3 de enero de 2009

Antonio Orejudo

«Miren ustedes: los hombres de mi generación, especialmente si han vivido en el centro de Europa, han presenciado un auténtico cataclismo. Para ustedes tal vez sea difícil de entender porque son muy jóvenes y porque España apenas ha sufrido la guerra. Pero para los centroeuropeos de mi generación, la guerra ha sido devastadora. Yo siempre fui, lo reconozco, de los que pensaron que aquello jamás sucedería; que las relaciones diplomáticas podrían crisparse más o menos; pero que a estas alturas de la civilización la vieja Europa no se entregaría jamás a una guerra medieval; pensaba que veinte siglos de cultura no podían haber transcurrido en vano. Pero me equivoqué.

Nos equivocamos todos. Se equivocó Bolzano, se equivocó Krauss, se equivocó Carnap, se equivocaron Wittgenstein, Rilke, Kafka y Musil; se equivocó Freud. Todos, nos equivocamos todos. Veinte siglos de cultura occidental no sólo no impidieron que se matara a millones de hombres, antes bien, todos ellos fueron asesinados en el nombre de la misma cultura occidental. He estado frente a un pelotón de fusilamiento, he perdido a gran parte de mi familia, y mi mejor amigo es un muñón de carne; por eso me río cuando alguien me habla de la belleza de las rosas o de las estrellas que hay en el cielo; por eso mis simpatías estarán siempre con aquellas personas que contribuyan a revelar esa gran mentira, ese fiasco sobre el que hemos vivido tanto tiempo y que se llama cultura occidental, es decir, la hipocresía de banqueros y nuevos ricos.

Ese es el empeño que me une a [André] Breton. Su propósito va más allá de lo literario porque Breton es, más que un literato, un revolucionario que usa las palabras entre otras muchas armas. Las pretensiones de Breton no consisten en cambiar la literatura o en crear un hito dentro de la historia del arte; su ambición no es construir una nueva metafísica, sino algo mucho más inmediato, palpable y, por ello, grandioso: liberar al hombre de la opresora cultura del santo Occidente; demostrar la fragilidad de sus pensamientos y de su moral; mostrar las arenas movedizas sobre las que han edificado sus viviendas. El escándalo es por eso un instrumento óptimo para denunciar las desigualdades sociales y la influencia embrutecedora de la religión y del militarismo. El escándalo es un arma eficaz para hacer aparecer los resortes secretos y odiosos del sistema que hay que derribar.»

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Fabulosas narraciones contadas por historias, Antonio Orejudo.
Tusquets Editores, Barcelona 2007.
(1ª edición, Lengua de Trapo, Madrid 1997.)


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