13 de noviembre de 2008

Trayecto, Ignacio Echevarría

Estoy en racha; la mesita de mi cuarto está llena de títulos que me hacen pasar buenos ratos. Ahora estoy enfrascado con Ignacio Echevarría y Trayecto: un recorrido por la reciente narrativa española, donde este crítico ha reunido «setenta y una reseñas correspondientes a otros tantos libros publicados por autores españoles entre 1990 y 2004». El compendio abarca desde el descuartizamiento de El camino del corazón y de El manuscrito carmesí —las novelas con que Fernando Sánchez Dragó y Antonio Gala fueron finalista y ganador del Premio Planeta 1990— hasta la acerada crítica de El hijo del acordeonista, de Bernardo Atxaga (reseña que motivó que el director de El País desempleara a Echevarría de Babelia por considerar que su texto, válame, Dios, ¡era «un arma de destrucción masiva»!) Junto a ese material, casi 70 páginas de prólogo y unas 30 de otros artículos publicados aquí y allá. Hasta el ahí el contenido neto; ahora, a los bifes.

Trayecto ofrece muchos niveles de lectura, demasiados para estas neuronillas mías que tienden siempre a querer agotar el tema. Por el momento sólo rescato estos cuatro ejes:

1. No es lo mismo cultura de la Transición que transición cultural

A la vista de tanto grupejo literario, que si la Nueva Narrativa Española —década del 80—, que si la Joven Narrativa Española —década del 90—, que si lo que se tenga a bien etiquetar, ahí va una pregunta:

¿se han operado en el plano de las actitudes estéticas transformaciones tan definitivas como las que, al parecer, han tenido en el plano social y político?
Leído lo leído en Trayecto, la respuesta del autor apunta a que no. Y usa como referencia un dato: antes de la democracia, cultura y poder eran poderes enfrentados; sin embargo, a partir del gobierno socialista de 1982 sucedió algo inaudito: la cultura se arrimó al poder y este, con ánimo de legitimarse intelectualmente, cooptó a muchos autores. Visto ese efecto en conjunto, puede decirse que los escritores dejaron de producir una literatura destinada a cuestionar los cimientos del Estado o los nuevos discursos imperantes, y prefirieron convertirse en meros comparsas de lo que se denominó la «fiesta de la cultura».

¿Qué o quiénes han sobrevivido a esa resaca?

Echevarría no parece tener buenas noticias al respecto. A decir de él, la literatura española está desarticulada desde entonces respecto de su tradición y vive confinada fuera de cualquier ámbito político, es decir, lo que produjeron los autores españoles entre 1990 y 2005 fue «incapaz de incidir en la vida pública, de interpelar a la colectividad en cuanto tal». Y si ellos no lo consiguieron, y a falta de que haya habido alguna revolución en estos últimos tres años, es más que probable que los de hoy sigan la estela de los anteriores. Según explica el ex crítico de El País, hemos pasado de un concepto de cultura como resistencia contra el poder a uno donde prima el «éxito como canon» y donde asistimos a la «industrialización de la cultura», por usar las palabras de Damián Tabarowsky y Rafael Sánchez Ferlosio que cita Echevarría.

Amén.


2. Secretos a voces

Chusmerío literario, sí, qué va a ser. Nos gusta, sobre todo cuando aparece en papiro y el chisme pasa ya a dato concreto por el que alguien puede sentirse aludido. Aquí va un subrayado que, como los anuncios de «Fumar mata» de las cajetillas de tabaco, debería aparecer en la contratapa de algunos libros y en el faldón de algunas revistas culturales:

