19 de mayo de 2008

Alianzas duraderas, Cristina Cerrada

Hace poco leí Alianzas duraderas (Lengua de Trapo, 2007), de Cristina Cerrada. Había editado una entrevista de Alberto Olmos con ella para Teína y tenía ganas de sentarme frente algún libro suyo. Y empecé por este.

Leí las 309 páginas en tres, cuatro días, lo cual es decir bastante: poco después abandoné El último encuentro, de Sándor Márai, en la página 33, y en la 135 Con mi madre, de Soledad Puértolas (ya les dedicaré alguna entrada del blog). Por momentos andaba algo perdido con tanto personaje en la novela de Cerrada —es que se trata de una familia a lo Bill Cosby que comparte una misma casa—, pero a la vez eso me pareció interesante: observar lo difícil que resulta mantener 6 ó 7 personajes funcionando en un mismo espacio físico, todos pidiendo sus 15 minutos de gloria a cada rato y tratando de contar entre todos una historia.

Entre los subrayados que hice, por ahora quiero rescatar esta pincelada de la página 43:
En el fondo, a Bernabé le divertía el espectáculo de ver a Estela fuera de sí. Su elocuencia era digna de un buhonero. Se cambió de mano la taza de café y sonrió.
—Tu padre tiene su propio cuarto de baño, Estela.
—Y a mí qué.
—Y la tal Marlene iba vestida.
—Muy gracioso —sus ojos eran dos rayitas de fuego—. ¿Tú de qué lado estás? A lo mejor te pone cachondo el espectáculo.

Me encanta cómo está construido el diálogo, cómo hablan los personajes; pero sobre todo me gusta cómo el narrador interviene sólo para decir lo que hay decir: «sus ojos eran dos rayitas de fuego». El resto del tiempo permanece en silencio, cede el protagonismo a las estrellas de la escena: los personajes. Además, cuando toma la palabra, lo hace con una metáfora precisa que ilumina con nitidez el cabreo de Estela con su marido. Mola el minimalismo a lo Carver.

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