miope, calvo y cansado); así que reduciré mis obligaciones blogueras a extractar 6 subrayados de la novela que me traía entre manos hasta ayer mismo, Vil & Vil. La gata parida, de Juan Filloy. Allá por 2006 había leído Los Ochoa, de este mismo autor, y hace unas semanas me crucé con este título en la Feria del Libro Nuevo y de Ocasión (5 eurillos). No me ha entusiasmado, pero a mí Filloy me cae simpático. Quizá en alguna batida por la biblioteca de Puerta de Toledo cace Op Oloop y La potra, que les tengo ganas.

I


Más energía, carajo. Ataquen las bolsas de arena como si fuera el cuerpo de enemigos reales. Aprendan a despanzurrarlos sin asco. Si no esos hijos de puta los despanzurrarán a ustedes, hijos de puta... La guerra no es un corso de flores. Yo no quiero soldados estúpidos. La estupidez es todavía humana. Quiero soldados bestiales que relinchen la alegría de ser brutos. Bestias que obedezcan a gritos y pitos, que maten y destruyan porque la patria lo manda. Ya saben, entonces. Nada de tipos atorados de educación. ¡A la mierda los mimos de mamita! ¡A la mierda los melindres del capellán!

II

[...] la forja del hombre futuro no es una cuestión de mudas de ropas.

III

Sepan que el napalm es gasolina gelatinizada. Un arma terrible. Quema hasta la piedra. Su fuego pega a cualquier cosa. Si un individuo liga un beso de napalm, está frito, lo que se llama frito, en diez segundos. Son 1.300 grados de amor, que le calcinan la piel y le arruinan las vísceras instantáneamente.

IV

Bajo las armas, olvídese de sus ideas.

V

La autoridad es un alcohol súbito y se le fue instantáneamente a la cabeza. Son 60 grados de infatuación que compelen rigores y vesanías. Sin ese alcoholismo profesional, el ejército sería tan abstemio como el Ejército de Salvación.

y VI

Sin lacras ni excrementos no puede escribirse nada que agarre.



Vil & Vil. La gata parida, de Juan Filloy.
Editorial El cuenco de plata, Buenos Aires 2005.
El texto original es de 1975.

13 de junio de 2010

Francis Scott Fitzgerald (fragmento)


—Tío Bob, cuando las cosas se complican tanto que no hay solución, ¿usted qué hace?
—Sr. Fitzgerald —me dijo—, cuando las cosas se ponen así, yo trabajo.


Afternoons of an Author,
Francis Scott Fitzgerald.
Charles Scribner's Sons, New York,1957,

10 de junio de 2010

Amor de Artur, X.L. Méndez Ferrín

Amor de Artur (Impedimenta, 2010) es una de esas joyas que descubres de casualidad en la biblio y que terminas diciendo «Me la tendré que comprar». No es que el autor se vaya a hacer rico; pero, bueno, después de tanto dinero malgastado en compras insustanciales, ahora quieres asegurarte de que el 10% de tus 18 € financian el café con leche de un autor al que respetas. También el futuro de una editorial capaz de poner sobre la mesa una obra distinta.

Mira que me cuesta últimamente entusiasmarme con los narradores de tono alto —los tipo Borges, Onetti, Mann, Bernhard, etcétera—; sin embargo, Xosé Luis Méndez Ferrín ha logrado hacerse un hueco entre mis prejuicios. Este autor gallego, postulado en su día para el Nobel, ofrece un singular equilibrio entre su exquisito dominio del lenguaje, el distante tono mítico que le imprime a sus cuentos y el trasfondo social de lo que narra. En tiempos donde para algunos solo parece existir el credo carveriano o el aggiornamiento estadounidense, sorprende encontrar una voz así de potente, alta, inesperada.

Y sorprende más aún darse cuenta de que esta compilación de 5 cuentos fue publicada en gallego en 1982, pero que nos llega en español a través de Impedimenta en 2010... En el prólogo, otro gallego ilustre, Constantino Bértolo, proporciona unas cuantas razones de por qué ha sucedido. Las resumo en una: la industria editorial española siempre ha considerado mercancía de segunda la literatura en gallego.

El estilo de Méndez Ferrín —al menos el de este libro— es una suerte de crisol donde caben los mundos míticos a lo Tolkien, las referencias artúricas, el enciclopedismo literario de Borges —aquel señor ciego al que tanto gustaban las sagas islandesas y el folclore escandinavo—, una dosis de prolongado, (casi) eterno y cadencioso fraseo onettiano, y estructuras dramáticas vanguardistas, tendentes a romper con la linealidad. En fin, un autor de tal calado que cuando cierras el libro, caes en el lugar común de preguntarte: «¿Y por qué yo no había escuchado jamás hablar de este caballero?»

(Ahí van una entrevista en El País y otra en RNE para ir subsanando la ignorancia acumulada.)