Es un secreto a voces que hay autores «blindados», con los que un periódico no prefiere no correr el riesgo de tener un disgusto. Ejemplos extremos de autores pertenecientes a esta categoría son, por lo que a El País toca, y por razones bien distintas, Arturo Pérez-Reverte y Juan Luis Cebrián. El hecho es que ningún reseñista puede abstraerse del tejido de connivencias más o menos asumidas a que dan lugar, en un periódico cualquiera, los intereses y las solidaridades que ese periódico comparte con una determinada constelación de escritores cercanos a la casa, por uno u otro motivo. En el caso de El País, la circunstancia de que este diario pertenezca al mismo grupo empresarial que una importante editorial literaria, Alfaguara, no hace sino incrementar esta tendencia general a «blindar» a determinados escritores.
Moraleja: si publicas en Alfaguara, nunca te critican en El País. Vale, eso ya lo sabíamos. Ahora bien: ¿quién nos cuenta a quiénes no se puede criticar en ABC, El Mundo, Público, La Vanguardia...? Porque los hay, hay intocables en otros medios.

Lo otro que detalla genialmente Echevarría es cómo algunos escritores, el criticado Antonio Gala, por ejemplo, son «rencorosos» y ¡usan sus columnas en los diarios para ningunear a quien ose toserles sobre su amanerada prosa de señoritingo o sus inverosimilitudes! ¡Toma tronío, chulería y egocentrismo! Y de otros escritores, como Antonio Muñoz Molina, pues uno se entera de que le va el corporativismo. ¿Que después de tres reseñas elogiosas a Rafael Chirbes escribes una donde le das un palo a su amigo, pues, hala, venga, ven que entonces te arrimo yo, el Jinete Polaco, desde mi columna y cuestiono quién te ha dado a ti vela en el entierro de opinar sobre libros? (Por cierto, hay que leer los argumentos y pucheritos de Gala o Molina: ni de comentario de texto de 2ª de BUP. Un escándalo).

El último punto del chismerío que rescato es el auge del llamado «criptolibelo», que pronto estudiarán los filólogos para comprender la literatura contemporánea. Este incipiente género consiste en poner a parir a alguien pero sin escribir nunca el nombre y el apellido de esa persona. O en decir qué malo y corrupto está el sistema por culpa del mercado y hay qué ver cuánta mierda publican, pero no poner un solo nombre en esa lista negra. En el prólogo de Visto para sentencia, Reig sostenía algo similar.


3. Qué es un crítico

Del mismo modo que unos definen su arte poética o narrativa, Echevarría explica parte de sus convicciones sobre la crítica literaria. Hay un par de declaraciones de intenciones; esta, como es la más breve, es la que copio (la otra leedla del libro, ¡haraganes!):

La necesidad de la crítica, si la hubiera, pasa por tener bien claro que el crítico no es un lector más. Tampoco es un lector mejor. En todo caso, es un lector otro. Es un lector puesto en situación de «leer» su propia lectura y hacerla pública, con vistas, entre otras cosas, a orientar al resto de los lectores acerca del interés que merece el libro en cuestión, y en caso de que lo merezca, a orientar —a instrumentalizar, incluso— el tipo de lectura que se haga de él. Para ello el reseñista debe poner en juego no sólo su bagaje y su experiencia como lector, sino también toda su suspicacia respecto a su propia lectura, y ello con voluntad de rendir un servicio. Voluntad que no le viene de ningún celo altruista, sino de su creencia, quizá apasionada, en una determinada escala de valores tanto éticos como estéticos que ciertas obras encarnan o contribuyen a promover, en tanto que otras los usurpan o contribuyen a socavar.


También deja caer tres pensamientos, fruto de su dilatada experiencia como reseñista y crítico (no es lo mismo, ojo), que cualquier epígono debería recordar siempre:

  • «El crítico reseñista se construye su propia autoridad».
  • La autoridad dimana, como dijo Musil, de la capacidad de tener razón.
  • «La resonancia de las pullas es infinitamente superior a la de los elogios, por encendidos que estos sean».

  • Más tres recomendaciones para quien desee apuntalar sus conocimientos:

  • Dirección única, de Walter Benjamin.
  • La literatura en la construcción de la ciudad democrática, de Manuel Vázquez Montalbán.
  • El agente provocador, de Pere Gimferrer.


