12 de enero de 2009

Leo Masliah



Me encantan los narradores orales y la improvisación, sobre todo la que avanza hacia el absurdo y juega de manera inteligente con las palabras, con los sentidos escondidos dentro de estas. Hay algo mágico en ese ida y vuelta entre el silencio del público y la tensión que rompe el rapsoda cuando habla y se ofrece como guía hacia el sinsentido. ¿Dónde escucha, de dónde le vienen esas palabras con las que, de repente, hace progresar la historia y mantiene en vilo la atención de quienes lo oyen, pese a que no cuenta nada trascendente? ¿Cómo ocurren todas esas asociaciones que se encadenan una detrás de otra?

Ayer domingo estuve viendo un espectáculo de improvisación teatral, y me fijé bastante en algo que me interesa mucho: los mecanismos creativos de los actores. O dicho de otro modo: dónde acaba el recurso técnico (el mero entrenamiento actoral) y dónde comienza a desplegarse ese intangible llamado talento. En artistas que trabajan con el absurdo, esa frontera se aprecia de una manera mucho más clara que en otros que acometen registros menos arriesgados, más tópicos. Y es que, como demostrara Cervantes con el Quijote, qué divertido es lograr convertir en verosímil lo inverosímil; pero qué difícil es. Los chicos de ayer cuajaron sólo una de las diez o doce improvisaciones que hicieron a partir de frases del público. Lo demás fueron destellos, pruebas, material reciclable.

Eso me llevó a pensar en Leo Masliah, que me parece un genio en esto del absurdo, o de lo que los rioplatenses llaman delirar. Y también lo correlacioné con mis dos recientes lecturas interrumpidas de César Aira, Las aventuras de Barbaverde y Las curas milagrosas del Doctor Aira, que empezaron sorprendiéndome y que me terminaron aburriendo soberanamente, tanto como para abandonar. No puedo con Aira, lo siento, ¡oh, mundo académico...! Y mira que lo he intentado: hace un par de años también abandoné dos veces en la página 70 El congreso de Literatura y sólo he podido terminar Haikus, que tiene 45 páginas tamaño A7 o A8.

El caso: que no entiendo por qué la gente pondera tanto a César Aira como un paradigma del manejo del absurdo, cuando en mi humilde opinión, está bastante por detrás de un auténtico genio como Leo Masliah. Se ve que la impostura de Masliah por tener tintes más populares y no jugar tanto con la metaliteratura no cotiza al alza, no sé. Pero, desde luego, está por ver quién hay más tremendo que él para sacarle punta a cualesquiera dos palabras en la situación más cotidiana que uno pueda imaginar. Su talento es brutal.

PD: ¿Enganchados a Leo Masliah? Hala, a escucharlo entonces cantar El neoliberalismo. ¡Por favor, Leo, ven a España!

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