El caso es que Méndez Ferrín nació en Orense en 1938 y publica libros desde 1958, es decir, que tiempo y oportunidades habíamos tenido para descubrirlo. Pero, bueno, se ve que Galicia está lejos de Madrid. También que las ideas políticas del autor o la querencia por su idioma, el gallego, tampoco han ayudado mucho. De todos modos, tiene miga que los lectores hayamos tenido empacho desde hace años del Obaba de Bernardo Atxaga o de la Mágina de Muñoz Molina, y sin embargo muchos no tengamos ni pajolera idea de Tagen Ata, el espacio mítico donde se mueve este autor telúrico donde los haya. A ver si algún día las alcantarillas del mundo literario hablan y nos enteramos de por qué.

Pero volviendo de nuevo sobre el estilo del autor, rescato unas palabras del prólogo, donde Bértolo —cirujano de primera en estas lides— sintetiza así su cocina literaria:
A propósito [de Pondal] habla Ferrín de un rasgo, el distanciamiento vaticinante, que bien cabe aplicar a su propia obra. En el tono de su escritura reverberan los ecos y las texturas de un oráculo que el pulso del escritor refuerza a través de la reiteración ritual, la aliteración de timbre lírico, la sintaxis narrativa en espiral o la hipérbole expresiva como desprendimiento épico, sin que tales cualidades sofoquen el tacto de un habla popular que salta desde su condición de lengua oprimida hasta las alturas de una literatura gozosa, feraz y plena.
Como soy incapaz de competir con semejante diagnóstico, lo único que puedo hacer es suministrar un par de fragmentos donde se aprecian algunos de esos detalles. Por ejemplo, aquí va una muestra de contenida retórica preciosista, como corresponde a un voz que habla como si fuera un oráculo antiguo, como ese Shakespeare solemne que nos hace ponernos en pie e ir a comulgar con la cabeza gacha porque hay días en que la literatura es una cosa muy seria y hay que vestirse de domingo (al principio de la entrevista en RNE hay otro pasaje):
Rey Artur, Galván y Keu se miran en silencio. Están horrorizados por lo que ven desde la colina. Una y otra vez vuelven a fijar la mirada en Francastel. ¿Qué había sido de aquella torre homenaje, grácil como un copero arábigo, que era fama que el pueblo de los elfos negros había construido para Merlín, mago de Bretaña, en una sola noche? ¿Dónde aquellas casas espaciosas, de piedra de mármol azulado, en las que la vida retirada y secreta de Merlín transcurría y que tenían puertas ocultas que se abrían a distintos mundos? ¿Y las cercas coronadas de adarve de madera oscura y techo de pizarra fina? En su lugar, un montón informe de cascotes era todo lo que quedaba del famoso y franco castillo de Francastel.
Por suerte, Méndez Ferrín también tiene un toque terrenal, que nos permite soñar con el infierno cada tanto:
La tercera noche del banquete, Kodraf visitó los establos del palacio de Enmek Tofen y, armado con un cuchillo, fue cortando los cojones a los caballos de la gente de Dindadigoe. Los hermosos y peludos caballos montañeses de Nosa Terra relincharon de horror y huyeron en la oscuridad dejando regueros escarlata. Finalmente, murieron todos, desangrados, por los bosques de Tagen Ata.
Hubiera querido añadir asimismo un fragmento de «Extinción de los contactos», pero ayer devolví el libro a la biblioteca y me olvidé de transcribirlo. Quería mostrar con ese subrayado el fraseo corto y sincopado que emplea ahí y, por tanto, su capacidad para variar de registro y temática. Y es que Méndez Ferrín lo mismo te construye un rítmico relato con ecos beat que te clava un párrafo único de 50 páginas con tres planos de lectura diferentes, como en «Fría Hortensia». Retranca literaria, desde luego, no le falta.

Cuando leí en la solapa que habían postulado a este autor para el Nobel me sonó increíble —¡pero si no lo conozco!—; sin embargo, después de leerlo, lo único que he podido hacer es ir a la biblioteca y sacar el único libro suyo que había, En el vientre del silencio, publicado por una pequeña editorial navarra, Txalaparta... Es el gozo del descubrimiento. Si relatos como «Amor de Artur», «Fría Hortensia» o «Calidad y dureza» estuvieran en algún libro de Borges, estoy convencido de que habría una legión de exégetas perorando sobre Tagen Ata, el Tiempo de la Magnolia, Enmek Tofen o ponderando las excelencias líricas de casi cada frase. Ojalá que esta excelente traducción que ha publicado Impedimenta ayude a que Xosé Luis Méndez Ferrín ocupe un lugar de referencia en más estanterías que las gallegas. El canon de ventas ni se va a enterar; pero el otro, el artístico, seguro que sí.