  • 4. La juventud como etiqueta

    Al parecer, el mercado está como Humbert Humbert en Lolita: quiere presas jóvenes. De un tiempo a esta parte, explica Echevarría, la bisoñez se ha convertido en un «valor añadido al talento del escritor en ciernes, y un valor tan cotizado que hasta puede fácilmente usurpar el lugar mismo del talento». Por desgracia, no se extiende al respecto, pero da entender que se produjo un salto cualitativo entre la irrupción de Ray Loriga con Lo peor de todo y la de Lucía Etxebarría con Beatriz y los cuerpos celestes cinco años después... (¡Ah, yo quería saber más de esto!) De hecho, este crítico no tuvo empacho en merendarse a José Ángel Mañas, a Félix Romeo o a José Machado cuando saltaron a la palestra.

    Como botón de lo que opina Echevarría sobre este asunto de juventud y talento, dejo aquí este subrayado:
    Juventud y promesa son términos casi sinónimos, empleados por lo general para engatusar las conciencias con la inminencia de una renovación que en definitiva sólo acierta a producirse en un plano biológico y que se traduce simplemente en un recambio de públicos y de clientelas. Y ello ocurre a tal punto que debe considerarse seriamente en qué medida la juventud se ha convertido en un estamento en el fondo conservador, susceptible hoy más que nunca a las manipulaciones de la publicidad y de las propagandas de toda índole, servidas en forma de lemas para las camisetas. La sola posibilidad de que sea realmente así justificaría por sí sola el que, abandonando toda clase de paternalismos y condescendencias, la crítica empleara con ella una atención, una dedicación y una severidad que, absurdamente, todavía hoy se juzgan impropias, sin entender que sólo así puede fomentarse una reacción favorable.
    *

    Hasta aquí mis notas, por ahora. Estoy leyendo salteado —un placer que permiten esta clase de libros— y todavía no me he zampado todas las reseñas, pero sí parte, amén del aparato teórico. Para ir cerrando el kiosco y ser ilustrativo sobre lo que me está pareciendo Trayecto, diré que el día que alguien me lleve a Ikea y pueda comprarme por fin un par de estanterías, lo pondré al lado de Las palabras de la tribu, de Francisco Umbral, y de Visto para sentencia, de Rafael Reig. Nobleza obliga.

    *

    Trayecto: un recorrido crítico por la reciente narrativa española, Ignacio Echevarría
    Editorial Debate, Barcelona 2005

    3 comentarios:

    1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

      ResponderEliminar
    2. Lo leí hace tiempo y la verdad es que el prólogo me pareció muy interesante pero las reseñas, buf. Sé que el pobre estaba obligado a escribir sobre esos libros, pero la mayoría son tan poco aprovechables... Aunque la selección tiene su gracia. Por ejemplo, que se acordara de Ismael Grasa. No tiene tanta gracia que no le gustase Nubosidad variable, pero bueno, esto es un personal guilty pleasure, que diría un americano.

      ResponderEliminar
    3. ¿No intentarías leerte todas las reseñas de un tirón, verdad? Es que así no hay modo, ni con Echeverría ni con nadie. Yo las estoy leyendo salteadas, como intermedio de alguna otra lectura. Eso sí, sin duda el prólogo y los ensayos del final son lo más interesante.

      De todos modos, le he encontrado una vuelta de tuerca a esto de las reseñas; estoy aprendiendo a formular frases de esas que después ponen en las solapas de los libros o en la fajita de marras. A ver:

      1. "La definitiva madurez de una escritura guiada desde sus comienzos por un innegable talento" (sobre Martínez de Pisón).

      2. "Marsé es el gran paisajista moral de la Barcelona de posguerra"

      Yo no soy muy ducho en esas síntesis rotundas; así que ahí estoy, a ver si se me pega algo. Por cierto, como contaba el propio Echevarría en una entrevista, el medio obliga a encontrar estos firuletes, la frase que el editor podrá poner en un destacado y captar la atención de lector.

      PD: Ismael Grasa estrena libro. Será el 21, ni idea de dónde. Juraría que hará de presentador Julián Rodríguez, escritor y jefe de Periférica.

      ResponderEliminar