6 de junio de 2010

Los perros ladran, Truman Capote (fragmento)

—¿Practica algún deporte? —Sí. El masaje.
*
Los perros ladran, Truman Capote. Editorial Anagrama, Barcelona 2002. Fragmento de «Autorretrato», una autoentrevista que se hizo y publicó Capote en 1972.





P.D.: Y ahora, un pizca de veneno a sangre fría:
Pero el problema con casi todos los actores (y actrices) es que son tontos. Y en muchos casos, cuanto más tontos, más talento tienen. Sir John Gielgud, uno de los hombres más amables que hay sobre la tierra, posee una técnica incomparable y una voz excepcional; pero, ah, el cerebro se le agota en la voz. Marlon Brando. No hay actor de mi generación que posea mayor talento natural; pero no ha tenido rival a la hora de elevar la falsedad intelectual a un nivel de presuntuosidad rayano en el ridículo. Bueno, sí ha tenido un rival: Bob Dylan, un músico (?) refinado y falsario que se las da de revolucionario ingenuo (?) cuando no es más que un cantante country sentimentaloide.
PD 02: Entrevista de Truman Capote a Marlon Brando en Kyoto (1957): The more sensitive you are, the more certain you are to be brutalised.

3 de junio de 2010

Josefina Ludmer (fragmento)

No estoy de acuerdo con separar esferas: literatura por un lado, política por el otro. Toda escritura está penetrada de política, lo que pasa es que hay que leerla así. No leer lo político como una esfera totalmente separada y superpuesta, de modo que habría literatura política según la referencia a violencias o cosas del pasado. No lo veo así. La escritura es una práctica política: no hago esas divisiones, no voy a decir acá esta lo político, acá lo literario. Creo van juntos.

Dado que hoy casi no se lee literatura, dado que la literatura es una práctica totalmente minoritaria y no se puede pensar la literatura en términos políticos de multitudes o de gran público como se la pensaba antes —leen los que escriben: prácticamente leen los que escriben; consideremos esa realidad—, a partir de esa miniaturización —podríamos decir— de la práctica literaria y del público literario podríamos pensar en una política inherente a esa práctica minoritaria que, por ser tan minoritaria, se estetiza. Se estetiza porque es una práctica chiquita y minoritaria.
*

Eso lo dijo Josefina Ludmer... Y lo robé del blog Mi reino por un caballo (y la foto, de acá). Más Josefina Ludmer, por aquí.

2 de junio de 2010

La globalización liberal, Susan George

Las ideas tienen consecuencias. La vida de la gente, el estado de la sociedad y el del planeta dependen en gran medida de los vientos que soplan, dicho de otro modo de la ideología dominante. Es como el agua para el pez que no sabe que se baña en ella. Condiciona la política, las leyes, la situación material y moral de cada cual. Gramsci lo comprendió. El pensador que desarrolló el concepto de «hegemonía cultural» habría visto sus observaciones confirmadas por la hegemonía neoliberal actual, cuya primacía sofocante en el mundo apenas empieza a disiparse.

Hemos vivido largo tiempo bajo la sentencia thachteriana TINA ('There is no alternative'). No hay ninguna alternativa a la privatización, al reino de los mercados financieros y de las empresas transnacionales, a la disminución de los poderes del Estado y al incremento sin precedentes de las desigualdades y de la precariedad, en los países llamados ricos y aún más masivamente en el Sur. No hay alternativa alguna al «ajuste estructural», esa mezcla económico-teológica, una sola y misma doctrina aplicable a todos, una doctrina que mata. En Francia, hemos adquirido la costumbre de llamar a esta doctrina «el pensamiento único».

Este pensamiento se vuelve un poco menos único en los tiempos que corren, y mejor que así sea. La idea de esta serie de libros «A favor y en contra» me gustó de inmediato. Dios sabe que estoy en «contra» de esta globalización liberal, de sus pompas y de sus obras, y dispuesta a luchar por mis convicciones. Yo creo que esta globalización es responsable de una parte de la miseria en el mundo y que se podría organizar perfectamente de otra manera la economía y la sociedad si existiese voluntad política de hacerlo. No debe extrañar a nadie que esta voluntad esté sobre todo al servicio de los que más se benefician de la situación actual. Le guste o no a la señora Thatcher, hay sin embargo, decenas de alternativas, y el capitalismo mundialmente integrado no tiene por qué ser sinónimo de condición humana ni del estado «natural» de la sociedad. Las leyes de esta economía no tienen nada de newtonianas y Dios no le dijo a Moisés en el Sinaí: «Serás neoliberal». En suma, nada de esto me parece inevitable.

*

La globalización liberal (a favor y en contra),
Susan George y Martin Wolf.
Este fragmento es de Susan George.
Anagrama, Colección Argumentos, Barcelona 2002.

PD. Entrevista en (nuestra extinta Teína) con Susan George.